Por
Vicente Massot
Sería
de extrañar que —a esta altura de la campaña— faltasen encuestas y
declaraciones.
Respecto
de aquéllas es poco cuanto puede decirse sin repetir lo ya expresado.
El domingo 11, a
última hora de la noche, sabremos a ciencia cierta cuáles relevamientos de
opinión resultan confiables y cuáles no.
Lo
único que merece la pena apuntarse son algunos datos recientes referidos a dos
de los cinco principales distritos electorales, en los que el macrismo aspira a
vencer a su principal adversario por una diferencia substancial:
Córdoba y
Mendoza.
Sin
embargo, ni en el territorio mediterráneo ni tampoco en tierras cuyanas sus
números son tan promisorios y los del kirchnerismo tan desalentadores.
En
la Docta, si bien la fórmula de los Fernández no consigue meterse de lleno en
la pelea, contabiliza a su favor el doble de los votos que obtuvo Daniel Scioli
hace cuatro años en el mismo escenario.
En la provincia
andina, por su lado, de acuerdo a la consultora Reale-Dalla Torre, hay un
virtual empate técnico entre las dos fórmulas presidenciales.
Es
cierto que la victoria del binomio Macri-Pichetto parece cantada por el efecto
arrastre que tendrá allí la boleta que incluye a Alfredo Cornejo.
Que
ganará en ambas provincias está fuera de duda.
El
dato a tener presente no es ése sino la cantidad de sufragios que —aun
perdiendo— tendría el Frente de Todos.
Con
la locuacidad de los candidatos —a diferencia de las encuestas— no hay más
remedio que meterse a fondo.
Por
un lado, corresponde analizar los adelantos —en el caso de que los hubiese— de
futuras medidas de gobierno y, por el otro, están las parrafadas lanzadas a
correr pensando menos en las políticas públicas a implementar que en las urnas.
Al
momento de explicar Alberto Fernández que, de llegar a la Casa Rosada, el
aumento a los jubilados lo pagaría con los intereses correspondientes a las
Leliq, ¿develaba una decisión que piensa adoptar?
—Es
difícil determinarlo con certeza.
Uno
se imagina que antes de esbozar una idea semejante se habrá asesorado de manera
conveniente en atención a que no es un experto en punto a las finanzas
públicas.
Pero luce
disparatado,
y entonces corresponde dar de lado con las explicaciones lineales.
¿Y
si en lugar de poner en autos al segmento de la tercer edad del aumento de sus
remuneraciones, su propósito tuviese poco o nada que ver con los jubilados y,
en realidad, apuntase a asustar a los mercados en vísperas de las primarias
abiertas?
Todos
están contestes en reconocer que el repunte del macrismo viene dado por la
calma cambiaria y el descenso de la inflación.
No
resulta disparatado, pues, imaginar que si fuese posible alborotar al dólar el
kirchnerismo festejaría.
Claro
que una cosa es dibujar escenarios y otra —bien distinta— es llevar a la
práctica un plan de acción tendiente a lograr que la divisa norteamericana se
dispare.
Que
ello ocurriría si el oficialismo perdiese las PASO por una diferencia
considerable es cosa sabida.
Lograrlo
antes de los comicios es casi imposible, salvo que el candidato que hoy corre
con ventaja creyese necesario meter miedo y se saliese con la suya.
Tratándose del
Frente de Todos nada es seguro.
En
tanto Alberto Fernández aceptaba el reportaje que fue publicado el domingo en
La Nación, su economista de cabecera —Guillermo Nielsen— no perdía la sensatez
en una entrevista que le concedió a El Cronista el día lunes.
Entre
las opiniones vertidas por uno y otro hay
una distancia tal que asombra.
O
no tanto.
Porque
cabría considerar la posibilidad de que resultara una estrategia en la cual el
rol de Nielsen fuese el de dirigirse a los hombres de negocios, a los bancos, a
los fondos de inversión y a los organismos de crédito, mientras el de su jefe
se redujese a producir ruido.
Si
el libreto —en el supuesto de que la explicación sea válida— rendirá los frutos
previstos por sus artífices, es algo abierto a debate.
Estarían
jugando con fuego y la probabilidad de quemarse seria grande.
Aunque
si de lo que se trata es de ganar las elecciones sin importarles a los
responsables del kirchnerismo —al menos de momento— las consecuencias
económicas de sus declaraciones, la jugada podría rendirles fruto.
¿Quién sabe, con
alguna precisión, lo que son las Leliq y quién podría explicar, con un mínimo
de claridad, de qué intereses está hablando Alberto Fernández?
¿Cuántos
votantes conocen los efectos que tendría, en términos del gasto público, una
medida por el estilo?
Una
ínfima minoría.
Inversamente,
¿no
celebraría una mayoría de los argentinos un aumento a los jubilados?
Hay
declaraciones que analizadas con arreglo a los criterios de una academia de
altos estudios económicos no resisten el análisis.
Sin
embargo, esas razones, a los oídos del popolo grosso, suenan incomprensibles.
Recuérdese,
de paso, que el respaldo de los mayores de 40 años se inclina más por el
oficialismo que por los K.
De
la misma manera que en la franja de edades que va desde los 16 años a los 40
prevalecen los partidarios de la fórmula electoral populista.
Tratar
de pescar en el primer territorio etario mencionado es casi una obligación para
Alberto Fernández.
Macri,
en cambio, debe llevar su caña al segundo territorio.
Así
como no es legítimo interpretar siempre el discurso de los políticos tomándolos
al pie de la letra, hay casos en los que no hay más remedio que hacerlo.
En la última
semana hubo dos ejemplos paradigmáticos, de los que fueron protagonistas la
viuda de Néstor Kirchner y Aníbal Fernández.
En
torno del barbarazo de éste y de la torpeza de aquélla lo que sale al
descubierto es la dosis de irracionalidad que arrastramos los seres humanos,
sin distinción de inteligencia, méritos, saberes y títulos.
En
medio de una campaña de esta naturaleza, con una grieta que se ensancha a
diario y un final incierto, la lógica es que la candidata a vicepresidente del
Frente de Todos y un hombre que ha ocupado un sinfín de cargos de la mayor
importancia a nivel nacional por espacio de décadas, pusiesen freno a su locuacidad.
Los
dos conocen de sobra hasta dónde es menester cuidarse a la hora de hablar en
público y lo fácil que es irse de boca.
No
obstante, obraron el efecto menos deseado:
Darle un
espaldarazo al oficialismo.
La
comparación de la comida, trayendo a comento el caso venezolano, no sólo es un
disparate.
En
boca de Cristina Fernández supone una contradicción absurda atento a las
simpatías que le ha despertado el chavismo desde sus comienzos.
Que
Alberto Fernández, de la manera más civilizada posible, haya tenido que
enmendarle la plana a su jefa demuestra la gaffe de la Señora.
Con
todo, los comedidos suelen terminar mal.
Reza
la sabiduría popular que, en determinadas circunstancias, es mejor dejar las
cosas como están.
El
que intenta aclarar, oscurece.
Eso
le pasó con el propósito de sacarla a Cristina Fernández del pantano.
Las
explicaciones de su compañero de fórmula no mejoraron en nada la boutade.
En
cuanto al hoy candidato a concejal en Pinamar, postergar a María Eugenia Vidal
en beneficio de Barreda y meter el tema de los hijos en el medio es un exabrupto digno de Luis D’Elia.
Sobre
el sentido de la oportunidad de las declaraciones públicas, la forma y el fondo
de las mismas, el macrismo le saca una ventaja de varios cuerpos al único
adversario que está en condiciones de vencerlo en la disputa a punto de
comenzar en las urnas.
Si
los comicios por venir fuesen a definirse en el campo de las palabras, Mauricio Macri tendría sobradas razones
para celebrar por anticipado.
En
el discurso, nadie se sale de lo que manda el manual de Duran Barba en las
filas oficialistas.
No
todos los integrantes de la coalición macrista piensan lo mismo, como ha
quedado de manifiesto en más de una oportunidad.
Tampoco
todos coinciden respecto de la forma de manejar la campaña.
No obstante lo
cual no existen locos sueltos o provocadores profesionales o incontinentes
verbales entre sus miembros.
Lejos
de ser perfectos o de estar exentos de errores, más de una vez han tenido que
retractarse.
Pero
es raro hallar en las filas macristas a inimputables en materia de
declaraciones.
Por
fin, en el curso de la semana anterior hubo otro reportaje que llamó la
atención de los economistas, politólogos, encuestadores y de los mercados.
En
el país trasandino, Guillermo Calvo —a quien nadie puede reputar de
kirchnerista o cosa parecida— más allá de realizar un análisis descarnado de la
realidad argentina y de las dificultades que deberá enfrentar quien resulte
ganador en las elecciones, dijo algo que a muchos les pareció un sin sentido.
Contra
lo que piensan los mercados y la enorme mayoría de los especialistas en la
materia, no sería de descartar —según Calvo— que el kirchnerismo terminara
siendo más creíble que el macrismo a la hora de encarar las políticas de ajuste
necesarias para salir de este atolladero.
No
porque hubiese abrazado las teorías liberales sino porque —al no tener ninguna
de las dos fuerzas margen de maniobra para postergar esas reformas
estructurales— los Fernández “van a
aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo”.
Cosa
que Macri no podría hacer.
En
tren de teorizar, el aire es siempre gratis...
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