Por Gabriela Pousa (*)
No hay grandes novedades en el escenario nacional.
Los temas se repiten, se estancan o desaparecen como por arte de magia.
En rigor, no es magia, es la habilidad oficial para manejar e imponer la agenda según le convenga.
El acto del viernes pasado arrojó algunos aspectos interesantes para analizar.
Por ejemplo, la oratoria presidencial: breve en comparación a otras, difusa, párrafos sueltos de historia personal con desventuras de Néstor Kichner en su ciudad, la conquista de legitimidad al partir de un 22% de votos prestados, “el coraje” para enfrentar los organismos de crédito internacional, la cantinela del modelo a profundizar, en fin…
Nada que sorprenda, nada original.
Y es que Cristina lo hizo una vez más: basta que los medios vaticinen anuncios para que ella no haga ninguno.
Por otra parte, Amado Boudou inmutable, como si nada lo rozara. Manipulación descarada de jueces sin disimulo alguno, y algo que los Kirchner vienen construyendo desde el primer día de mandato: impunidad. Ningún otro orador. Lo significativo quizás haya sido la ausencia de las típicas imágenes partidarias, incluso la entonación de la Marcha que se vio reemplazada por un “hit” más alineado a los muchachos de La Cámpora.
Sumemos el silencio sugestivo de los bombos sindicales: sin Hugo Moyano pero con Omar Viviani.
Y Cristina lo hizo una vez más: d
ividió también el aparato gremial.
El discurso no importaba en realidad, lo que se quería mostrar era la convocatoria que, más allá de las cifras contrapuestas que arriesgaban de uno u otro sector, daba cuenta de un aparato político propio, aceitado y al servicio de la dama.
El mismo tipo de organización que llevaron también a Carlos Menem o incluso a Eduardo Duhalde a llenar estadios.
Micros en cantidad, ciudadanos que no sabían responder ante las cámaras por qué estaban allá, y otros que enfatizaban haber llegado detrás de algún puntero del barrio.
Y Cristina lo hizo una vez más:
mostró lo que quería mostrar.
Un énfasis desmedido en la juventud como necesaria artífice de lo que vendrá, es decir un guiño a quienes saben que “pertenecer tiene sus privilegios”, pero aparentemente no advierten que hay algo más que el cortoplacismo gubernamental: la responsabilidad que tendrán el día de mañana, si las cosas empiezan a ir verdaderamente mal.
Observando el panorama, cualquiera podía preguntarse cuánto tiempo falta para que la Mandataria, salga al balcón y al verlos alborotados en la plaza, les propine un “imberbes y estúpidos”, echándolos…
Y Cristina lo hizo una vez más:
les hizo creer que son protagonistas cuando sólo son elenco que hoy está y mañana no está.
Como el día anterior, el acto lo había realizado Hugo Moyano, quedó en claro que la CGT no es ahora una muleta que ayuda a caminar a la Presidente.
Moyano dejó entrever que los trabajadores pueden ganar la calle si el modelo los ningunea o le impone condiciones sin previo pacto.
Asimismo, la jefe de Estado le comunicó que también tiene tropa propia para cualquier movilización.
Si se unieran ambas imágenes, es decir las fotos de los dos actos, cualquiera podría relacionarlas con una escena de dos infantes, tratando de demostrar quién tiene el juguete más nuevo o más importante.
Ciertamente, para un gobierno que sólo concibe el corto plazo, y se vale de cajas para solventarse, hay motivos para festejar.
La jugada de YPF, por más críticas que llovieran desde el mundo desarrollado, le dio a la Presidente un respiro que venía necesitando.
A Cristina nunca le importó demasiado qué sucede, en el planisferio, del otro lado.
De todos modos, las treguas en política son mezquinas.
Qué disfrute, pues, estos días.
Es difícil comprender al kirchnerismo más allá de su ambición hegemónica, pero también es complejo determinar qué pasa con una sociedad que no reacciona ante la muerte de sus pares en un recrudecimiento de violencia inusual, ni se inmuta ante la presencia de sicarios que florecen como geranios en las calles de la ciudad. Esa sociedad que, sin embargo, es capaz de atrincherarse si le ponen cerrojo a sus ahorros. La escala de valores muestra una decadencia moral sin igual
Y hete aquí una triste sinonimia entre la política y la ciudadanía: ambos se mueven al son del dinero.
Si no hay caja, el oficialismo saquea.
Si al pueblo le presentaran nuevamente la idea de un “corralito”, la reacción virulenta no se haría esperar. Los dos tienen la sensibilidad en el mismo lugar.
Ambos reaccionan de idéntica forma si lo que se toca es el vil metal.
Y esta realidad no parece o no debería ser un simple dato más…
Por último, queda rescatar el comportamiento de las diferentes fuerzas frente a la coyuntura nacional.
El gobierno impone el tema y se aglutina para defenderlo como sea.
Simultáneamente, en la llamada “oposición” (comillas válidas), se esparcen los criterios y quedan abiertas las grietas más perversas.
Es decir, si acaso la Presidente observa que se está estructurando alguna homogeneidad capaz de hacerle frente, bastará con sacar de la galera alguna medida conflictiva para acabar con aquello que podría llegarle a molestar.
Y Cristina lo hizo una vez más,
hoy las peleas en el seno de los bloques son tan inoportunas como atroces.
Cuando más se requiere de una sumatoria de partes en los “opositores” para evitar que sea tan grotesca la debilidad, lo que surge es una cabal guerra de individualidades donde cada uno quiere ganarse público diferenciándose de los demás.
Ya, hablar de “bloque” es una entelequia.
Hay diputados y senadores convertidos en Narcisos, y alejados sustancialmente no sólo de la gente, sino también de lo que pasa en la realidad.
Protestan contra el “relato” no por lo inverosímil de éste, sino para imponer el propio, cuya base tampoco halla correlato con los hechos de la cotidianeidad.
Cuando la UCR debe dar muestras de no estar muerta, surge otra interna, ofreciendo otro motivo más de festejo a los K.
A esta altura de las circunstancias, hay que admitir que el mentado grupo Clarín es quien ocupa el rol de opositor.
Más allá de lo que haya hecho antaño, si Clarín cede espacio, cabe prever que los Kirchner se atrincheren en el poder, y eso explica que se amplifiquen, de la noche a la mañana, las veleidades de reformar la Carta Magna.
Ciccone y otras tantas causas no existirían si no fueran por la permanencia que se les da en las portadas.
El avance sobre los medios busca, justamente, neutralizar ese efecto que no cesa en recordar, a todos y a todas, incluida Cristina claro está, que hay temas que no se han solucionado, y que afectan seriamente al kirchnerismo y sus aliados.
La sesión en la Cámara de Senadores al tratar la expropiación de YPF, mostró posiblemente el mismo mecanismo del que se vale la sociedad a la hora de votar.
Uno podía escuchar furibundas quejas contra el gobierno nacional, y finalmente, observar como todos terminaban levantando la mano para apoyar el proyecto oficial.
Es decir, no están de acuerdo con lo que se hace y cómo se hace pero lo apoyan igual.
Una premisa complicada y seguramente originaria en nuestra idiosincrasia.
La pregunta que surge de ese hecho anodino, es si acaso la sociedad hace lo mismo – patalea y protesta – pero termina votándolos sin más…
Nadie capitaliza los errores que comete por sus propias torpezas.
Si las boletas de las últimas elecciones fueron confeccionadas en Ciccone Calcográfica, genera lo mismo que si mañana nos informan que, el recuento final de votos, lo realizaron los alumnos de algún Jardín de Infantes ignoto.
Estamos en el circo.
La función empezó hace rato, pero el espectáculo es en continuado y las puertas de salida, por ahora, se han cerrado.
Y Cristina lo hizo una vez más…
(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade), es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”.
Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno.
Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de su autora y de "Perspectivas Políticas".
Queda prohibida su reproducción sin mención de la fuente.
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