En
siete días frenéticos recuperó privilegios, vetó varios nombres e impuso un
nuevo perfil para el futuro gobierno.
Por
Roberto García
Fuente: www.perfil.com
FOTO:
PABLO TEMES
Menos mal que
Cristina estaba agobiada por la salud de la hija y la complejidad de su estadía
en La Habana.
También
preocupada por el cúmulo de causas judiciales que la acechan, junto a su
familia, y que a cualquier humano no le permitiría dormir.
Por
esos contratiempos, más de uno infería que se alejaba del poder, estaba más
cerca del retiro jubilatorio y le cedía a Alberto su patrimonio político.
Un
obsequio con mínimas condiciones (cuidar la performance de su hijo y la
muchachada camporista).
No
fue así y, como es una mujer intensa, de tiempo completo, en una impresionante
blitzkrieg de siete días recuperó lo que parecía yacente, lo dio vuelta, se
adosó privilegios e impuso un nuevo perfil para el futuro gobierno.
Muchas ilusiones
albertistas quedaron al margen, como las de los sastres que habían diseñado
trajes para funcionarios que jamás van a jurar.
A
saber:
1.
Le afeitó a AF el atrevido sueño de que “yo pongo a quién quiero en el Gabinete
y Cristina no tendrá ninguna injerencia”.
Con
un breve bombardeo demolió candidatos (Randazzo, Bossio, Gorgal, Redrado) y, si
alguno perdura, está más agonizante que vivo (Vilma Ibarra, por ejemplo, autora del libro que más daño le hizo a
la ex presidenta.
Si
conceden que Ibarra llegue al Gobierno es por conveniencia táctica, para que el
texto de su pluma no trascienda más y se convierta en un best-seller).
Dicen
que en una reunión, ante el panorama de designaciones que no aprecia, Cristina
señaló:
“Les
dejé todo para que armen un gobierno y me llenan los casilleros con los que me
odian.
Empecemos
de nuevo”.
Parece verosímil.
2.
Borró de un plumazo la amenazante influencia federalista, esa fantasía esbozada
por AF en Tucumán: “Voy a gobernar con 24 gobernadores”.
Hoy
ni los puede llamar por teléfono y al tucumano Manzur, que alardeó de que “el
peronismo tiene un nuevo jefe”, le
retiraron hasta la tarjeta de crédito.
No
lo salvan ni una alarma colectiva de las embajadas ni el empresario que más
contribuyó en la campaña del Frente, atento a poder colocar una vacuna a través
del nuevo Ministerio de Ganadería y, quizás, a su hijo en la embajada de
España.
Por
suerte para él, Cristina le guarda confianza.
3.
Otro fulminado por la dama fue Sergio Massa, al principio de peso creciente en
la diarquía del poder, con óptimo y renovado vínculo con el ahora “Maxi” (por
Máximo Kirchner), pero que repentinamente se devaluó (al menos, sus postulantes
recomendados) con la velocidad de un bono argentino.
Ahora
hasta debe distraerse para no atender la versión de que el derrengado Gioja
quiere ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados.
4.
También Cristina está en otros detalles.
Considera,
por razones históricas, cierta prevalencia en áreas como YPF, esa empresa que
su marido compartió con un empresario privado (Eskenazi) al que luego ella desalojó para endeudarla con Galuccio y Kicillof.
Todo
vestido con la bandera nacional, claro.
Hoy
parece que a Guillermo Nielsen, de metódica cercanía con Alberto, ni siquiera
lo habilitarían para ese cargo luego de haberlo apartado como eventual ministro
de Economía.
No
se conoce el desenlace, pero uno de los pocos amigos de la viuda ya sabe que le
corresponde hacerse cargo de una rama de la compañía. Más que verosímil. 5. Otros
menesteres conocidos de Cristina son el tejido que desarrollo en el Senado, sin
una grieta bajo su mando, proscribiendo gobernadores, levantando a otros y con
personal alineado a su conducción.
Dueña total:
Necesita
esa escritura por bienestar personal: Ordenar a la Justicia, liquidar
magistrados, expandir el número de la Corte Suprema.
El
lawfare al revés de la época macrista.
Pieza
clave en este ejercicio será Zannini en la Procuración del Tesoro, acumulando
la UIF y la Oficina Anticorrupción, más
de uno teme por este dominio planetario del “vamos por todo”.
A
Fernández, entonces, Cristina no solo le hizo cambiar candidatos, también de
criterios y el sentido mismo de las designaciones (Seguridad, por ejemplo).
Otros intereses, otros pensamientos, en
suma un disparate.
En
la vacancia de Economía se ha advertido una crisis improvisada:
Demorados
los FF, con vanos espejismos como el profesor de Columbia, Martín Guzmán,
quizás en Finanzas, que será de Stiglitz pero no reúne características
totalizadoras para la gestión.
Se
conjetura de nuevo con un favor de Lavagna –luego de la premiación al hijo
Marco en el Indec–, quien juró no aceptar un cargo ministerial, y tampoco lo
tienta perder el tiempo en un Consejo Económico y Social.
Menos
participar de un plan en el que no tuvo participación.
Pero
siempre prometió ayudar y está convencido de que la herencia no es la tierra
arrasada denunciada por el nuevo gobierno, ni se parece al desastre que hubo en
el 2002.
Vuelven
a coquetearlo porque hubo vetos de Cristina y no quiso aceptar Mercedes Marcó
del Pont la cartera, a pesar de promover las principales ideas que rodean a
Fernández y a Cristina –colaboró como socia con Héctor Valle, el mítico
propagador de lo que le costaba expresar a Rogelio Frigerio abuelo como
desarrollismo– y ser la tutela ideológica del trío económico que rodea a
Fernández desde hace meses:
Kulfas, Todesca
y su marido
Abeles (esta última pareja tampoco
parece convencida de participar ambos en la administración, en una casa no
todos ponen los huevos en la misma canasta y en este caso el marido dispone de
un ingreso razonable en Cepal).
Con
la misma honestidad, el propio Kulfas manifestó también que el superministerio
de Economía era una exageración para su persona, más bien prefiere dedicarse a
lo que se ha especializado, Producción, Pacto Social.
A
ningún ministro le gusta hacerse cargo de algunas medidas que toman sus
secretarios de Estado, un legado administrativo maldito que deja Macri.
Por
encima de estos episodios puntuales de reserva, una confesión de Alberto alude
a las dificultades que ha tenido para invitar gente caracterizada a su próximo
gobierno:
En
la mayor parte de los casos, la negativa a acompañarlo obedece al temor de las
derivaciones judiciales que implica trabajar en el sector público.
Y
eso que invitaba cuando estaba sesenta a cuarenta en su proporción de dominio
sobre Cristina, no como ahora que
algunos lo bajaron a treinta mientras la ex mandataria y su dedo admonitorio se
elevaron a setenta.
En
el dilema de poder y no poder, llega lesionado al Gobierno en una semana, justo
cuando necesitaba estar más entero.
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