Recuerdo
que en un cajón tenía una láminas que traje de Santiago hace bastante tiempo.
Lo
puse sobre una alfombra y fui sacando rollos con impresiones preciosamente
ilustradas, todas referidas a Galicia en distintas fechas y celebraciones, no
imaginaba que tenía tantas.
Que
atropello de recuerdos, de horas maravillosamente vividas.
De
emociones que regresaban y estaban ahí intactas como recién experimentadas.
Los
sonidos, los aromas, las voces de los tunos bajando la calle de Gelmírez y
llegar a la puerta de la Catedral ofreciendo sus canciones tan propias.
El
vuelo de sus capas con las cintas bordadas por sus enamoradas.
El
anochecer que acompañaba este remolino de algarabía, canciones que la gente
acompañaba, entonando, palmoteando, siendo felices.
Las
estrellas, en lo alto sonriendo en su titilar también festejaban las vísperas
de la gran jornada.
El
25 de julio, día del Santo.
Desde
mi mesa en la pérgola del Hostal de los Reyes veía una caravana de gentes que
se arremolinaban, algunos con sus mochilas de peregrinos, otros con guitarras y
panderetas improvisando música, adelantando el momento del estallido de los
fuegos y las campanas, del sentir que se vuela por sobre todo lo que pasará
mañana.
Es
el día del elegido por el Señor.
Santiago
el Mayor el hijo del trueno.
El
peregrino.
El
soldado montado en su caballo blanco sinónimo de lucha, coraje y valentía.
El
que tuvo ante sus ojos los milagros más prodigiosos que un creyente puede
siquiera imaginar.
El
que escucho las voces de los ángeles y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo
de pie sobre un pilar de mármol.
El
Camino… elegido por el Supremo para que el mundo reconozca a la Virgen
santísima como “Pilar” de nuestra iglesia.
Seguía
Sentada…en el parador de Santiago en la plaza do Obradoiro con los rayos de sol
que iluminaban su fachada rodeadas de calles empedradas y de un ambiente mezcla
de historia, arte y tradición.
Sueño
de peregrinos y emblema de Santiago, formando con la catedral un ángulo de
espectacular belleza.
Con
mi traje de barracan con grabados precolombinos hechos en rústicos telares con
podas de un álamo de la casa materna y un mantón de tejido de lana esperaba a
mi visitante.
Como
confundida hacía sonar fuertes mis cascabeles
hechos de un manojito de pezuñas cantarinas traídos de mis viajes norteños como tratando de llamar la
atención. Me sentía sofocada ante la llegada de mi convidado inconfundible.
Toda
Galicia derrochaba un ambiente vivo, diferente cargado de misticismo.
Estaba
en el centro de la gran fiesta, anticipada, amada, deseada.
El
día de Galicia.
Culto
religioso y oficial con un sabor popular que convierten a la ciudad en un gran
festival, esperando emocionada a quien será mi compañero de vuelo y de viaje.
Un
aventurero a quien conocía por sus escritos de ubicuidad que lo llevaban a
volar hacia lugares desconocidos y enigmáticos y a entrevistarse con
personalidades de épocas milenarias.
Un
amigo de las letras que viene con sus muletas a rendirle culto al camino.
En
medio de un impresionante espectáculo de
pirotecnia y fuegos artificiales que inflaman simbólicamente como un cuento de
hadas la fachada gótica de la Catedral
sentía desde hace tiempo la presencia sutil de quien tiene la facultad de
trasladarse de un lugar a otro.
Me
levante en medio de la multitud y pude observar inconfundible al tucumano como
le gusta llamarse con sus sostenes a cuesta y una remera estampada con los lugares señalados
con el símbolo de la peregrina andaluza, el bordón castellano y el corazón del
peregrino argentino. Un escalofrió me recorrió todo mi ser.
Qué
paradoja mi amigo al que no conocía personalmente sino a través del sonido de
las palabras y de la tecnología de internet como un hilo rojo o cordel de plata que une almas
me hacía rememorar como un rayo de un detalle
en el que muy pocos reparan.
Sus
facultades de bilocación lo atraían al camino como alguna vez a Santiago cuando
La Virgen María que no había sido aún asunta al cielo se presenta ante el
Apóstol en la ciudad de César Augusta.
Hoy
Zaragoza.
Si
estaba mirando desde la plaza central de mi Galicia al pez volador como lo
llamo cariñosamente.
Mi
amigo tucumanazo con su tez tostada por los calores norteños estaba con su
compañera de toda la vida, sus soportes de aluminio como si fuera el botafumeiro, extraordinario incensario de
gigantescas dimensiones, balanceándose absorto frente a la Catedral.
Me
sentí como perfumada y
envuelta en una nube blanca que me elevaba a dimensiones desconocidas y
pude ver como el cielo se abría formándose un triángulo celeste y naranja a modo
de la figura de la Santísima Trinidad.
La
voz de un amigo imborrable me saludada como desde una aureolares
resplandeciente.
Como
no quedar prisionero del destino
Gladys
Semillán Villanueva
Embajadora
por la Paz de las
Naciones
Unidas por la Letras
Argentina-Castelar
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