Por Julio Doello
Su Señoría: María José Sarmiento se ha metido en camisa de once varas y pagará cara su osadía de contradecir con su fallo el neocarlotismo de nuestra princesa regente, quien a pesar de responder al nombre de Cristina -sorteando los puentes cronológicos- comparte con la legendaria princesa Carlota Joaquina de Borbón (1775-1830: Un carácter ambicioso y violento.
Es en vano que merced a los cuidados de sus asesores de imagen procure mostrarse como una cenicienta apaleada por confabulaciones siniestras urdidas por su vicepresidente, los maléficos medios y una oposición sedienta por destronarla.
Los "destellos rabiosos de su mirada", no logran opacarse con su sonrisa ladeada y sus palabras cargadas de ironía.
El hecho de haberse aferrado a su sana crítica y libre convicción cuestionando el mecanismo de despido del señor Redrado, así como la utilización de fondos del Banco Central para pagar deuda externa privada, sometiendo a proceso sumarísimo lo que el Gobierno pretendía resolver en un sácame de allí esas pajas, ha transformado a la Jueza Sarmiento en una enemiga pública del “Modelo”.
Así que deberá acostumbrarse no sólo a ver patrulleros rondando su casa o parados al azar justo a unos metros de su domicilio, sino que deberá permanecer hierática y lejana mientras los amanuenses del poder tiran su honra a los perros.
Todos sabemos que en este particular país, sometido al albur de las venganzas de los bandos que ocupan ocasionalmente el poder, ser o haber sido familiar de algún militar que cumplió actividades durante el sangriento proceso militar que quebró la historia de la Argentina en 1976, constituye una impureza insalvable de la sangre.
De ahí que toda opinión jurídica de la Jueza Sarmiento, mientras rija este sistema, está teñida de nulidad absoluta.
La KGB kirchnerista se ha puesto raudamente en movimiento y nos ha arrojado al rostro un dossier que cuenta que el padre de Su Señoría, es Luis Sarmiento, quien, con el grado de Teniente Coronel, integró la SIDE procesista...
Ergo, su hija, la Jueza María José Sarmiento, oculta en cada una de sus decisiones un videlismo ingénito y deberá enfrentar más temprano que tarde el escarnio de un juicio político, para salvaguardar los derechos humanos y la memoria de los desaparecidos.
No han corrido la misma suerte, por ejemplo, el Dr. Gustavo Maradini Drago, defensor del legendario, ausente e impune Pepe Firmenich, ni el Dr. Rodolfo Yanzón, defensor del célebre Gorriarán Merlo, después de su última aventura sangrienta en La Tablada.
Tampoco el inefable Shocklender, parricida irredento, hijo putativo y asesor jurídico de Hebe de Bonafini.
Todos ellos gozan del reconocimiento de quienes están llevando a cabo esta gesta progresista.
Es más, cuentan con más posibilidades de llegar a la Corte Suprema de Justicia que nuestra malograda Jueza Sarmiento, quien nunca olvidará los idus infaustos de enero de 2010, que la hallaron de turno durante la feria judicial.
En este país gobernado por una mujer que ha logrado que algunos medios del exterior desempolvaran del arcón de los arcaísmos políticos la palabra “déspota” y la pusieran en letra de molde para calificar la situación imperante, todo aquel que no coincida con la “formación especial” que conduce Néstor Kirchner junto a Aníbal Fernández, Rossi, Picheto, D’Elía, Pérsico y los demás juramentados que han resuelto jugarse a todo o nada, por una estrategia política basada en el resentimiento y el atropello y que ni siquiera constituye una clara construcción ideológica, todos aquellos que se le oponen, aun peronistas de rancia estirpe como Duhalde o Rodriguez Saá, o la misma Vilma Ripoll, quien ha hecho de su vida un paradigma de la lucha clasista, forman parte de una “derecha” pérfida que se opone al “Modelo” sacramental que pretenden profundizar.
De ahí que me conmueva la suerte de Su Señoría la doctora María José Sarmiento.
Tan aferrada al fiel de la balanza, tan sola y, para colmo, dueña de una sangre impura, que envilece cualquier decisión de su parte.
De todos modos me congratulo que estos episodios ocurran en esta época, porque a lo sumo sufrirá uno que otro atropello doloroso o deberá compartir con Mirtha Legrand su lapidación por algún piquete de La Cámpora que le arrojará botellas de agua mineral.
Peor hubiera sido si le hubiera tocado ejercer su judicatura en los setenta, porque, a pesar de que no se puede hacer historia contrafáctica, mi experiencia me dice que es probable que un tribunal revolucionario ya la hubiera secuestrado y condenado a muerte.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Julio Doello por gentileza de su autor.
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