"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

miércoles, 31 de agosto de 2011

Las ideas también pueden matar. Las raíces de la violencia política de los años setenta.

Por Ceferino Reato

Hay varias maneras de analizar la violencia política de los años 70. Una de las más legítimas, por justa y necesaria, es hacerlo desde el lugar de las víctimas, sean de izquierda, de derecha o de centro. En este sentido, sabemos bastante sobre las víctimas de la represión ilegal del Estado -aunque en numerosos casos faltan datos clave, como el destino de detenidos-desaparecidos-, pero conocemos mucho menos sobre las víctimas de la lucha armada, de las organizaciones guerrilleras.

En uno y otro caso persiste un interrogante básico: el contexto que permitió el surgimiento de toda esa violencia política, una orgía de sangre que tanto tiempo después sigue salpicándonos.
Es que, como dice Carlos Marx en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte , “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con las que se encuentran directamente”.

Son los hombres y sus circunstancias, que abarcan un contexto histórico y un conjunto de ideas, valores y creencias.
Visto del lado de las víctimas de la lucha armada, una pregunta clave sobre los años 70 es cómo pudo ser que tantos jóvenes que, en general, tenían buenas intenciones y querían cambiar la Argentina eligieron tomar las armas, con todo lo que eso implicaba: el riesgo de morir, pero también de matar a otros argentinos.

Muchos de estos jóvenes provenían de familias antiperonistas.
¿Cómo fue que sus retoños se hicieron peronistas y, casi simultáneamente, pasaron a militar en organizaciones guerrilleras?
¿Por qué estos jóvenes abandonaron todo, sus familias, sus amistades, sus profesiones, y se embarcaron en una lucha en la que sufrieron e hicieron sufrir a tantos compatriotas matando, hiriendo, secuestrando?

Es el caso, por ejemplo, de Roberto Mayol, uno de los protagonistas de la Operación Primicia, el ataque de Montoneros al cuartel de Formosa el 5 de octubre de 1975, durante el gobierno constitucional de Isabel Perón.
Era un estudiante de abogacía de Santa Fe de 21 años, hijo de un prestigioso abogado conservador; una de sus primeras acciones armadas fue colocar una bomba en el Club del Orden, una institución de la que su padre formaba parte.
Quienes lo conocieron juran que Mayol era un líder nato, dolido genuinamente por los pobres.
Católico, había sido educado por los jesuitas en el Colegio de la Inmaculada Concepción, donde se forma la elite santafecina.
Cumplía con el servicio militar obligatorio en Formosa cuando prácticamente les abrió la puerta a sus compañeros del ejército Montonero para que entraran en el cuartel.
Sus otros compañeros, los soldados conscriptos, resistieron el ataque, y en un encarnizado combate murieron 24 jóvenes: 12 guerrilleros, entre ellos Mayol; 10 soldados; un sargento, y un subteniente.

¿Por qué hubo tantos Mayol?
¿Cómo fue que queriendo liberar a los sectores populares terminaron, en muchos casos, matando a pobres, como los diez soldados muertos en Formosa que, en la mayoría de los casos, estaban de guardia aquel domingo a la tarde porque no tenían dinero para viajar a sus pueblos?

La primera explicación de la violencia política surge del contexto histórico.
Podríamos remontarnos al golpe de 1955, al de 1930 o a las luchas civiles, pero lo más concreto es que el auge de la lucha armada se dio en la segunda mitad de los años 60, luego del golpe del general Juan Carlos Onganía.
Paradojas de la historia, el onganiato buscó congelar la política por un tiempo indeterminado, pero su resultado fue exactamente el opuesto.
Onganía clausuró el Congreso, cerró los partidos e intervino la universidad, lo que provocó una inmediata y fuerte reacción estudiantil, no sólo en Buenos Aires sino en otros grandes centros urbanos, como Rosario y Córdoba.
Ya había habido intentos de organizar grupos guerrilleros en el interior, que habían fracasado casi antes de comenzar.
Después de 1966 ya no fracasarían, y hacia 1970 ya teníamos tres grandes organizaciones político-militares: Montoneros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)
Tres años después, la dictadura desembocaba en elecciones que fueron ganadas por el peronismo luego de una campaña protagonizada por la Juventud Peronista, que estaba hegemonizada por Montoneros, en incipiente alianza con las FAR.

El general Juan Perón, que desde su largo exilio madrileño había alentado a la guerrilla para desgastar al régimen militar, les ordenó que dejaran las armas y se reciclaran en la política, pero los guerrilleros, en su mayoría, siguieron “apretando” con los secuestros, las bombas y los asesinatos.
¿Por qué renegaban de la democracia?
¿Por qué pensaban que matar y morir seguía teniendo sentido?

El clima de aquella época indicaba que el mundo iba hacia el socialismo y que una de las maneras para llegar más rápido era a través de la lucha armada.
En la región estaba muy fresco el recuerdo de la Revolución Cubana, protagonizada por Fidel Castro y el Che Guevara, que había trascendido su muerte, en 1967, con una imagen redentora y una teoría, el foquismo, que aseguraba que bastaba con instalar un foco guerrillero para incendiar el sistema capitalista. Cuba era un país “liberado” y estimulaba con todo tipo de ayudas (entrenamiento, armas, dinero) a grupos en distintos países, entre ellos la Argentina.
Hasta había un organismo del gobierno cubano destinado a esas tareas, en el marco de la Guerra Fría, una guerra de posiciones entre las dos grandes potencias del momento, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Los aportes de la izquierda clásica, marxista, incluían a Lenin, que sostuvo que era posible tomar el poder con una vanguardia de revolucionarios siempre que portaran la ideología correcta, el socialismo científico, que interpretaba los intereses del proletariado y del campesinado.
No había que esperar, como decía Marx, que el capitalismo se desarrollara hasta desembocar casi naturalmente en el comunismo; una vanguardia podía acelerar ese proceso.
Otra fuente era Mao, el gran timonel de la revolución china.
Con frases impactantes: “Sólo hay dos tipos de guerra en la actualidad: la revolucionaria y la contrarrevolucionaria”, animó también, casi en simultáneo, a otros jóvenes no tan visibles que se preparaban para frenar a los guerrilleros con métodos que también incluían el matar y el morir.

Los guerrilleros también se inspiraban en los movimientos nacionalistas de liberación, en las guerras coloniales, como la de Argelia.
También aquí estos episodios armaron a revolucionarios y contrarrevolucionarios; por ejemplo, la película La batalla de Argel inspiró tanto a un grupo como al otro.

Una tercera fuente de ideas fue el catolicismo, que también contribuyó a armar a revolucionarios y contrarrevolucionarios.
La Iglesia estaba en un proceso amplio de renovación, que abarcaba nuevas interpretaciones de su mensaje de salvación, tanto en la forma como en el contenido; muchos sacerdotes y algunos obispos justificaban “violencia de los de abajo” y apelaban a la fuerza redentora de la sangre derramada.

Las ideas son acciones. Desde muchos lugares se armó a los jóvenes revolucionarios.
Estas ideas tenían un común denominador: la democracia era, en el mejor de los casos, una etapa para llegar al objetivo verdadero, que era la revolución socialista, y que incluía un tiempo no determinado de “dictadura del proletariado”.
Las “libertades burguesas” valían poco; de los derechos humanos ni siquiera se hablaba.
Los contrarrevolucionarios debían ser eliminados, y la muerte de una persona que no tenía nada ver con esa lucha era apenas un costo para llegar al socialismo.

Ahora sabemos, luego de tanta sangre derramada, que estaban equivocados, porque no hay ideal que pueda ser esgrimido para matar a otro.
Como dijo el presidente Perón el 22 de enero de 1974, frente a una treintena de diputados rebeldes, entre ellos Carlos Kunkel:
“Una banda de asaltantes invoca cuestiones ideológicas o políticas para cometer un crimen, ¿ahí nosotros vamos a pensar que eso lo justifica? 
¡No! 
Un crimen es un crimen cualquiera sea el pensamiento o el sentimiento o la pasión que impulse al criminal”
© La Nacion

El autor es periodista y escritor. Su último libro es Operación Primicia








No hay comentarios: