Mientras
todo eso sucedía, los integrantes del Gobierno estaban eufóricos porque había
vuelto Tecnópolis.
Por
ejemplo, la ministra de seguridad Sabina Frederic celebró en Twitter que
Tecnópolis “volvió a abrir sus puertas”.
Uno
espera que la ministra de Seguridad, que tiene cifras alarmantes de delitos, se
ocupe de pensar en cómo luchar contra eso y no que esté pensando en semejante
bobada.
Encima
en Twitter le demostraron con datos que lo publicado era una mentira, ya que
durante los años de Macri ese sitio permaneció abierto.
O sea, se ocupa
de bobadas y, además, miente.
La
mentira como política de Estado.
No
está en mi ánimo reivindicar Tecnópolis, lugar que, creo, debería haber sido
cerrado durante la gestión anterior junto con tantos otros organismos.
En
los países civilizados los parques son para que la gente vaya con amigos o en
familia y haga lo que quiera.
No
hace falta que el Estado de un país pobre gaste dinerales en esos adefesios de
adoctrinamiento (lo que será de ahora en más Tecnópolis) o en patéticas giras
de “artistas populares” por pueblos de la provincia de Buenos Aires como
sucedió, por ejemplo, en la gestión de cultura de Cambiemos de esa provincia
(hicieron lo mismo que hacía Scioli) cuando tenemos una tasa de delito como la
que tenemos o cuando hay niños que mueren porque no hay agua potable.
Es un tema de
prioridades y la cultura sirve a los países cuando los hace mejores, no cuando
detrás de la palabra “cultura” se
esconde el adoctrinamiento o la estupidez.
El
gobierno de Cambiemos mejoró la institucionalidad y atendió situaciones de
atraso de infraestructura que eran muy graves.
Logró
una gran reinserción internacional e hizo muchas cosas bien.
Por sostener
políticas y discursos similares a los del establishment peronista no recibió
más que ingratitud.
Lo
que está pasando con el discurso de Tecnópolis debe servir de enseñanza a la
actual oposición para la próxima vez que le toque el gobierno:
La batalla
cultural es clave.
Hay
que ir contra todo lo que expresa totalitarismo y tilinguería, de manera
democrática y justa.
Hay
que tener claro eso para dar más fuerzas a gestiones como la anterior, que
fueron por el camino republicano y mejoraron muchas cuestiones, pero que hoy
están sufriendo el escarnio por los mismos que ellos alimentaron. La gente en
Argentina necesita trabajar y vivir en paz. Hoy no pueden hacerlo porque la
presión impositiva es salvaje y se pagan impuestos para construir relatos como
los de los K, que están anclados en el Estado en lugares inútiles y caros.
Mientras sucede
esto, derogan el DNU de la gestión anterior sobre la protección de testigos que
dependían antes de un organismo judicial.
Ahora
los “testigos protegidos”, que acusaron por corrupción a personas del anterior
gobierno de CFK, estarán bajo el control del Poder Ejecutivo, o sea, de los
amigos de los acusados.
No dejan ni una
medida de lucha contra la corrupción en pie.
Es
tiempo de llamar a las cosas por su nombre.
Los
eufemismos ya no resuelven nada.
Les han robado a
los jubilados que trabajaron y aportaron toda la vida en beneficio de los que
nunca aportaron.
Descuentan,
además, que los que nunca aportaron los votarán a ellos.
El
kirchnerista promedio, por su lado, defiende hasta lo indefendible porque el
fanatismo es un flagelo de la humanidad.
Lo
mismo pasa con la inescrupulosidad.
La cantidad de
gente que está buscando irse del país es impresionante.
Hay
que mirar Venezuela para ver cómo se puede terminar
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