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Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 3 de agosto de 2015

Volver a Illia para echar luz al presente


Por Marcos Aguinis | LA NACION

La corrupción, el estrangulamiento de la Justicia, la devastación de los principios republicanos, el uso del Estado para beneficio de los transitorios detentadores del poder, diversos métodos para limitar la libertad de expresión, hacer creer que se combate la pobreza con la limosna de los subsidios, sistemática degradación de los adversarios y un rosario de otras calamidades han llevado a suponer que estos males son incorregibles.
Su demoníaca perseverancia generó una resignación peligrosa.
De ahí las ondulaciones de los discursos políticos y la incertidumbre que nubla nuestro futuro.
En este clima se ha consolidado la convicción de que algunos argentinos son brillantes en talento y valores, mientras en conjunto somos incapaces de resolver problemas y encauzar a nuestro alienado pueblo.
En medio de semejante panorama, corresponde observar con atención a los ciudadanos que marcan la senda del progreso genuino.
Son muchos, más que los que detectamos.
Por eso resulta oportuno enfocar a un presidente que no buscó aplausos, cadenas nacionales ni obsecuencias, que no faltó el respeto a nadie, que impidió los enriquecimientos ilícitos y dejó como herencia un legado ético monumental.

En los graves días que transitamos, por ejemplo, se disparan cañonazos contra la Justicia para blindar la impunidad obscena de quienes se ven obligados a ceder parte de su armamento.
Están asustados y no los detiene la profanación de los pilares que conforman una república, porque son pilares capaces de hacerlos terminar en la cárcel.
Al respecto, dijo el doctor Arturo Illia:
"El primero que debe ser controlado es el Estado".
Se refería a un Estado como existía en aquel momento...
Es decir que aún no había sido ocupado en su totalidad por los gobernantes de turno para su beneficio ilegal, como los "okupas" que se hacen dueños de cualquier espacio disponible.
Era un Estado separado del gobierno, al que el gobierno utiliza para beneficio de la nación, no de sus organizaciones políticas, de los funcionarios adictos y de sus testaferros.
No obstante, aun así, debía ser controlado.
Añadió días después estas palabras:
"El Estado no tiene por qué hacerlo todo"
"El gobierno no debe controlar el país"
"Debe, sí, ejercer cierto control para evitar una organización no funcional de la economía, y debe, también, ejercer cierto control sobre el futuro, sobre el planeamiento".
"Pero, para esto, el gobierno tiene que estar, a su vez, controlado por la Justicia."

Vale la pena reconocer que este prócer no era un ultraliberal ni un ultraestatista.
Comprendía que entre el Estado y la actividad privada conviene una relación dialéctica, en la cual reine la ley igual para todos, previsible, estable y justa.
Donde se premie el mérito y no se publicite una engañosa igualdad que sólo uniforma para abajo mientras los demagogos llenan sus bolsillos.
Durante la presidencia del Illia comenzaron a actuar los movimientos guerrilleros inspirados en la hipócrita dictadura unipersonal cubana, que parecía romántica, solidaria y pura.
Aumentaron los combatientes y llenaron de cadáveres y miseria a muchos países de América latina y África.
Se multiplicaron y repudiaron la democracia como un recurso "burgués".
En lugar de generar progreso, generaron locura y muerte.
Después ofrecieron argumentos a los militares autoritarios para tomar el poder.
Illia fue destituido en medio de una ceguera sobre sus méritos y el indiscutible avance del país en todos los rubros, internos y externos.

Mucho después, cuando, en 1983, se recuperó la democracia, hubo varios mea culpa de quienes habían impulsado ese nefasto error.
En este momento no debemos olvidar los embates que se perpetraron contra Carlos Fayt, juez de la Corte Suprema, para conseguir que ese tribunal no hiciera rendir cuentas a los funcionarios que delinquen.
En este sentido, vale la pena volver a Illia.
Narró, textualmente:
"Cuando me hice cargo del gobierno, llegaron los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a quienes había elegido un gobierno anterior.
Como en este país, cuando llega un nuevo presidente, la Corte tiene por hábito presentar la renuncia, porque no quiere un Poder Judicial que sea inamistoso, estos señores me visitaron y dijeron:
«Señor, venimos a hacerle entrega de nuestras renuncias».
«¿Cómo?», les respondí.
«Claro, ésta es la costumbre».
«No, señores, la Constitución dice que los jueces son inamovibles.
¡Vayan, desempeñen sus funciones!
Lo único que quiero es que ustedes sean el verdadero tribunal superior. 

La Justicia en este país puede enjuiciar al presidente de la nación, 
Si ustedes tienen que enjuiciarlo, háganlo.
Hace falta que aquí, alguna vez, sea enjuiciado el presidente de la nación, para que no se crea intangible»".


En otra oportunidad regaló un aporte adicional que ahora tiene más validez que nunca:
"Hay que desconfiar de una democracia donde el presidente de la nación es el personaje más importante del país.
Hay que desconfiar de una democracia donde el presidente dice lo que se le antoja.
O donde el presidente afirma todos los días que va a conseguir la felicidad del pueblo, que va a resolver, él solo, todos los problemas de los argentinos.
La democracia no se compadece con el que pide confianza en él, en su capacidad o en la supuesta ayuda que recibirá para solucionar personalmente los problemas de la República".

No resisto la tentación de comentar que fui testigo en mi infancia de la nobleza de Illia.
Yo vivía en Cruz del Eje, en el noroeste de la provincia de Córdoba.
Illia se radicó allí, por solicitud del presidente Yrigoyen, para atender a los numerosos empleados de los talleres del ferrocarril.
Y también ejercía como clínico en su modesto consultorio.
Allí lucía una palangana blanca sobre un trípode de acero.
Jamás cobraba honorarios, sino que les decía a quienes pretendían abonarle que dejasen en esa palangana lo que quisieran o pudieran.
 Cuando un paciente lamentaba que no le alcanzaba su sueldo para comprar ciertos medicamentos, Illia le indicaba de inmediato:
- "Saque de la palangana cuanto necesita".

Esa palangana aún sobrevive en su casita, convertida en humilde museo, que visité recientemente.
Por eso no extraña que, cuando su esposa enfermó gravemente, el entonces presidente no quiso utilizar el dinero que recibía para sus gastos oficiales.
Creía que eso era robarle al país.
Entonces vendió su auto para afrontar las obligaciones.
¡Qué contraste con el presente!
Vale la pena recordar lo que escribió el maravilloso Erasmo de Rotterdam:
"Aquel que recibe la misión de gobernar los pueblos ha de ocuparse de los negocios públicos y no de los privados, y no ha de pensar en otra cosa que en la utilidad general".

Hace poco, la lúcida Mirtha Legrand calificó al actual gobierno de dictadura.
Nos acostumbramos a usar esa palabra para determinados contextos, sin recordar que era diferente en la antigua Roma, donde significaba otorgar poderes absolutos a determinado ciudadano por un corto y crítico período, para resolver los problemas.
Después debía abandonar el cargo.
Es decir, dictadura no siempre fue las que impusieron los regímenes totalitarios que hemos conocido.
La mayor parte de nuestro país entendió perfectamente a Mirtha.
Ella se refirió al clima cargado de arbitrariedades, infectado por una corrupción y una impunidad sin precedente.
Hubiera sido más acertado decir autoritarismo.
Pero, de todas formas, su arrojo y brillo merecen nuestra admiración.
Al respecto, llega en su apoyo otra reflexión de Arturo Illia:
"¿Qué significa democracia?
¿Nada más que elecciones?
¡No!
Las elecciones son episodios importantes, pero la democracia exige, además, que en el ejercicio de su mandato el gobierno pueda ser controlado.
El poder del Estado no puede estar al arbitrio de los gobernantes, así sean elegidos".

Arturo Illia, de cuyo nacimiento se cumplen mañana 115 años, no tiene, a 32 años de su fallecimiento, un colosal centro cultural dedicado a su nombre, ni monumentos, ni un sepulcro faraónico, ni su ropa expuesta en un museo.

Pero sobrevuela nuestro país como un arcángel ejemplar...

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