"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

lunes, 1 de marzo de 2010

La señorita Mirtha sigue enojada (y va para rato)

Pablo Alabarces - 01-03-2010- criticadigital

Cuando profeticé, hace dos semanas, las dificultades que iba a encontrar el comienzo del ciclo lectivo, no contaba con la capacidad de este diario para imponer la agenda política: nuestra contratapa obligó a los gobiernos nacionales y provinciales a proponer gestos entre altisonantes y rastreros, que desembocan en un inicio casi normal de las clases en el día de hoy: pocos distritos con conflictos, aumentos de salarios generalizados a tono con la presión inflacionaria. Pero el panorama que pintamos sigue, en general, minuciosamente idéntico.

Fíjense, si no, el tipo de aumento de salarios que otorgó el gobierno nacional: se limitó a proponer un ajuste por inflación. Ésa fue la primera piedra, y los gremios se abalanzaron a dar el sí: parece que un 20%, que apenas permite mantener la miseria existente y seguir comprando carnaza en vez de lomo, es suficiente.

La señal que el Ministerio de Educación dio a la sociedad no fue “vamos a jerarquizar de una vez por todas a los docentes”, sino “les damos la inflación, qué más van a pedir”.
Digo esto también consciente de que el ministerio no les paga salarios a los maestros y a los profesores secundarios sino apenas a los universitarios –que siguen en la lista de damnificados: ya nos ocuparemos de ellos–, por lo que sus aumentos sirven sólo como indicador nacional y no precisan partidas presupuestarias: más a mi favor, entonces, porque una señal del Estado nacional respecto de la política salarial podría haber sido un poco más enérgica.

Pero peor fueron las reacciones de las provincias, y aun de los medios. Los gobernadores –incluyo en la lista a Macri– salieron a desgarrarse las vestiduras y a acusar al gobierno nacional de irresponsable: “Hacen política con nuestro dinero”, dicen que dijo Macri, olvidando que se trata, precisamente, de “nuestro” dinero y no del suyo. Es decir: nadie quería aumentar un peso.

El diario Clarín acompañó la tesitura: aunque “no podía dudarse” de la legitimidad del reclamo, también había que tener cuidado con los reclamos en cadena del resto de los estatales… con lo que para Clarín era claro que el problema de la educación argentina es equiparable al problema de todo el funcionariado.
Por supuesto que casi todos encontraron que había dinero –el mismo que cinco minutos antes no existía– y aumentaron los sueldos, concientes de que, aunque la educación les importa un bledo, lo que les importa es la tapa del mismo Clarín mañana descerrajando un “14 millones de chicos no habrían tenido clase” o algo así.

En resumen: mi señorita Mirtha está igual que hace dos semanas.
Pude averiguar que se jubiló, efectivamente, hacia 2004 o 2005, y descuento que no compra el diario porque no le alcanza para semejante lujo, de modo que no he tenido noticias suyas.
También pude averiguar, en estas semanas, que muchos lectores participan de esos lugares comunes sobre los que advertía en mi nota pasada: que las licencias, que las ausencias, que los paros.
Otros –claramente la mayoría– entendió mis argumentos, que redoblo aquí, porque estas negociaciones no hicieron más que ratificarlos: a estos gobiernos –todos, kirchneristas y oposicionales– no les interesa absolutamente nada de lo educativo, salvo que no haya paros para que no les muevan el avispero.
Lo que quieren son los famosos 180 días de clases: aunque sea con hambre –de maestros y chicos– y aunque no sirvan para nada de lo que 180 días de escuela debieran servir.

Cosas menores, digamos: alfabetización, crecimiento intelectual, igualación de oportunidades, acceso a lo mejor del saber y la cultura –incluida la popular–, el clásico mandato de ser mejor que los padres.

Hubo una época en que la escuela pública argentina servía para eso. Fue un ratito: entre 1884 y 1976, con vaivenes y contradicciones. No voy a hacer de ese tiempo una edad de oro imaginaria: había montones de cosas para cuestionar en esa escuela, pero la base estaba.
Las causas de la decadencia son también complejas, y entre otras está la transferencia de los servicios educativos a las provincias que inició la dictadura y terminó Menem (es decir, pura continuidad).

Hoy, hace falta una intervención radical, revolucionaria, apenas para comenzar a desandar ese camino.
Hay que corregir los abusos de las licencias, sí; pero antes –el caballo siempre delante del carro– hay que dar vuelta la formación docente, volverla universitaria, reorganizar la capacitación para que sea permanente y eterna, llenar las escuelas de equipamiento y bibliotecas –y no de televisores para que puedan ver el próximo mundial.
Y eso comienza transformando el salario docente de manera tal de que vuelva a ser atractivo como profesión estable, una opción vital –y político-cultural, de paso.

Eso no se logra creyendo que los aumentos a los docentes acarrean inflación u otros reclamos estatales: se logra afirmando que ese salario debe aumentar exponencialmente – y que bufen los eunucos...

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