En
los últimos días se lo ha visto al doctor Albino en varias notas periodísticas
en radio, televisión y medios gráficos, y no puede uno dejar de sorprenderse
por el respeto y admiración que dispensan varios de los más renombrados
reporteros nacionales al médico mendocino.
En
tiempos en que nadie resiste un archivo y en que la polémica tiene más espacio
que la reflexión, pareciera que Albino
contribuye a un clima en que la proposición cotiza alto.
Es
que a estas alturas nadie duda de la coherencia del fundador de CONIN en
Argentina, su solidez académica y las cartas credenciales que lo preceden:
Nada
más y nada menos que un país, nuestro vecino Chile, que prácticamente ha
vencido la desnutrición infantil aplicando Metodología CONIN.
Tras
casi un cuarto de siglo trabajando arduamente para prevenir y erradicar la
desnutrición infantil en la Argentina, con más de cinco mil niños actualmente
en programa, y una cantidad significativa ya rescatada del flagelo.
Uno
podría imaginarse que en alguna universidad, en foros científicos y algún
mentidero político, está empezando a repetirse la siguiente pregunta:
"¿Qué
hacemos con Albino? "
Es
que nuestra agitada Argentina, la de los errores sistemáticos y la ceguera ante
la realidad, la del profundo individualismo, tan adolescente como su
solidaridad emotiva.
Empieza
a avergonzarse de arrastrar índices de pobreza tan altos como persistentes y de
los que surge que la mayoría de los pobres son niños, y la mayoría de los niños
son pobres.
Tan
así, que duele y avergüenza.
En
2017 ya nadie discute que los primeros mil días son lo más importantes para el
desarrollo de un niño, que luego será tarde.
Que se necesita
50% de estimulación y otro 50% de alimentación.
Que
la desnutrición no es hambre, que esta última es una patología social profunda
que puede prevenirse; que cada niño tiene derecho a desplegar todo su potencial
genético, que la desnutrición produce discapacidad a largo plazo. Tampoco está
en duda la necesaria relación entre pobreza y desnutrición
¿o acaso alguien
puede suponer que no existe un alto componente de desnutrición en el 48% de
niños pobres de nuestra Argentina?
Que
es un mal oculto, que no necesariamente se manifiesta como en alguna triste
fotografía africana.
Que
está aquí, a la vuelta de la esquina y que si un país depende de la salud
absoluta de sus niños, nuestra Argentina tiene hoy su futuro comprometido.
Que
de nada sirve pensar en contenidos curriculares, salarios docentes o
calendarios educativos extendidos si no tenemos niños que lleguen con su cerebro
apto para la edad escolar.
En definitiva,
que no hay desarrollo posible en un país con niños pobres y desnutridos.
En
este contexto me gusta pensar que hemos dado un gran paso y que la pregunta
¿qué hacemos con Albino? empieza a escucharse más seguido.
Será
que a la manera del Tábano de Atenas, este médico ha picado a nuestra sociedad
para despertarla, nos ha clavado el aguijón y ahora conocemos el problema.
Podemos
convivir con él o trabajar, desde nuestro lugar, para resolverlo.
Quizás
más temprano que tarde aparezcan pobreza y desnutrición infantil en el top five
de las preocupaciones argentinas.
Quizás,
podamos en un futuro muy cercano superar el metro cuadrado de nuestros
intereses -legítimos, por qué no- y ocuparnos de nuestro futuro como Nación:
Es
que si la cuestión moral no nos bastara, recordemos la implicancia económica de
permitir que la mitad de nuestros niños no tengan acceso al futuro.
Mientras
tanto me pregunto ¿qué hacemos con Albino?
¿Qué
hacemos con la desnutrición y pobreza infantil en la Argentina?
Mariano
D'Onofrio
Director
de Relaciones Institucionales
Fundación
CONIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario