Por Mónica Gutiérrez
La llegada de un hijo es un momento único, mágico, pleno de sensaciones intransferibles.
Nada
acerca más a los misterios y vulnerabilidades de la condición humana que el
deslumbramiento ante la llegada de un bebé.
Un
recién nacido conecta con la
trascendencia y la idea de futuro pero por sobre todo con la urgencia,
con lo que no puede esperar, con lo apremiante.
Un
bebé es también presente absoluto.
El
parto no admite esperas.
El
llanto de un neonato tampoco, es pura demanda.
El
bebé impone su estado de necesidad. Reclama ser atendido. Es pura emergencia.
No sabemos
todavía qué impacto producirá en la impronta presidencial la llegada de
Francisco, el segundo hijo de Alberto Fernández.
No
está claro cómo emergerá de la breve pausa puerperal que lo sustrajo por pocas
horas del atolladero en el que está metido.
Del
Otamendi a Olivos.
De
cambiar pañales a remover ministros y producir los cambios que de un lado y el
otro se le exigen.
O no.
Los
que conocen la intimidad presidencial suelen expresarse con ironía.
Dicen
que para Alberto “lo urgente siempre puede esperar”.
Esta
condición de procrastinador sería desespera a los suyos.
La
interna feroz que atraviesa al oficialismo y paraliza al gobierno acelera todos
los reclamos.
Los
dramáticos números de la inflación conocidos este miércoles urgen a tomar
medidas urgentes.
“No le queda
margen alguno, es la última oportunidad, es ahora o nunca”
O
hace cambios y define situaciones o entra en un proceso de galopante deterioro sin retorno.
Al
menos eso es lo que le hacen saber los que se le atreven.
“El Presidente
es el único imprescindible” dijo Santiago Cafiero esta semana.
Error.
Mal
que nos pese, existe también una línea
de sucesión presidencial. De una Asamblea Legislativa, mejor ni hablar.
De
Martín Guzmán, que esta semana emergió empoderado asegurando que “gestionaremos
con los que estén alineados con este plan económico” , dijo que “no ve para
nada un ciclo cumplido, que todavía goza de la confianza presidencial” .
Toda
una definición, en un momento en el que desde el kirchnerismo se reclama la
cabeza del Ministro de Economía, un esperado trofeo de guerra para las huestes
K.
El
“ángel de la guarda” de Alberto Fernández
dejó, no obstante, abierta la posibilidad de un recambio ministerial.
“Ningún integrante del Frente de Todos está atornillado a su cargo”
Se
refirió de esta manera a los rumores de reestructuración del gabinete.
Atención
a una sutileza.
Santi no habla
de ministros ni de carteras, sino de integrantes del Frente y de cargos.
Deja
todas las puertas abiertas.
Cómo
te digo una cosa, te digo lo otra.
Ocurre
que nadie, ni aún los del círculo más estrecho se animan a asegurar hacia dónde
saldrán disparadas las decisiones presidenciales en el supuesto caso de que
Alberto tome alguna.
“Hablamos
de poder cuando alguien toma una decisión y esa decisión es respetada por el
conjunto”.
“Que
te pongan la banda y te den el bastón no significa que tengas el poder… y si no
hacés lo que tenés que hacer, peor todavía”.
Eso,
exactamente eso, dijo Cristina Kirchner en su malhadado discurso de apertura
del Eurolat.
Teléfono
para Alberto fue la inmediata lectura de los más ácidos del entorno
presidencial.
Hasta dónde se
sabe AF está enojadísimo con los desplantes de CFK y el demoledor desprecio que
le prodigan los K. Dedica horas de su tiempo a hacer catarsis con los suyos
describiendo penosos detalles de las humillaciones de la que lo hacen objeto.
Se descarga
buscando contención.
El
Presidente convalida con sus relatos el implacable maltrato al que es sometido.
Se
siente rindiendo permanente examen frente a los K con la certeza de que nada
los conforma.
Lo
cascotean en público y en privado,
mañana, tarde y noche.
Está agobiando
por la situación.
Dicen
que tiene un cierto grado de comprensión de la realidad pero que eso no
significa que vaya a reaccionar en tiempo y forma.
AF
sabe que esta vez vienen por todo pero a la vez cree tener más tiempo y crédito
por delante del que en realidad dispone.
Sus
interlocutores lo reconocen ubicado en tiempo y espacio y con plena conciencia
de la gravedad del momento pero aguarda impaciente una reacción que no termina
de llegar.
Alberto
Fernández arde de ira pero no atina a reaccionar.
Eso
dicen los que lo frecuentan.
De
hecho, luego de mandar al frente a
varios de los suyos, con declaraciones autodefensivas en algo que llegó a
entender como un abroquelamiento frente a la embestida del kirchnerismo, este miércoles, desde el Ejecutivo volvieron
a aplicar paños fríos.
Está atrapado en
un fuego cruzado.
Desde
el frente K apuestan a minar su
integridad y autoestima.
Ya
no se trata sólo de sostener el relato, de preservar el capital simbólico, para tomar el control de los ministerios
clave.
Quieren llevarse
puestos a “los funcionarios que no funcionan”.
Pretenden
evitar que ejecuten medidas impopulares que hagan imposible sostener la
narrativa.
Necesitan
controlar la economía.
Martín Guzmán está en el ojo del huracán.
Alberto
resiste entregarlo.
La
discusión sobre el incremento de las tarifas eléctricas es probablemente el más
urgente y sensible con el que le tocará lidiar .
No la tiene
fácil.
La Secretaría de
Energía está en manos de funcionarios del cristinismo que resisten las órdenes
y optan por desacatar.
No
son pocos los que le piden que de manera
urgente que aplique correctivos, que tome el control de la situación separando
a La Cámpora y el Instituto Patria de los cargos clave.
Que
reformule el Gabinete pero con tropa propia.
Que la corte de
una buena y santa vez con CFK y haga la suya.
Dentro
del espacio Albertista están los que creen que aún hay espacio para una ´tregua
de gobernabilidad consensuada ´
Y
los que, por oposición, sostienen que no hay margen para consenso alguno.
Para
estos últimos el consenso es rendición.
También
hay diferencias profundas acerca de cómo salir de esta situación dentro del
Albertismo.
La interna
dentro de la interna.
Para
poder sostener el acuerdo con el FMI el Ejecutivo necesita el apoyo de su
fuerza política.
Las
medidas que necesita tomar para poner en orden la macroeconomía son muy duras y
de imposible implementación en medio de esta refriega.
Por
el momento solo encuentra obstrucción.
Máximo Kirchner
le ha dicho a Alberto Fernández que en ningún caso puede hacer lugar a lo
acordado con el FMI por “una cuestión de piel”.
Fin
de la conversación.
En
la Provincia de Buenos Aires cada cual atiende su juego.
Algunos
referentes del peronismo miran con perplejidad el escenario político.
Sostienen
que el Axel Kicillof está superado por la situación, que la Provincia funciona
en piloto automático. Aseguran que el Gobernador está pintado, que es un
mandatario virtual.
Alineado
con Máximo Kirchner, Martín Insaurralde
ejecuta políticas y sostiene la gestión.
Funciona como
una suerte de operador del heredero K.
Cristina
Fernández de Kirchner no solo quiere inmunidad judicial para ella y los suyos,
también apunta a retener poder para Máximo, en el enclave del conurbano.
Un
territorio que sienten y viven como propio y en el cual el kirchnerismo
mantiene un fuerte poder residual que se abroquela en el corredor Sur, en la
Tercera Sección Electoral, y la parte Oeste de la Primera.
“Las desigualdades son productos de decisiones políticas o de falta de decisiones políticas”
Vale
la pena detenerse en esta frase de CFK en el discurso de esta semana.
A
confesión de parte relevo de prueba.
Con
14 años de kirchnerismo en el poder en lo que va del nuevo milenio nadie puede
hacerse el desentendido.
“Tener
poder es tener impunidad” sostenía Alfredo Yabrán en los lejanos 90.
Puede
que CFK esté comprendiendo que esta vez, a ella también, el poder se le está
yendo inexorablemente de las manos.
Alberto
Fernández habla con muchos pero está solo, absolutamente solo, lidiando con sus
fantasmas.
El
y solo él tiene la llave para destrabar
la anomia en la que está atrapado.
A
algunos de los suyos les aseguró que habrá novedades después del Domingo de
Pascuas.
A
otros les anunció un relanzamiento de su Gobierno en la Semana de Mayo.
Nadie
sabe exactamente qué está pasando, ni qué pasará
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