Por María Záldivar
Tan mal hemos comunicado las ideas de la libertad que hasta los que quieren defenderlas, muchas veces equivocan los argumentos.
Es
tiempo de hacer un mea culpa y plantearse por qué avanza el socialismo siendo
una ideología que solo trae consigo pobreza y recorte de las garantías
individuales.
Hay
un liberal intuitivo en la calle que tiene simpatía por el liberalismo pero que
necesita información y quienes nos sentimos involucrados en la batalla cultural
no hemos encontrado la manera de difundir nuestras propuestas adecuadamente,
sobre todo en las últimas décadas.
Ese, precisamente, es un plano en el que el socialismo se luce.
El
socialismo adoctrina y tan buen trabajo viene realizando desde que fallaron sus
planes terroristas de implantar sus ideas por la fuerza a sangre y fuego, que
tiene infiltrada la educación formal y los medios de comunicación.
El
resultado es un coro de gente que respira socialismo, responde con socialismo,
reclama socialismo, simpatiza con el socialismo pero, en muchos casos, hasta
sin darse cuenta.
Las redes sociales se convirtieron en el fenómeno comunicacional del siglo XXI.
El
público anónimo se volcó masivamente a participar e intercambiar ideas con
amigos y desconocidos, y la política adquirió especial relevancia en esa ventana
que se abrió gracias al capitalismo, porque la invención de esos espacios no
provino de ningún “paraíso” comunista.
De
repente el ciudadano de a pie encontró un lugar de convergencia con los
dirigentes.
Se
horizontalizó la participación y el hombre común tomó contacto con personajes
públicos y gobernantes, dialogó con ellos, leyó sus propuestas, supo de sus
inconductas, obtuvo información y se enteró de muchos datos que los medios de
comunicación formales no le proveían.
Tenemos que ser pro-activos y, además de exponer los defectos ajenos, tenemos que trabajar sin descanso para multiplicar nuestras vías de difusión
Esto significó una verdadera revolución y, por un rato, distrajo a la sociedad de su reclamo de representatividad.
Pero,
mientras el socialismo crea figuras y fortalece los resortes estatales que
afirman su discurso, las ideas de la libertad no encuentran el cauce de la
difusión masiva.
Las
ONG liberales, en Argentina al menos y salvando alguna excepción, son clubes de
amigos cerrados donde dan vuelta siempre los mismos nombres y cuyas acciones no
consiguen trascender más allá de sus propios y reducidos mailings.
Desde que el presidente Donald Trump fue víctima de esas redes sociales tras el cierre intempestivo y sincronizado de sus cuentas, hay un sonoro debate al respecto y muchos bienintencionados denuncian “censura” ante la clausura de cuentas que difunden determinados contenidos.
Es
preciso entender que esos espacios son propiedad privada.
Son
la idea y la inversión de alguien y ese alguien tiene derechos sobre su
propiedad.
El
socialismo que corre por las venas de gran parte de la población mundial a
veces no reconoce ese derecho y reclama con indignación cuando se lo ejerce.
Cuando Instagram, Facebook o Twitter cierran cuentas, para un liberal no es censura, es ejercicio del derecho de propiedad.
Después,
se pueden buscar las explicaciones o excusas que uno quiera, pero el dueño de
algo que, por exitoso es casi un monopolio natural, debe poder elegir a sus
clientes.
Es
lo que en el plano comercial se llama “derecho de admisión”.
Porque
las redes mencionadas y cualquier otra no son servicios públicos sino una
oferta privada a la que cada usuario se suma voluntariamente asumiendo como
válidas las reglas internas.
La victimización no es el camino.
El
liberalismo exige una conducta moralmente sana de la que la izquierda carece
En Argentina ocurrió que alguna emisora de radio privada desvinculó a periodistas críticos del gobierno kirchnerista; muchos gritaron “Censura! Censura!” y para ser consecuentes con los principios que defendemos, es correcto afirmar que no fue censura.
Fue
un privado decidiendo sobre los contenidos de su producto.
Que
hubiese un trasfondo político-ideológico en la decisión, es muy probable; que
sea reprochable la intolerancia a la diversidad de ideas, también.
Pero
que haya delito, infracción o siquiera un exceso, no.
Así vivimos los liberales la libertad.
Así
debemos vivirla para no parecernos a lo que rechazamos.
Por
estos días la popular red social Instagram cerró la cuenta de un escritor
argentino de derechas y pro-vida.
Fue
auspiciosa la airada e inmediata reacción de sus millones de seguidores.
Sin
embargo, no estamos adoptando una actitud consecuente con lo que predicamos.
La
victimización no es el camino.
El
liberalismo exige una conducta moralmente sana de la que la izquierda carece.
Por
eso también nuestras batallas son más duras pero esquivarlas no es la solución.
Ni
rendirse, ni ceder como hace el buenismo light.
Quienes detestamos la arbitrariedad de la izquierda, sus malos modos, sus empujones amenazantes, su falta de escrúpulos, su desprecio por la diversidad de opiniones, tenemos la responsabilidad de hacer algo más que señalarlos.
Tenemos
que crear espacios para difundir nuestro mensaje para no depender de la
parcialidad de terceros.
Tenemos
que impulsar y promover voceros de la libertad.
Tenemos
que ser pro-activos y, además de exponer los defectos ajenos, tenemos que
trabajar sin descanso para multiplicar nuestras vías de difusión.
Sin duda que las redes sociales más populares tienen definida una posición filosófica que simpatiza abiertamente con la izquierda, sus principales figuras, el aborto, los lobbies LGTBI y todo lo que ellos han instalado como políticamente correcto
Razón
de más para incentivarnos a la acción.
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