Se hubieran sorprendido de que igual, para acompañar sus conocimientos adquiridos, siguió capacitándose como piloto en la Escuela de Vuelo francesa, y que dos años después fue reconocido formalmente como piloto honorario del Gobierno de Francia.
Podrían
tal vez haber leído en los libros de historia que cierta vez ese anciano
recibió la orden de bombardear una fábrica de gases asfixiantes a unos ciento
cincuenta kilómetros de la frontera.
O
que salió a las cuatro de la mañana.
O
que cuando salió el sol empezó a bombardear el objetivo que le habían asignado
y que cuando su séptima bomba dio en el blanco, varios aeroplanos enemigos
tomaron vuelo dispuestos a lanzarse en su persecución.
O
que perseguido por OCHO naves y sin perder un minuto empezó a tomar altura
mediante vuelo en espiral, porque ya lo estaban ametrallando.
O
que a los 1500 metros estabilizó su vuelo y empezó a escapar hacia las líneas
francesas y que cuando ya casi se encontraba sobre territorio amigo sus
enemigos lo habían alcanzado y estaban pegados a su cola, a punto de abrir
fuego.
O
que un segundo antes de la muerte, puso flaps arriba y apagó el motor (!!!),
desapareciendo como un fantasma de la mira de sus enemigos, los cuales quedaron
(como un pase de magia) en la propia mira de Vicente (que encendió motores
nuevamente) y a merced de la artillería francesa.
O
que los alemanes, quedando sin una respuesta lógica ante semejante maniobra,
fueron despedazados.
O que esa acción le valió que lo citasen en el Orden del Día y que pocos días después recibiera la "Medalla Militar de la Revolución de Francia", o sea la más alta recompensa
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