Por
Gabriela Pousa
“Sueña el rey
que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este
aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Qué hay quien
intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte? (…)”
Monólogo
de Segismundo en “La vida es sueño“ - Calderón de la Barca
Es
la herencia más penosa que nos dejó el kirchnerismo:
El asombro
frente a la normalidad.
No
estamos acostumbrados a ver lo que estamos viendo en la actualidad.
Y
al hablar de normalidad no hacemos referencia a perfección porque ambos son
conceptos que nada tienen que ver ni siquiera en su más remota acepción.
Esto
de observar, de la noche a la mañana, a la Justicia haciendo lo que debe hacer:
“dar a cada uno lo suyo”, según la
definición de Ulpiano nos resulta extraño.
Durante
doce años se nos ha enseñado que la impunidad era inherente al poder, y que el
poder se mantenía aun cuando se transiten los meses con la categoría de
“ex”.
Asimismo,
nos han demostrado con creces que los deseos del pueblo no son prioridades para
ningún juez.
Pues
bien, hoy la excepción nos sacude y estamos frente a la TV como observando un
culebrón que cuesta creer. ¿Qué está pasando?
¿Hay
algún pacto, alguna conspiración que explique este despertar de una parte de la
Justicia Federal?
¿Este
doctor Casanello no era K?
No,
no nos alcanza ser espectadores pasivos de esta semblanza.
Pensamos,
aún sin confesarlo, que algo más debe haber.
Se
oyó decir que quizás Lázaro Báez se entregó para salvar a la dama.
Demasiada
inmolación para una sociedad de intereses más que de amistades y afectos de
verdad.
Fue
un primer paso auspicioso ver a Ricardo Jaime y al socio de Néstor esposados
entrar a la cárcel.
Se
descomprimió en parte un clima social que no era el más afable:
Los
aumentos generalizados habían alterado los ánimos.
Ahora bien,
todos saben ya que una cosa es Ali Baba y otra los 40 ladrones.
Ningún
funcionario judicial que haga honor a su cargo – el jaque mate también es a su
impunidad -, se contentaría con tener tras las rejas a un secuaz.
Querrían
a Ali Baba.
Ahí
está el qui de la cuestión, la batalla final:
¿Algún
día veremos tras las rejas a Ali Baba?
No
alcanza, a esta altura de las circunstancias que se impute o se sospeche nada
más a quién todos saben, con mayor o menor rigor, que es la jefa de la banda.
Lo
cierto es que esta semana Ali Baba desembarca en tribunales, y será esa la
postal de cómo el kirchnerismo ha dejado la Argentina:
Dividida,
y a una parte también cegada.
Cegada
a la verdad por más pruebas que haya.
Claro
que esa es apenas una fotografía, no toda la película.
La
cuestión crucial radica en saber si los jueces federales son falibles a las
presiones y en ese caso, de quién…
Lo
que se libra en lo sucesivo es una
contienda entre el deber ser y el poder o querer ser de los funcionarios
judiciales.
Casi
una circunstancia shakespereana al mejor estilo Hamlet.
Lo
positivo de esta puja psicológica o existencial si se quiere, es que de allí
saldrán los intereses en pugna, y las respuestas acerca de si esto que
empezamos a vivir, continuará o menguará hasta quedar solo en la categoría de
escándalo o show mediático.
Porque
si algo acumulamos en todos estos años han sido escándalos, puestas en escena,
coliseos armados para la “gilada”, etc.
Si
este comienzo de Poder Judicial con pantalones largos es real, habremos
superado la etapa de espantarnos frente a lo normal, y de especular con entre
telones y negociados turbios cada vez que algo no extraordinario despierte la
atención de los ciudadanos.
Recuperar
la Justicia va de la mano con el recupero de la credibilidad.
Y
volver a creer es un requisito sine qua non para que el país vuelva a ser lo
que alguna vez fue.
La
esperanza tiene asidero si se admite que desde diciembre se fue perdiendo el
miedo, si se acepta que somos parte activa en este proceso, y no meros
espectadores creyendo que nada tenemos que ver con todo esto.
La
presión de la calle fue siempre en Argentina una herramienta que pesó en las
decisiones más trascendentales.
No
es lógico que un juez falle según una marcha de ciudadanos con cartel, pero
sincerémonos:
Nuestra
idiosincrasia hace que esas marchas agreguen un granito de sal en la balanza.
¿O
no ha influido el hartazgo social con la impunidad en esta cruzada?
Cristina
Fernández de Kirchner, si tenemos en cuenta lo heredado, congregará un porcentaje elevado de adeptos a
su causa, aunque no se sepa realmente cuál es esa causa o no quiera saberse.
La
ex mandataria hoy solo persigue una meta:
Zafar,
ni siquiera podemos decir que busque la libertad porque a la libertad la perdió
adentro de su propio yo.
La ambición la
mató.
Ya
saben que volver es tan utópico como lo fuera el maniqueísmo de Diana Conti
agitando las banderas de “Cristina eterna“.
Lo
que les queda es conseguir que la única prisión que habiten sea similar a la
que habitara Segismundo en la pluma de Calderón, aunque claro sin la expiación.
Confinados
a su propio destierro aún en este suelo casi como Mersault, el extranjero de
Camus ajeno a todo cuanto pasaba a su alrededor.
No
hay muchas salidas para este laberinto en que se han metido solitos.
Ya
se sabe cómo son las lealtades en el peronismo, imaginen pues como pueden
serlas en la última degeneración del “ismo”.
A
Cristina se la acompañará hasta el final, es decir hasta la puerta del
cementerio pero no esperen luego que la rescaten de los sepultureros.
Por
el contrario, es factible que sus aliados sean quienes primero tomen las palas
y echen tierra sobre sus restos.
Y es que en este
caso ni siquiera habrá quién le regale un mausoleo...
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