Héctor
M. Guyot
LA
NACION
Alguna
vez su palabra fue la verdad.
Con ella
construyó un muro para ocultar lo que se hacía del otro lado.
Contó
con la ayuda de los cándidos y de los cínicos.
También,
con el arma de un Estado cuyo poder puso a su servicio.
Hoy
todo cambió.
Aquel
poder que se quería eterno se evaporó.
Los
cándidos se debaten entre el balbuceo y el silencio.
Los
cínicos vuelven a entonar la marcha y repiten de nuevo que sólo se deben a Eva
y al General.
Pero ella,
además de sola, quedó varada en el tiempo.
Como
si no se hubiera enterado de nada, sigue ensayando el mismo truco.
Le
exige al conejo que se convierta en paloma, pero ahora sin éxito.
Hoy
sus palabras son sólo eso, palabras.
Sin
aquel poder de encantamiento y sin el Estado, el muro cayó finalmente para
todos y lo que vemos del otro lado es
el horror.
Un
espectáculo obsceno en medio del páramo.
Donde
hubo magia, cenizas quedan, y entre las cenizas sólo se recorta la plata que se
han llevado.
O
que se están llevando a la vista de todos.
Ése es el
problema, se la están llevando, y es tanta que no tienen dónde esconderla.
Los
dólares que el hijo de Lázaro Báez y sus socios contaban en "La
Rosadita",
los
bolsos que el trasnochado José López llevó al búnker orante y penitente,
los
cinco millones ocultos en una de las cajas de seguridad de Florencia Kirchner,
todo
eso ha provocado un irrefutable efecto de realidad.
Mucho
billete junto, demasiado, aunque apenas sea una fracción desdeñable del
pillaje.
Si
sumamos las maniobras del otro López, las propiedades de Báez y el millonario
enriquecimiento de secretarios, jardineros y cocineras, junto con el progresivo
desvelamiento de una administración que durante doce años parece haber
trabajado sólo para saquear los bienes públicos, resulta difícil no concluir que la gestión de los Kirchner parece
menos un gobierno que una asociación ilícita consagrada a un latrocinio de
escala épica.
Esta
danza de los millones en medio del páramo interpela a los jueces y a la clase
política, pero sobre todo a una sociedad con inclinación a mirar hacia otro
lado que ahora, sin embargo, parece haber despertado a un saludable reclamo de
justicia.
Esta vez es
difícil permanecer indiferente o hacerse el distraído.
Hay
que agradecerle esto a la codicia de Néstor Kirchner, el gran arquitecto del
despojo.
Creó
un monstruo que lo sobrevivió y que acabó fagocitándose a muchos de los que lo
alimentaban, así como a varios de sus hijos.
Y
que ahora regurgita, aquí y allá, los billetes que se tragó.
Todo
esto tiene un aspecto positivo.
Semejante
empacho acabó por abrir los ojos de muchos:
Si
el monstruo creció tanto, dejando a su paso daño y destrucción (además de un
vacío que hoy padecen los que menos tienen), fue porque los Kirchner
colonizaron o domesticaron a la Justicia y a los organismos de control para
convertirse en amos y señores.
Esta convicción
de buena parte de la opinión pública es hoy lo único que nos puede salvar.
Hay,
menos mal, políticos y funcionarios que la interpretan y la encarnan.
Porque
si queremos tener destino, es mejor dejar de especular hasta dónde conviene que
la Justicia llegue en la investigación y la condena de la corrupción
kirchnerista.
Todo
cálculo político en este sentido sería, además de mezquino, miope.
Para salir de
donde estamos hay que alzar la mirada.
Lo
que está en juego va mucho más allá del interés del actual gobierno.
Hay
veces que hay que hacer lo que se debe.
No
importa si le conviene o no a Macri, a Cristina o quien sea, porque no habrá
otra oportunidad.
Se
trata de elegir entre la verdad o la mentira, entre volver a cerrar los ojos o
no.
Y
de establecer un antes y un después.
Sólo
se podrá recomenzar bajo un presupuesto:
Todos somos
iguales ante la ley.
Son
muchos los males del país, pero entre todos ellos la impunidad quizá sea el más
grave:
Es el único cuya
solución podría llevar a la solución de los otros.
Y
el único que, de no ser solucionado, habilita la multiplicación en cadena de
los demás.
Ya
lo sabemos:
La
corrupción sistémica trae crimen, escasez, pobreza, muerte.
Se trata de que
los jueces cumplan con su tarea y lleguen hasta donde las pruebas los lleven,
ni un metro menos, ni un metro más.
Los
monitorea no sólo el Consejo de la Magistratura, sino también la sociedad.
No
es revancha ni cacería humana, como alguno ha dicho en estos días.
Tampoco
hay una "feroz persecución judicial" apoyada por el Gobierno, como
esta semana sugirió vía Twitter la ex presidenta, que se presenta como una
mártir dispuesta al sacrificio en defensa de sus ideales.
En
la andanada de tuits que lanzó el martes atacó la iniciativa de reabrir la
causa por la denuncia contra ella que presentó el fiscal Alberto Nisman antes
de su muerte, aún no esclarecida.
Dijo
que aquella denuncia por encubrimiento a Irán que el juez Rafecas archivó en
trámite exprés "no tenía ni pies ni cabeza".
Pero
ya no hay magia y el truco no funciona.
La
vieja receta no surte efecto.
Cuando
la ex presidenta estaba en el poder y construía su muro de palabras en largas
cadenas nacionales, el periodismo tenía el deber de confrontar sus engaños y
sus fantasías con los datos de la realidad.
Hoy
sería perder el tiempo.
La realidad en
cuestión se ofrece a la vista de todos.
Que actúe la Justicia
No hay comentarios:
Publicar un comentario