Los datos que aparecen en el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), han dejado perplejos –y avergonzados- a muchos argentinos.
Con un 0.65% de la población mundial, el país produce el 1.61% de la carne y el 1.51% de los cereales que se consumen en el mundo. Sin embargo, en la misma Argentina hay nueve millones de niños que pasan hambre, de los cuales 2.920 mueren cada año por desnutrición.
En una visita guiada a Acuba, un barrio de chabolas ubicado a orillas del Riachuelo, uno de los cauces más contaminados de Sudamérica, los periodistas observamos la siguiente escena: los pobladores extienden una red en el agua; cada tanto la sacan y revisan si han atrapado algún alimento.
"De los basurales que hay junto al río se desprenden restos de comida que la corriente arrastra. Lo que se pesca se lava con lejía para quitar la suciedad y se sirve a la mesa. El médico dice que es malo para la salud. De acuerdo, pero ¿cómo hacemos para que los chicos no lloren porque se les retuerce la panza?", pregunta, retóricamente, Ricky, uno de los 'pescadores' de Acuba.
Aparte de buscar comida, la principal ocupación de las 300 familias que habitan en chozas de madera y chapa es el 'cartoneo': desde muy temprano, los adultos recorren las calles de la capital con sus carros, recogiendo los cartones y los papeles que luego venden a las plantas de reciclaje. "Aquí no ha venido ninguno de esos políticos que reparte la ayuda del Gobierno a los necesitados. Para ellos Acuba es algo que no existe", reflexiona Ricky.
La persona más popular del asentamiento, la que todos invocan sin olvidar el "que Dios lo proteja" es Marcelo Rodríguez, fundador y proveedor único del comedor popular.
"Cada día damos de almorzar a 200 chicos. Antes, con lo que aportaba la Red Argentina de Alimentos (RAA) y con lo poco que yo podía sacar de mi sueldo, servíamos verduras y algo de carne. Ahora con el aumento de precios sólo arroz y patatas", señala Rodríguez.
Igual que la mayoría de las ollas comunes que se organizan en los barrios marginales, el comedor de Rodríguez no recibe un centavo del gobierno. De un gobierno que se dice 'progresista' y que suscribió la carta de 'Objetivos de Desarrollo del Milenio' de la ONU, que establece como prioridad principal, la erradicación del hambre y de la extrema pobreza.
"Que no digan que faltan recursos o que debemos esperar el día en que los ingresos estén mejor distribuidos, para terminar con este escándalo. Sólo en Buenos Aires se arrojan cada día, 12 toneladas de alimentos. Si en vez de confrontar a la Oposición, los políticos del Gobierno dedicasen unos minutos a planear como se aprovechan esos restos, se reduciría ostensiblemente el índice de mortalidad infantil. Pero ellos tienen el corazón de piedra", expresa Atilio Basile, un nutricionista que trabaja para RAA.
Para Juan Carr, dirigente de la organización Red Solidaria, los comedores populares representan una salida de emergencia, no la solución del problema. Carr coordina junto la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires, un programa para crear granjas y huertas de cultivo en las zonas más afectadas por el hambre. El objetivo de los promotores del plan es aumentar de 550 mil a 900 mil, las huertas que ya proveen de verduras a los más necesitados.
"Creemos que si el proyecto avanza, para el 2016 el número de hambrientos se habrá reducido a la mitad. Espero que antes de irme de este mundo, en Argentina no haya niños que van a dormir sin probar alimentos sólidos", afirma Juan Carr.
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