En medio de un ridículo juicio dirigido por los intereses personales de un grupo, Jesús fue sentenciado a muerte. Al finalizar la mañana fue llevado por los soldados romanos al lugar de la crucifixión. Así fueron las últimas horas de Jesús. Jesús debía morir, pero iba a vencer a la muerte para reinar eternamente en el corazón de todos aquellos que lo reconocen como único y suficiente Salvador.
Al
amanecer, se reunieron los jefes de los sacerdotes con los ancianos y los
maestros de la ley: toda la Junta Suprema. Y llevaron a Jesús atado, y se lo
entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: —¿Eres tú el Rey de los judíos? —Tú lo
has dicho —contestó Jesús. Como los jefes de los sacerdotes lo acusaban de
muchas cosas, Pilato volvió a preguntarle: —¿No respondes nada? Mira de cuántas
cosas te están acusando. Pero Jesús no le contestó; de manera que Pilato se
quedó muy extrañado.
Marcos
15:1-5
Pilato
les preguntó: —¿Y qué quieren que haga con el que ustedes llaman el Rey de los
judíos? Ellos contestaron a gritos: —¡Crucifícalo! Pilato les dijo: —Pues ¿qué
mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: —¡Crucifícalo! Entonces Pilato,
como quería quedar bien con la gente, dejó libre a Barrabás; y después de
mandar que azotaran a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados
llevaron a Jesús al patio del palacio, llamado pretorio, y reunieron a toda la
tropa. Le pusieron una capa de color rojo oscuro, trenzaron una corona de
espinas y se la pusieron. Luego comenzaron a gritar: —¡Viva el Rey de los judíos!
Y le golpeaban la cabeza con una vara, lo escupían y, doblando la rodilla, le
hacían reverencias.
Marcos
15:12-19
Llevaron
a Jesús a un sitio llamado Gólgota (que significa: «Lugar de la Calavera»); y
le dieron vino mezclado con mirra, pero Jesús no lo aceptó. Entonces lo
crucificaron. Y los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa
de Jesús y ver qué se llevaría cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo
crucificaron. Y pusieron un letrero en el que estaba escrita la causa de su condena:
«El Rey de los judíos.» Con él crucificaron también a dos bandidos, uno a su
derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban lo insultaban, meneando la
cabeza y diciendo: —¡Eh, tú, que derribas el templo y en tres días lo vuelves a
levantar, sálvate a ti mismo y bájate de la cruz! De la misma manera se
burlaban de él los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Decían:
—Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse. ¡Que baje de la cruz ese
Mesías, Rey de Israel, para que veamos y creamos! Y hasta los que estaban
crucificados con él lo insultaban.
Al
llegar el mediodía, toda la tierra quedó en oscuridad hasta las tres de la
tarde. A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabactani?»
(que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») Algunos de
los que estaban allí, lo oyeron y dijeron: —Oigan, está llamando al profeta
Elías. Entonces uno de ellos corrió, empapó una esponja en vino agrio, la ató a
una caña y se la acercó a Jesús para que bebiera, diciendo: —Déjenlo, a ver si
Elías viene a bajarlo de la cruz. Pero Jesús dio un fuerte grito, y murió. Y el
velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Marcos
15:22-38
Como
ése era día de preparación, es decir, víspera del sábado, y ya era tarde, José,
natural de Arimatea y miembro importante de la Junta Suprema, el cual también
esperaba el reino de Dios, se dirigió con decisión a Pilato y le pidió el
cuerpo de Jesús. Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al capitán
para preguntarle cuánto tiempo hacía de ello. Cuando el capitán lo hubo
informado, Pilato entregó el cuerpo a José. Entonces José compró una sábana de
lino, bajó el cuerpo y lo envolvió en ella. Luego lo puso en un sepulcro
excavado en la roca, y tapó la entrada del sepulcro con una piedra.
Marcos
15:42-46
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