Donde esté tu tesoro, estará tu corazón

La expresión bíblica: "Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón", no solo expresa una realidad existencial, también es una enseñanza y una valoración de los bienes, deseos e ideales que preocupan al hombre y determinan su comportamiento.
Expresada en el contexto de otras sentencias como:
"No  amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban" y
"La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! ", señala un consejo sobre la moral personal que debe contener la relación con los semejantes.

Hay un motor que nos mueve a todos y es el deseo, que agita y excita el corazón, en el sentido figurado que se da a la expresión "corazón" como determinante de los sentimientos.
Los deseos son innumerables y nos permiten transitar el camino de la vida...
Sin ellos estaríamos inertes y estáticos.
El deseo impulsa la voluntad y determina la conducta, y como el hombre no puede vivir sólo, sino que es un ser sociable y vive rodeado de sus semejantes, esa conducta incide y actúa sobre los otros.
Nuestra conciencia debe controlar los deseos, determinando una jerarquía y un grado de prioridad entre ellos.
Hay deseos naturales que debemos seguir como impulsos innatos, porque sino la vida sería imposible.
Pero hay otros determinados por una cosmovisión, nuestra ideología, nuestra forma de ser, pensar y sentir y en última instancia por nuestra forma de ver a los demás y el rol que queremos ocupar en la sociedad.

¿Mi deseo pone el acento en mi propia satisfacción, o en la adecuación de los mismos a la realidad y a la participación social con mis semejantes?
¿Siento que soy el centro del universo, y nada es más importante que mi sentimiento y mi pensamiento, o creo que hay una relación equilibrada entre todos y debemos sentirnos unidos y solidarios con los otros?
¿Amo las riquezas, el poder, la fama, la propia satisfacción, por encima del hombre, o creo que es primordial la dignidad y el valor de cada uno de los seres humanos y de todos en su conjunto?
En realidad a cada instante de nuestra vida se plantea la amonestación evangélica, donde esté mi tesoro allí estará mi corazón.
Si mi tesoro es el poder, si mi tesoro es el dinero, si mi tesoro es la fama, mi corazón estará endurecido y mi ojo no será luminoso.

Cuánta tristeza provoca escuchar, aún de personas que parecieran no tener esta condición decir:
La plata es sagrada, o no hay nada más importante que mi poder, deben tenerme miedo y someterse a mis designios.
Allí estará tu corazón, que perderá su sensibilidad y te apartará de la verdadera realidad y de tu efímera y pequeña condición humana, nacido de mujer como todos, y cuyo fin es convertirse en polvo tras la muerte.
Si mi tesoro es el hombre, si creo en su dignidad, si ofrendo mi deber como solidaridad, bondad, equidad y bonhomía, mi corazón habrá encontrado su verdadero tesoro, mi ojo será luminoso, y no habrá obscuridad, porque las tinieblas han sido despejadas, la luz del amor ha permitido que la vida sea buena, feliz y armoniosa.

Donde esté tu tesoro estará tu corazón
el que determines, porque debes elegir,
apelando a principios, conciencia, convicción
que marca la conducta, indica como vivir.

El deseo te inflama y es el motor
con el cual recorres el camino al fin
cuando señalaste que es lo mejor
para ser feliz y te plazca existir.

Si las cosas que eliges sufren corrosión
natura las muta en cambio sutil,
socava el resguardo y roba el ladrón
quedarás vacío, ¿a quién acudir?

Si eliges el hombre, con fe y con tesón
eres solidario, bondadoso, gentil,
abrazas su causa, pones la pasión
en hacerlo digno, que sea feliz.

Habrás encontrado el tesoro mayor
la luz que alumbra el buen porvenir
aquella que nace del profundo amor
honesto, simple que has de compartir.

Elías D. Galati