El exitoso contra ataque contra Fernando Iglesias
Basado en inexactitudes y exageraciones muestra que el sistema político todavía es vulnerable al acoso y derribo kirchnerista
Por
HERNÁN IGLESIAS ILLA
Ahora parece que fue hace mil años, porque en la política contemporánea los escándalos se prenden fuego por la mañana y se apagan a la noche, pero esta semana 15 diputadas oficialistas pidieron la expulsión de su colega Fernando Iglesias por haber dicho cosas que no había dicho, subidas a un tren de inexactitudes y exageraciones habitual en el oficialismo pero avaladas esta vez (y no por primera vez) por la gran mayoría de los medios, incluidos los opositores, que por pereza o inercia aceptaron la narrativa kirchnerista, y convalidadas incluso por candidatos de las listas opositoras, que salieron a hacer equilibrio entre su rechazo a la misoginia y su rechazo también al que hasta ese momento había sido el escándalo real:
Las reuniones
sociales en la Quinta de Olivos, en horarios extravagantes, en las mismas
semanas en las que el presidente Alberto Fernández llamaba “idiotas” a los
argentinos que salían a la calle y amenazaba con hacer cumplir “por las malas”
el aislamiento.
La secuencia del caso Iglesias no es novedosa pero sí transparente, y por eso sirve de ejemplo para mostrar un modo de actuar del kirchnerismo que, años después, le sigue resultando exitoso para desviar la atención, embarrar la cancha, transformar en un duelo de acusaciones lo que hasta ese momento sólo eran acusaciones en su contra. Esta es la lección que tiene que quedar más clara de lo que pasó en la última semana:
No
el análisis minucioso de los dichos de Fernando Iglesias sino la confirmación
de la estrategia de contraataque kirchnerista, probada mil veces, que se agarra
del eslabón más débil de una denuncia ética (o penal) para devolver un aluvión
de contradenuncias y ataques personales, a menudo con la colaboración
involuntaria del resto del sistema político y mediático.
La
buena noticia es que el modus operandi es cada vez más claro y transparente.
La
mala es que sigue funcionando, en buena parte porque quienes deberían parar un
segundo la pelota y preguntarse, como Alejandro Fantino, “pará, pará, pará, ¿de
qué estamos hablando?”, no lo hacen.
Intentaré
hacer una síntesis, lo más breve posible, para saber de qué estamos hablando
(la cronología es importante) y después ver si me animo a hacer un par de
reflexiones.
Hace dos semanas, @gonziver publicó en su cuenta de Twitter el registro de visitas de la Residencia Presidencial de Olivos, al que había tenido acceso gracias a un pedido de acceso a la información pública. @Gonziver dejó un enlace para que cualquiera pudiera bajarse el listado completo y además hizo una pequeña selección de las primeras cosas que le llamaron la atención:
Ahí
ya aparecieron los nombres de Sofía Pacchi, Emmanuel López, Fernanda Consagra y
otros, llamativos por el registro de que más de una vez habían salido de Olivos
después de la medianoche.
La publicación causó un revuelo inmediato en las redes sociales, pero no en los medios ni en la política, que durante varios días ignoraron o minimizaron las revelaciones.
En
las redes, especialmente entre tuiteros opositores, la noticia fue recibida con
esa mezcla de bronca y excitación que es medio inevitable, y una primera
hipótesis fue que Pacchi y otras mujeres incluidas, como Stefanía Domínguez,
habían ido a Olivos en su calidad de, cómo decirlo, acompañantes
íntimas del Presidente.
Esto
no hay que negarlo.
Dados
los rumores que circulaban sobre los apetitos sexuales de Alberto (nunca
confirmados, pero reproducidos por periodistas y políticos en off the record) y
su propia conducta (aquel almuerzo con la pintora mendocina, sus mensajes con
periodistas mujeres, el constante flirteo tuitero antes y durante su
presidencia) no es sorprendente que aquella chispa volviera a encenderse al
saber que una mujer joven y atractiva, de quien se habían podido googlear fotos
provocadoras, había estado en Olivos en horarios extraños.
Pero
tampoco hay que justificarlo:
Twitter
se tiró de cabeza a una hipótesis sexual que hoy parece desmentida, y Pacchi
parece más culpable de tener un contrato estatal por amistad con la primera
dama, por hacer parte de su vida social en Olivos cuando ella y sus anfitriones
debían “quedarse en casa”, como se decía entonces, y (esta arista todavía está
en desarrollo) por haber introducido al núcleo estatal a su pareja, un
empresario que en los meses siguientes ganó licitaciones millonarias.
CRECE LA POLÉMICA
Hasta el 29 de julio, el escándalo había circulado casi exclusivamente en redes sociales, en la versión guaranga, carnavalesca y agresiva que suelen tener estas conversaciones, sobre todo en Twitter y Whatsapp.
Ni
la política ni los medios le prestaban demasiada atención (con la excepción de
algunos programas de TV, como Odisea Argentina), en parte porque no sabían cómo
subirse.
La
excusa que encontraron los diarios, como pasa muchas veces, fue una denuncia
penal, la que hicieron Yamil Santoro y otros dirigentes para que se investigue
al Presidente, a Pacchi y a otras personas por haber violado la cuarentena.
Clarín
publicó su primera nota sobre el tema esa misma noche.
La
Nación, al otro día, con el título: “Polémica
por ingresos a Olivos en el cumpleaños de Alberto Fernández, en pleno
aislamiento”, citando como fuente de los listados a Poder Ciudadano.
Ese
día empezaron las primeras desmentidas del Gobierno, enfocadas todavía en el
rol de Pacchi:
“He
compartido situaciones de trabajo con ella”, dijo Victoria
Tolosa Paz.
Hasta ese momento ni Florencia Peña ni Fernando Iglesias eran parte de la cartografía del escándalo, y eso que Iglesias ya había publicado, la tarde del martes 27, el tuit por el que la semana siguiente sería denunciado:
“Para
mí, la señorita iba a ayudarlo a encontrar la perilla que enciende la economía
para poner la Argentina de pie”.
Florencia
Peña, que en los días siguientes se convirtió –un poco inexplicablemente– en
protagonista central del caso, recién empezó a ser mencionada en la tarde del
miércoles 28, otra vez con un tuit de @gonziver, que mostraba su primer ingreso
a Olivos en mayo de 2020, todavía en la fase más dura de la cuarentena.
Peña,
habitualmente picante en las redes, crítica de opositores, militante de las
escuelas cerradas y otras causas oficialistas, había tuiteado apenas una semana
antes, ya usando el vocabulario K de la pandemia:
“Si
sos anti-cuarentena y te contagiás, ¿merecés una cama o la donás para el que
está de acuerdo?
¿Alguien
sabe?”
¿Cómo
se convirtió Florencia Peña en protagonista mediática del caso?
Lo decidió ella
misma.
Lo decidió ella misma, al hacer un descargo el lunes 2 de agosto en Flor de equipo, su programa en Telefé.
Ahí
explicó que había ido a Olivos para hablar sobre el momento difícil que estaban
pasando los actores (tan difícil como el del resto de la economía, que en aquel
trimestre cayó 30 %) y dejó una frase inolvidable (“no soy la petera del Presidente”), con la que obviamente
titularon todos los portales.
¿Quién
le había dicho petera?
Algún
tuitero, imagino.
Un
tuitero desagradable, machirulo o chambón, como queramos verlo, pero al que
Peña debería ignorar, no sólo porque con su descargo hizo famosa la acusación
contra ella sino también porque si todos protestáramos por lo que nos dicen en
Twitter estaríamos todo el tiempo protestando.
Y
por otra razón: las personas públicas y con micrófono mediático deben saber que
el reverso de ese privilegio es que te puteen en las redes, aunque sea
desagradablemente y prejuiciosamente, como ocurrió en este caso.
Otra
razón más: los tuiteros picantes, como
la propia Florencia, que se divierten chicaneando y burlándose de los que no
piensan como ella, saben (sabemos) que un costo de tirar dardos en las redes es
que a veces los dardos vuelven volando en la dirección contraria.
No para justificar cualquier cosa, por supuesto.
Coincido
en que los ataques virales con frecuencia se ensañan más con las mujeres que
con los varones y que la sexualización inmediata de los listados de ingreso a
Olivos fue apresurada.
Tiene
derecho Florencia Peña a ofenderse cuando la tratan de amante del Presidente,
porque es un hecho falso.
Pero
tiene menos derecho a victimizarse de la manera en la que lo hizo, a denunciar
que le mandaron trolls pagos del “call center” (¿cuándo se terminará el mito
del call center en la liturgia kirchnerista?) o a decir que hubo una campaña en
su contra.
EL ÚLTIMO ESLABÓN
Todavía
falta un último eslabón en la cronología y es cómo se relacionó, después del
lunes 2, el lamento de Florencia Peña con los tuits de Fernando Iglesias, que
hasta ese momento habían ido por carriles separados.
Incluso
había pasado inadvertido un segundo tuit de Iglesias sobre el tema, con tres
fotos de Pacchi, Peña y Úrsula Vargues sobre un tuit del jefe de Gabinete, que
había dicho (falsamente) que todas las visitas a Olivos habían sido de trabajo.
El
primer registro que encontré es del mismo programa de Florencia Peña, pero en
la voz de Nancy Pazos, que la noche anterior había visto a Fernando Iglesias en
TN:
“Dio
a entender que detrás de la reunión de Florencia Peña en Olivos había un problema
sexual”,
dijo Pazos. Técnicamente, lo que Iglesias había dicho, después de hablar en
general de “escándalos sexuales” y de que Diego Sehinkman lo corrigiera (“no sé
si eran sexuales éstos”), es lo siguiente:
“Bueno,
escándalos de este tipo. Ha habido con Perón, con Menem y con Alberto
Fernández”.
De esta liana finita se colgó la monada oficialista para, en pocas horas, con una velocidad admirable y gran una capacidad de coordinación espontánea, salir a indignarse en las redes y en los medios y a pedir la renuncia o la expulsión de Iglesias (con quien, aclaro, no me une ningún parentesco).
Un
oficialismo hasta entonces atontado por un escándalo que lo hería en lo más
profundo de su contrato político –”te obligué a quedarte en tu casa durante un
año mientras en Olivos venían nuestros amigos a comer asados”– se sintió con
fuerzas para contraatacar, con un tema difícil de contrarrestar (la misoginia)
y contra un objetivo ideal (Fernando Iglesias), detestado unánimemente por el
peronismo y mirado con desconfianza por los neutrales y los medios.
Se fueron apilando los testimonios y los reclamos, primero de figuras menores (Dalbón, artistas, actores) y después de todo el mainstream de satélites oficialistas, desde el INADI, el colectivo Mujeres Gobernando y hasta la CGT, una de las organizaciones más machistas del país, que emitió su propio comunicado de repudio.
De
ahí al pedido oficial del pedido de renuncia por parte de las diputadas
kirchneristas, impulsado por Gabriela Cerruti y enseguida apoyado por el propio
Gobierno, sólo había un paso.
De esta saga, que alcanzó su apoteosis el miércoles y se diluyó después, me interesan un par de cosas.
Por
un lado, la cobertura de los medios, que reflejaron el pedido de expulsión de
Iglesias y la posterior denuncia penal de Florencia Peña (apadrinada por
Fernando Burlando, también abogado de Juan Darthés), sin apenas creer necesario
ir al detalle sobre qué había tuiteado o dicho Fernando Iglesias para generar
tamaña reacción.
No
hacía falta.
Cuando
en los días siguientes Laura Di Marco le preguntaba a Patricia Bullrich qué
opinaba de los comentarios misóginos de Iglesias, la condición de misóginos de
esos comentarios estaba sobreentendida.
Lo
mismo ocurrió en decenas de otras entrevistas a figuras de la oposición,
algunas de las cuales dieron respuestas que consideraron sensatas –“no me
gustan esos comentarios pero el escándalo real son las fiestas en Olivos
durante la cuarentena”– sólo para ser castigadas después por los mismos
medios que las entrevistaban, a los que sólo les interesaban sus diferencias
con Iglesias.
Siento que a
pesar del paso de los años y de la repetición de la estrategia, todavía al
sistema le cuesta resistirse a las operaciones de acoso y derribo
kirchneristas, a las cuales procesa mecánicamente, sin hacerse preguntas
profundas, quizás con miedo de quedarse afuera de un tema de actualidad.
A
medida que iba avanzando la semana, cada vez había menos necesidad de explicar
en detalle qué era lo que había dicho Iglesias. En buena parte porque no había
mucho para mostrar.
EL FALSO EXTREMISTA
Otro
factor que facilitó la propalación del contra escándalo es la impopularidad de
Fernando Iglesias entre los neutrales y buena parte de los periodistas.
Iglesias
es considerado un extremista ideológico, en un confuso episodio que mezcla su
alergia al peronismo con el extremismo ideológico.
Sin
embargo, Iglesias votó a favor del matrimonio igualitario (hace 10 años) y a
favor de la legalización del aborto, votos a favor de las mujeres y las
minorías sexuales que lo alejan del estereotipo en el que han querido
encerrarlo esta semana.
Su
referencia ideológica es el centrismo europeo, los partidos de centroizquierda
corridos hacia el centro en los últimos 20 años, con un especial énfasis en la
defensa de la democracia liberal (una posición que puede ser cualquier cosa
menos extremista).
Irrita
porque está convencido de sus posiciones, porque no se achica ante nadie y
porque comete el pecado político de no hacerle concesiones al peronismo, al que
trata como un partido más y no como a un destino nacional inevitable.
Es, por otra parte, uno de los mejores defensores del gobierno de Cambiemos, con datos, cifras y sentido común, y es inmune al psicopateo oficialista, sobre todo en Twitter y en televisión.
A
veces personaliza demasiado sus invectivas y eso le puede quitar brillo a lo
que dice, porque permite que le corran el foco, alejándolo de sus ideas y
acercándolo a su temperamento, que es fuerte y discutidor.
Pero
su impopularidad en el peronismo y zonas aledañas se debe en buena parte a que
no participa del juego de cortesías habituales del sistema.
Y
esto lo digo teniendo diferencias con él: yo sí creo que alguna participación
del peronismo (pero no del kirchnerismo) tiene que haber en la hoja de ruta que
nos saque de este pantano económico e institucional. Y él me lo ha echado en
cara.
Públicamente,
como hace siempre, y esto lo digo como un elogio.
Por todo esto es que Fernando Iglesias se convirtió en un blanco ideal para el contraataque kirchnerista de esta semana.
Por todo esto es que Fernando Iglesias se convirtió en un blanco ideal para el contraataque kirchnerista de esta semana, cuyo único objetivo, insisto, fue cambiar el sentido de la conversación sobre las visitas a Olivos durante el aislamiento estricto.
A
medida que personajes públicos empezaron a mostrar su decepción y su
indignación, porque no pudieron despedir a sus seres queridos mientras el
Presidente y la Primera Dama mantenían su vida social, y miles de padres y
madres se preguntaban por qué sus hijos habían estado encerrados mientras el
Primer Perro recibía su adiestramiento en forma presencial, aquel eslabón débil
de Iglesias (“encuentros sexuales… encuentros de este tipo”) habilitó una
escapatoria, que necesitó y obtuvo toda la munición oficialista:
Un
ataque total, flojo de papeles, que convertía un chiste (¿malo?, puede ser) y
una frase distorsionada en un crimen de odio y “violencia de género mediática,
institucional y simbólica”, como dice la denuncia de Peña.
Es
la tercera vez que lo digo, pero lo que más lamento de este episodio es que
hayan tenido éxito.
De Florencia Peña no tengo mucho para decir.
Conozco
poco su trabajo como actriz pero sospecho de casi cualquiera que haya
participado durante tanto tiempo de los circos bizarros de Marcelo Tinelli.
Me
molestó de su descargo, además de la sobreactuación y la teatralización
posterior, más cercana los rituales de la farándula que de la política, el
latiguillo peronista de decir “me atacan porque critico al establishment”.
Peña
tiene un programa en un canal que pertenece a Viacom, una de las dos o tres
mayores corporaciones globales de medios, y tiene acceso fácil y rápido a
Olivos o la Casa Rosada si un día quiere hablar con el Presidente de la República.
¿Hay
algo más establishment que eso?
Diría
algo más: si con alguien ha sido injusto este escándalo es mucho más con Sofía
Pacchi que con Florencia Peña.
Me voy despidiendo.
Disculpen si el
tono de este texto es inusualmente exaltado, pero su redacción coincidió en el
tiempo con la cancelación del vuelo de regreso de mi mujer y mi hijo, que están
en Europa visitando a mis suegros.
Es la tercera
vez en tres semanas que les cancelan un vuelo, las tres veces sin explicaciones
y a pesar de que sus asientos habían sido garantizados por las propias
aerolíneas en los días anteriores.
Ahora
no sabemos qué va a pasar.
El
Gobierno sigue sin publicar los vuelos autorizados para las próximas semanas,
por lo que es imposible comprar un pasaje sin riesgo de que vuelva a ser
cancelado.
Más
allá de la necesidad sanitaria de establecer este cepo aeronáutico (para mí es
exagerado, pero supongamos que no lo es), su ejecución en estos meses ha sido
chapucera, cruel e incompetente.
Esta
impotencia y esta incertidumbre por no saber cuándo voy a volver a ver a mi
familia me parecen innecesarias y al mismo tiempo inevitables, porque vienen de
un espacio político que tiene una relación torturada y prejuiciosa con el mundo
y con los viajes al exterior.
Y
se supone que con esta misma gente, capaz de semejante destrato a compatriotas
que tienen todo su derecho a volver al país, es con quienes después debemos
tener conversaciones bien intencionadas sobre feminismo o misoginia.
Qué
sé yo.
Me cuesta
creerlo…
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