Pedro Aponte Vázquez (Desde San Juan de Puerto Rico. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Sube la escalera casi a tientas. No muestra el entusiasmo, la firmeza ni el optimismo de siempre, pues no va a asistir a una de aquellas excitantes reuniones conspirativas en las que se planifica poner en juego la vida y, más aún, la libertad. Esta vez le cuesta mucho esfuerzo subir cada peldaño, cual si estuviera extenuado como nunca y le faltaran fuerzas para seguir. Cierto es que viene de un viaje relativamente largo, pero no es por cansancio físico o debilidad que los pies parecen pesarle.
No. Desde que inició su viaje de regreso y en el trayecto del aeropuerto a la casa de su camarada, ha estado ensayando en su mente uno y otro modo de darle la noticia que en ciertos sectores de la capital de aquel país amigo circulan en cuchicheos. ¿Deberá ser directo y breve? ¿Sin tapujos, pero sin detalles?
Habría preferido no enterarse de lo que está sucediendo y le angustia profundamente imaginar cómo reaccionará su más querido amigo a la barbaridad que viene a revelarle. Si pudiera no se lo diría, pero no tiene otra opción. ¿No había hecho el viaje precisamente con ese fin? –Se pregunta–. ¿No me envió precisamente a eso, a investigar el penoso asunto y regresar de inmediato a informarle el resultado? Pues sí –se responde–, esa fue la encomienda. Ni más ni menos.
Durante sus años de ministro religioso y de abogado ha enfrentado y resuelto complejos conflictos y desastrosas circunstancias familiares de los miembros de su Iglesia, pero ahora se encuentra ante una verdadera pesadilla. Por más que trata, no logra abstraerse de la situación como suele hacer sin gran dificultad en su condición de pastor de almas o de asesor legal.
Es que en esta ocasión no es lo mismo. Se trata de un compañero, de un camarada, de un hermano, más allá del sentido religioso del concepto al cual está acostumbrado; de un admirado amigo junto al cual ha recorrido pueblos y sierra durante varios años de constantes luchas. Juntos han sido acosados y perseguidos por el régimen y juntos han resistido sin asomo de desistir.
Ahora su colega se encuentra derrumbado en una cama por una súbita enfermedad cuya causa pocos entienden y los médicos fingen no conocer. Nunca ha sufrido quebrantos serios de salud gracias a su conservador estilo de vida, lo único conservador en su riesgoso vivir de avanzada, por lo que estas repentinas aflicciones que comenzaron en la cárcel son un misterio insondable que la mayoría de sus seguidores es incapaz de descifrar.
Por ser un adelantado que desde joven dejaba atrás su propia época, se le había hecho más empinado y escabroso el camino y, para colmo, su profundo valor y singular disposición al sacrificio lo han llevado a estar privado de la ansiada presencia de su familia aun después de haber cumplido injustas penas de cárcel, dispuesto como lo ha estado siempre a sacrificar por otros su libertad.
El emisario llega al último de los macizos escalones de la familiar escalera que hoy le parece más corta, se detiene y respira hondo.
El viaje al exterior surgió porque su colega, allí postrado, decaído, casi en ruina, anhela la presencia de sus hijos y los cuidados de su amada esposa, pues la ansiedad lo ha hecho recordar la época feliz cuando vivía con ellos en la serranía y el día ominoso en el que decidió depositar en su ayudante personal la responsabilidad de escoltarlos hacia el exilio, función que le correspondía por la naturaleza de su cargo.
Ella misma, que siempre se había caracterizado por su buen juicio, lo había instado con insistencia y entusiasmo a confiarle esa encomienda. Llegado el momento de partir, el matrimonio seguía confiando plenamente en la integridad del joven y ella se reafirmó en que la mejor opción era ir acompañada del novato lazarillo, en quien ambos veían un profundo sentido de patriotismo y lealtad. Pero su misión no incluía permanecer con ellos, detalle que, para entonces, la confianza ciega le había hecho considerar irrelevante.
Sube resignado del último escalón al segundo descanso de la escalera, toca a la puerta, dice la contraseña y le abren. Se obliga a sí mismo a entrar, saluda y abraza a las tres abnegadas acompañantes que cuidan a su compañero y luego al curtido combatiente a cargo de la seguridad. Todos saben que mañana la organización habrá de asestarle un duro golpe al régimen en sus propias entrañas y es seguro que vendrán por su líder, por lo que los cuatro están armados y flota tensión en el ambiente.
– ¿Está despierto? –pregunta en voz muy queda.
–Sí, compañero, adelante –responde Juanita.
Se quita el sombrero y el gabán, los engancha en la percha de pared y camina lentamente hacia la habitación, cuya puerta de dos hojas siempre está abierta. Ellas permanecen en el recibidor con el guardaespaldas al frente de la entrada. Entra, se detiene junto a la cama de cuyos pilares de caoba cuelga por las noches un mosquitero, se afloja la corbata y observa a su líder en la semioscuridad.
Este yace con pijama blanco de cuadros azul celeste entre pulcras sábanas blancas, apoyada la cabeza sobre una mullida almohada con funda azul añil.
A la derecha de la cama, en un clavo en la pared contra la cual está la cabecera, espera paciente un farol. Contra la otra pared en ese lado hay un gavetero de donde trata de escapar alguna ropa y sobre el cual hay una bolsa para hielo medio arropada con una toalla blanca. Contigua al gavetero está una butaca de ratán con espaldar semicircular y, detrás, un armario en cuyo interior cuelgan ropa en ganchos de madera y una zapatera vacía en franco deterioro.
En el lado opuesto, dos sillas plegadizas de madera, casi amarillas, flanquean una mesita de noche de color oscuro sobre la cual hay un radio, dos libros, una libreta escolar y dos lápices. Una puerta alta, también de dos hojas, que da a un estrecho balcón, está cerrada con sus persianas medio abiertas. Otra idéntica da a otra calle que forma la esquina. Está abierta y le sirve de resguardo una barandilla con balaústres de hierro. Una mampara sobre ruedas, revestida de plomo, se interpone entre esa puerta y la cama.
Recostado en un rincón próximo a la entrada descansa tranquilamente su antiguo bastón negro de madera con empuñadura de marfil y varias hojas de periódico hacen de alfombra.
Le pareció que el camarada dormía hasta que lo oyó decir medio en broma:
–Bienvenido, joven. Dichosos los ojos que os ven –y abrió los ojos.
Se sienta con cuidado a su lado en una orilla de la cama; se inclina hacia él, lo abraza fuertemente y le susurra al oído:
–Te lo diré sólo porque es mi deber.
–Perdóname –lo interrumpe–. No debí darte semejante encomienda. Gracias a Dios puedes evitarte la amargura de ese trago, pues ya sé tú respuesta. Desde que subías la percibí en tus pasos titubeantes y tu abrazo me ha hecho sentir en mi espíritu la honda angustia que te oprime el pecho…pero alegrémonos, compañero, que mañana será otro día y sabemos que nada detendrá nuestra lucha.
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
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