Por
Cosme Beccar Varela
A
medida que se acerca la fecha en que vence el registro de la puja por las candidaturas,
en los diarios sólo se ven caras que pertenecen a la única clase admitida por
esos dueños de la fama, que son los medios de comunicación masiva, es decir,
las de los políticos profesionales, raza despreciable que ostenta el monopolio
de los cargos en los tres poderes.
Macri,
la ex usurpadora Kirchner, Massa, ex jefe de gabinete de la antedicha, Lavagna,
ex ministro de economía del “marido” de la ya mencionada y una runfla de
peronistas que no se distinguen entre sí por ninguna cosa que valga la pena
mencionar.
Todos
tienen en común la vulgaridad más agresiva, la total carencia de ideas dignas
de ser consideradas como tales y exhiben con total desparpajo su codicia de
poder y de plata mal habida como motor exclusivo de sus aventuras políticas.
Lo
peor del asunto es que lo que se disputan entre sí es nada más y nada menos que
la fuerza pública que les permite obligarnos a hacer lo que ellos quieran o no
hacer lo que ellos no quieran, es decir, la
supresión de todas las libertades legítimas y el dominio indiscutido de
farsantes privilegiados en todos los órdenes de la vida, en las artes, los
negocios y hasta en la jerarquía religiosa.
Es
inútil tratar de encontrar en su palabrerío hueco una chispa de inteligencia o
de verdadera moral.
Sólo se ve la impúdica
pretensión de imponerse para gozar de los cargos y sus prebendas, entre las
cuales están los enormes sueldos que reciben y los aún más enormes botines que
la corrupción convertida en hábito aceptado les ofrece.
Todos
ellos son peronistas (o sea, ladrones y resentidos sociales, pues
esa es la materia prima con que se fabrica un peronista) o de izquierda atea y
asesina (con el aborto incluido).
Los gobiernos
existen, en teoría, para servir el bien común de todos los habitantes con amor
a la Justicia que exige premiar a los buenos y castigar a los malos según los
principios elementales de la ley natural cuyo fiel reflejo es la moral
cristiana.
Es
decir, el gobernante debe estar al servicio del Derecho y favorecer el trabajo
honesto tratando de que el Estado sea lo menos gravoso posible.
Sin
embargo, estas nociones simples y benéficas están muy lejos de las intenciones
de los delincuentes coaligados que se disputan hoy los cargos públicos en los
tres poderes.
Ni
siquiera puede esperarse de ellos el mínimo de pudor que les haría fingir
alguna virtud o alguna capacidad intelectual.
Son
descaradamente inmorales y abrumadoramente obtusos.
Tampoco
dejan asomar ni una gota de buen gusto.
Lo
que hacen o dicen es exclusivamente vulgar y feo.
Todos sabemos
que cualquiera de ellos que llegue al poder hará más o menos el mismo daño que
los otros y todos deberemos sufrir las injusticias que ellos cometan con la
misma naturalidad con que respiran.
No
existe defensa alguna contra la avalancha de torpezas que son su “habitat”
compartido con los que adoptan el título vano de “opositores”.
Son todos de la
misma banda y todos son cómplices necesarios en los mismos delitos.
Lo
peor es que afuera de ese círculo cerrado de favoritos, hay una población que
no resiste ni está dispuesta organizarse para resistir este monopolio infame.
Es
decir, un pueblo que no merece otra cosa que lo que tiene arriba de la cabeza y
lo tendrá “hasta que la muerte nos separe”, como dice el rito
nupcial.
La
vulgaridad de la política es congruente con la vulgaridad de los “argentinos”.
Es
muy triste decirlo pero más triste es padecerla sin avergonzarse por la parte
que nos toca a cada uno de nosotros en esta comedia bufa e insoportable.
Parafraseando
al Dante y el anuncio que supone a la
entrada del infierno, podríamos decir de los que ya entramos en esta parodia
infernal:
“Lasciate ogni speranza voi qui state qui”
Dejad toda esperanza vosotros que aquí estáis...
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