"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 23 de octubre de 2016

N i UNA Menos


La consigna contra la violencia de género es un grito desgarrador desde el fondo del alma, no sólo de mujeres sino de una gran parte de la sociedad espantada por la violencia, mezcla de impotencia, tristeza, incomprensión y angustia por una situación que se perpetúa y tiende a aumentarse en todo el mundo.

Es imposible de entender como en un mundo civilizado, en sociedades que crecen y progresan a pasos agigantados, pueda generarse y convivir la violencia brutal y mortal contra las mujeres, en especial de sus propios afectos y de quienes más deberían quererla.
El femicidio como el machismo son enfermedades psíquicas, morales y sociales.

El machismo es la exaltación de las características varoniles y la tendencia a resaltar la supremacía social y física del varón sobre la mujer, y es machista el partidario de esa tendencia o costumbre.
Desde tiempo inmemorial y como consecuencia de la diferenciación social de roles y la actitud de la mujer de criar sus hijos, después de la gestación en su cuerpo, el varón intentó sobresalir y hasta someter a la mujer a sus ideas, apetencias y gustos.
La tendencia se hizo definitiva, y la supremacía muchas veces se convirtió en violencia y perversión.
Se constituyó una cultura del machismo, y una aceptación que la mujer estaba debajo del varón, y que en las relaciones sociales, respondía primero a su padre, después a su marido o a su pareja, y después a sus hijos varones.
No sólo la aceptación fue por los varones, sino también por las mujeres, muchas de las cuales consideraron normal y natural su dependencia.
Las pocas que se opusieron o que lucharon contra el sistema, terminaron trágicamente, muertas o desterradas o consideradas anormales, desquiciadas o perturbadas.

Fue muy común durante siglos, y aún se conservan resabios, la educación del embudo, se tolera y fomenta condiciones en el varón que no se les permite a la mujer, sobre todo en la educación y la exposición sexual, como si la condición y el apetito sexual fueran distintos, y la mujer estuviera obligada a someter sus deseos o a castrar sus aspiraciones de satisfacción.
La ablación de los labios como una manera de evitar el gozo sexual en la mujer es otra de las aberraciones y perversiones terribles de la humanidad que no termina de condicionar su carácter civilizado con la barbarie de sus costumbres.
En este contexto que el marido, el concubino o la pareja de una mujer la considere una cosa de su propiedad desata la potestad de disponer, usarla, y hasta vejarla y matarla porque le pertenece.

La cultura se expresa en el lenguaje y era muy común preguntar si uno se iba a un lugar alejado que tres cosas llevaría y la respuesta, era un libro, una radio portátil y una mujer, determinando la cosificación de la fémina, como posesión del varón.
La igualdad, el equilibrio, la no discriminación que se determinan en otros aspectos de la vida de relación muchas veces cede ante esta irreverencia cultural de muchos varones, que denigra su condición humana y los pone en situación de ser ellos los desquiciados e infrahumanos.

No hay otra forma de terminar con este flagelo que la educación, la buena educación desde la más tierna infancia.
Pero una educación que sea equitativa, sin diferencias, y aceptando las características fisiológicas y funcionales de cada uno de los sexos, sin dependencia ni autoritarismos, y con un alto grado de comprensión y ayuda mutua.
La preeminencia física del varón, a veces se desvanece ante el dolor, que pasaría si deberían dar a luz, como soportarían la crianza de los hijos, son preguntas sin respuestas, y enaltecen la figura de la mujer, que muchísimas veces es más fuerte y soporta más que los varones.

Educar, con los mismos principios y las mismas libertades y obligaciones, con los mismos derechos y las mismas garantías…
De esa forma en algún momento el péndulo se equilibrará y NO HABRA NINGUNA MENOS.


Elias D. Galati

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