Por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 798)
“El error en política es perdonable, lo que no es perdonable es la estupidez”. Felipe González
No es lo peor que ha hecho, pero seguramente esto fue lo más trascendente; me refiero a las fotografías del cumpleaños de la pareja de Alberto Fernández en la residencia presidencial, en julio de 2020 y en plena “cuarentena”.
Ya sabíamos que estábamos ante un caracol inútil manejado por la titiritera patagónica, pero ahora también que es un “pelo-tonto” que documenta sus trapisondas.
Más
allá de su desprecio a las draconianas normas dictadas por él mismo, que
permitieron que la policía nos persiguiera,
encarcelara y hasta matara por violarlas, ratifica que carece de todo
principio moral, que es un caradura y un mentiroso serial que hasta hoy, cuando
todo ha trascendido y está probado, insiste en que sólo recibió visitas
vinculadas a la gestión y que la culpa de esta violación flagrante corresponde
atribuirla a su mujer.
Mientras
a todos se nos impedía el contacto con nuestros hijos y nietos, trabajar para
subsistir, y acompañar y enterrar a nuestros muertos, este “señor” hacía
fiestas multitudinarias y lograba que su perro tuviera muchas más clases
presenciales que los chicos.
En países serios, el Presidente Clown ya habría renunciado pero aquí los pedidos de juicio político ya presentados en el Poder Legislativo no prosperarán, porque para aprobarlos se necesitan los dos tercios de los votos, imposibles de reunir para la oposición.
El
oficialismo, como siempre hizo el peronismo con todos los delincuentes que
conviven bajo su protector escudito, usará sus mayorías para reiterar su
inveterado accionar de convertir al Congreso en un aguantadero de todo tipo de
criminales, desde ladrones de guante blanco hasta violadores seriales, como
José Alperovich.
En
general, tanto el periodismo cuanto algunos opositores centraron originalmente
las críticas en las eventuales connotaciones non sanctas de esas fiestas.
Quien
no lo hizo, y realizó así un magnífico trabajo, fue Nacho Montes de Oca que, en
su cuenta de Twitter, comparó la fecha de cada una de esas reuniones con hechos
dramáticos que ocurrieron en el país ese mismo día; por ejemplo, qué hacían
Alberto Fernández y su raro entorno cuando un padre tuvo que ingresar a Córdoba
caminando con su hija moribunda en brazos porque se le impidió hacerlo en auto,
cuando un joven se ahogó en un río formoseño porque no le permitieron entrar al
feudo de Gildo Insfrán por vías normales, cuando una joven moría en un pasillo
de hospital por falta de camas o cuando la policía mató a quienes, por
necesidad de trabajar, resistieron el aislamiento.
Las lacerantes y catastróficas heridas que este gobierno produjo en el ya arrasado tejido social (traducidas en casi 109.000 muertos, miles de empresas quebradas, emigración de la mejor juventud, millones de pobres, hambre generalizado, deserción escolar, violencia infra familiar, narcotráfico rampante), en razón de la ideologización, la corrupción y los negociados en la compra de insumos, la sideral demora del proceso de compra y aplicación de las vacunas, y la lista de personajes VIP (Sergio Massa, Jorge Taiana, Eduardo Duhalde, Hugo Moyano, Horacio Verbitsky, por nombrar sólo algunos) que saltaron la aterradora lista de espera para recibir de inmediato las inoculaciones, son todas hitos de la larga decadencia nacional y no debieran ser olvidadas ni perdonadas por la ciudadanía a la hora de votar.
En una sociedad medianamente normal, la catástrofe humanitaria, social y económica que ha producido el Gobierno (que se percibirá en toda su crudeza al día siguiente de las elecciones, cuando se corra la alfombra de controles, congelamientos, prohibiciones y cepos bajo la cual esconde sus pecados) haría que sus gestores comparecieran ante fiscales y jueces independientes.
Pero
esto es la Argentina, que ya registra índices de pauperización y falta de
instrucción pavorosos los cuales hacen que sus principales víctimas –los
habitantes de los más sumergidos conurbanos- sigan ciegamente banderas oxidadas
para intentar sobrevivir en esos infiernos a los que se los ha conducido y se
los mantiene intencionalmente, para reproducir aquí un escenario de
generalizada pobreza y obligar a los ciudadanos a la dependencia total del
Estado.
La clase política en todo el país se ha transformado, salvo contadas excepciones, en una casta privilegiada que pesa enormemente sobre las espaldas de un Estado fallido y, además de actuar en muchos casos como señores feudales, se considera exceptuada de respetar las reglas que rigen la vida del resto de los ciudadanos.
Y
para eternizar ese dislate que implica mantener sus privilegios, sólo atina a proponer
la creación de nuevos impuestos y a mantener eternos aquéllos que debían durar
un período, como el que inventaron Máximo Kirchner y Carlos Heller para gravar
los patrimonios en razón de la emergencia sanitaria.
Aún
estamos a tiempo –poco, por cierto- de salvar a la República y a su
Constitución, enviando al kirchnerismo al relleno sanitario.
Para
lograrlo, es absolutamente imperioso que dejemos de lado el miedo que nos han
inducido y vayamos masivamente a votar en las PASO y en las legislativas, y que
fiscalicemos de verdad las elecciones, para evitar el monumental fraude que el
kirchnerismo necesita concretar.
Quien dude de esa afirmación no tiene más que ponerse en la piel de Cristina Fernández y pensar qué sabe ella que le sucederá si no consigue alcanzar los dos tercios del Senado y el quórum propio en Diputados: quedará a tiro, sin fueros, de las volubles veletas que coronan el edificio de los tribunales federales, la historia la condenará y su proyecto hereditario de perpetuación desaparecerá para siempre.
Bs.As.,
14 Ago 21
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