Alberto Fernández quedó arrastrado por la jugada de su vicepresidenta.
Sobre
todo desde que su jefe de Gabinete, Juan Manzur, afirmó que el Senado hizo lo
correcto.
El
razonamiento de Manzur no pudo ser más sincero.
Dijo
que hubo que dividir los bloques porque el fallo de la Corte invadía
atribuciones del Poder Legislativo.
Quiere decir
que, para él, una vez que el oficialismo consiguió un representante más en el
Consejo, la invasión se terminó.
Imposible
sorprenderse con la desprolijidad institucional de Manzur.
Apenas
lo designaron ministro de Salud en Tucumán, adulteró las estadísticas de mortalidad
infantil.
Un tiempo
después llegó a la gobernación, en medio del humo de urnas incendiadas.
Tampoco
debería llamar la atención la connivencia del Presidente con la señora de
Kirchner.
Lo que ella
pergeñó es un pecado ínfimo comparado con las atrocidades que Fernández
convalida en Venezuela. Cuando dijo que allí las cosas habían mejorado
levantó una ola de críticas de alcance internacional.
Tamara
Taraciuk, responsable de Human Rights Watch para América Latina, le recordó
que, según expertos de la ONU, la justicia venezolana no sólo no investiga las
violaciones a los derechos humanos, sino que es cómplice de ellas.
También le
informó que las cárceles de Nicolás Maduro alojan a 240 presos políticos.
Y
que en la Corte Penal Internacional se abrió un caso por graves atropellos
contra garantías elementales por parte del régimen.
Amnistía
Internacional también emitió un comunicado, recriminando las expresiones de
Fernández como “un grave diagnóstico” y pidiéndole que, como presidente de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), lidere una salida
para esa dolorosa situación.
Tal
vez sea pedirle demasiado.
Se trata del
dirigente político que, también como líder de esa Comunidad, se ofreció como
portero de Vladimir Putin en América Latina.
Con
esas condenas en la espalda, que siguen entorpeciendo mucho su relación con los
Estados Unidos, el Presidente espera participar en junio de la Cumbre de las
Américas, que se celebrará en Los Ángeles.
Es
la oportunidad para conseguir la ansiada entrevista bilateral con Joe Biden,
que le prometió el embajador Jorge Argüello.
Los
demócratas están en campaña, buscando el voto hispano.
Por
eso tal vez les sirva exhibir a Fernández también en su calidad de titular de
la Celac.
Aun cuando tres
países de esa liga, Venezuela, Cuba y Nicaragua, no fueron invitados a la
asamblea porque sus gobiernos son considerados dictaduras.
Los
tres fueron decisivos para que Fernández obtuviera la presidencia de la
confederación, que sólo puede alcanzarse por consenso.
Él
debería asegurarse que al cabo de la reunión no habrá una declaración de
condena al chavismo, al castrismo y al sandinismo.
Sería
un momento embarazoso.
Si tolera a esas tiranías populistas, es comprensible que Fernández no censure las maquinaciones de su vicepresidenta en el Senado.
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