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Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 10 de junio de 2012

Sólo halcones


Por Roxana Acotto

Ningún gobierno es totalmente homogéneo.
Antes y aun cuando llegan al poder, los partidos y los gobiernos suelen tener “alas”, matices más o menos importantes para ver y abordar la realidad, que se van alternando (o al menos lo intentan) en la ejecución de la administración pública.

En Estados Unidos, Demócratas y Republicanos tienen –ambos– sus “palomas” y sus “halcones” (los más “duros” y los más “negociadores”) y en Argentina, desde Alfonsín hasta De la Rúa, los elencos del Ejecutivo tenían alternativas dentro de su propio gobierno.
El inicial Grinspun (¡que le mentía números al FMI!), el metódico Sourrouille (del Plan Austral y el Primavera) y hasta aquel bienintencionado Pugliese, que le habló a los mercados “con el corazón”. Y ya con Menem, el infartado Roig, el efímero Rapanelli del Plan BB y el largo Cavallo de la convertibilidad demonizada. Aun “el Mingo” (halcón, qué duda cabe) fue sucedido por una paloma (Roque Fernández) y volvió al gobierno con De la Rúa para intentar reflotar el barco que había cargado de lastres.

El problema con el kirchnerismo es que el “discurso único” que defiende hacia afuera es también un principio que no deja florecer las disidencias hacia adentro.
Quien no piense exactamente como los halcones del gobierno pasa inmediatamente fuera del poder.
El kirchnerismo no sabe convivir con el disenso, como bien puede dar cuenta el “exiliado” Alberto Fernández, quizá la única paloma que albergó el proyecto K en su interior.

Lo bueno de ser todos halcones es que el Gobierno avanza en la dirección que se pretende de forma acelerada y rápida, sin debate y hasta con efecto sorpresa.
Hasta ahora eso les sirvió y pudieron trasladar a la Nación el modelo cerrado y hegemónico en la toma de decisiones que los Kirchner habían desarrollado y perfeccionado en Santa Cruz.

Lo malo de no tener palomas es que el kirchnerismo no tiene ningún “Plan B”. “Nunca menos, ni un paso atrás” no es sólo un eslogan políticamente poderoso, sino una definición que puede potenciar los problemas en vez de ayudar a solucionarlos.

Ya lo sabemos todos: no es el dólar, es la inflación el problema del país. El ministro que tomó la amarga decisión de pesificar asimétricamente la economía, Jorge Remes Lenicov, traza un diagnóstico aséptico y un plan de acción que sería de gran utilidad para el Gobierno: identificar el problema de la inflación, dimensionarlo y trazar un plan de acción trianual de aterrizaje suave para ordenar esa variable, todo sin abdicar de las grandes líneas del “modelo”. Seguramente Roberto Lavagna coincidiría en grandes trazos con una solución similar.

Pero el Gobierno no tiene oídos porque no tiene palomas que dialoguen en su seno. Así, los duros halcones (óptimos para determinadas circunstancias) nos van llevando a un atolladero de estancamiento con inflación que no es ni necesario ni obligatorio.

La gran virtud del kirchnerismo es su determinación política y su firmeza en la toma de decisiones. El problema es que nuestros peores defectos son siempre la exageración de nuestras virtudes.

Fuente: La Voz del Interior (Córdoba)

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