"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 18 de septiembre de 2010

La asombrosa vigencia del tango "Cambalache"

Discépolo, un verdadero profeta

Marcos Aguinis
Para LA NACION

Hace 75 años que Enrique Santos Discépolo compuso la letra y música de un tango que hoy merecería ser expuesto como la más acertada descripción de la sociedad argentina. Empieza ubicándonos en el universo al decir:
Que el mundo fue y será/ una porquería, ya lo sé./ En el quinientos seis/ y en el dos mil, también./ Que siempre ha habido chorros,/ maquiavelos y estafaos,/ contentos y amargaos,/ barones y dublés.

De inmediato se instala en su propia época, sin imaginar que la traspasaría como una espada al corazón, porque agrega: Pero que el siglo veinte/ es un despliegue/ de maldá insolente,/ ya no hay quien lo niegue./ Vivimos revolcaos en un merengue/ y en el mismo lodo/ todos manoseaos.

Se lanza a una disección despiadada de nuestros vicios, encendido por la inspiración: Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador./ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/ Lo mismo un burro/ que un gran profesor./ No hay aplazaos ni escalafón,/ los ignorantes nos han igualao.

Adquiere las dimensiones de un profeta al señalar hechos que registra la crónica diaria actual, porque nos describe hace 75 años como si estuviese en 2010. Su bisturí es afilado y la indignación lo desborda: Si uno vive en la impostura,/ y otro roba en su ambición,/ da lo mismo que sea cura,/ colchonero, Rey de Bastos,/ caradura o polizón.



Compara después -y sin rodeos- a la sociedad argentina con los "cambalaches", que el lunfardo ya había convertido en una palabra de poderosa elocuencia. Igual que en la vidriera irrespetuosa/ de los cambalaches/ se ha mezclao la vida,/ y herida por un sable sin remache/ ves llorar la Biblia/ junto a un calefón.

Las prácticas bochornosas de su entorno, la degradación de valores, la confusión de caminos y de conductas, cargan a este poeta de un pesimismo apabullante. Tal vez confía en que su denuncia genial podrá reavivar la ética, orientar hacia el buen camino y restablecer el perdido sentido común. Sus últimas palabras son el remache de un alud. Es lo mismo el que labura/ noche y día como un buey,/ que el que vive de los otros,/ que el que mata, que el que cura,/ o está fuera de la ley.

Para colmo, la lista de abusos y desaguisados que ensombrecen la vida de los argentinos (con excepción de los que pescan a río revuelto) se derrama como una garúa sucia día a día, hora a hora. No hacen falta investigaciones geniales ni revelaciones que paralicen de asombro. Al contrario, parecemos haber perdido la capacidad de asombro. Como grita Discépolo, ya todo es posible, ¡todo es igual! Y lo aceptamos. En materia de corrupción se ha llegado a niveles jamás vistos, en una suerte de campeonato histórico, porque cada nuevo año y hasta cada nuevo mes supera al que se dejó atrás. Se predica lo opuesto de lo que se hace y se distorsionan los hechos sin el menor signo de pudor. Se modifica la historia como si viviésemos en los tiempos de la estalinista Enciclopedia Soviética , que renovaba sin cesar las versiones del pasado para justificar los abusos del presente. Y cuando deseamos hacer un repaso de todo lo que nos avergüenza, quedamos bloqueados por el exceso de absurdos que enloquecen al pensamiento. La memoria y el razonamiento sufren disfunciones graves, bajo los vientos que producen fuelles sin normas.

Por ejemplo, ni siquiera se habla de las originales "candidaturas testimoniales". Sólo unos pocos reconocen que fue un error. ¡Un error porque no dio los frutos esperados! Pero fue más que eso. Fue un horror. Porque se gastaban ingentes sumas de dinero para promocionar un candidato que no estaba seguro de asumir la función para la cual rogaba ser elegido. Me parece que excede el ridículo para convertirse en burla. Pero esa burla fue aceptada, digerida y hasta escondida en los pliegues del olvido.

Tampoco se mencionan ya los cientos de millones que un enriquecido gobernador de Santa Cruz mandó al extranjero sin rendir una prolija cuenta de su itinerario, sus comisiones, intereses y destino final, como si se tratase de monedas ahorradas con su laburo: el que no afana es un gil . Por lo menos la sociedad, en sus diversos estratos, tiene conciencia de que en la cúpula del poder no hay un par de giles. Se los podría condenar por muchas cosas, menos hacerle una acusación tan injusta, ¿no?

¿Alguno se acuerda del fiscal de Santa Cruz llamado Eduardo Sosa, que fue apartado de sus funciones como procurador general de la provincia por querer investigar qué pasó con esos fondos multimillonarios? La Corte Suprema de Justicia de la Nación, oportunamente en ese caso, ordenó la restitución del doctor Sosa, pero hasta hoy, septiembre de 2010, todavía esa orden no se ha cumplido.

El insigne matrimonio que manipula la Argentina merece el Premio Nobel de Economía por incrementar de forma incomparable su patrimonio personal. Si no ha encontrado la lámpara de Aladino, sería generoso por parte de ellos informar a giles como nosotros de qué manera se hace. Las malas lenguas desparraman por ahí, además, que al viejo sistema de las coimas añadió un método mucho más eficiente o encubridor que consiste en apoderarse de paquetes accionarios. Quizá ya les están sacando apuntes personajes como los que gobiernan Zimbabwe, Myanmar y decenas de otros líderes angelicales. ¡Exportamos tecnología!

La Justicia se esmera por hacer algo. Pero carga con el pecado de haber dejado pasar mucho tiempo, de no haber reaccionado con energía en todas las ocasiones y de no haber hecho saber a esta castigada Nación que vivimos en una República donde los tres poderes tienen igual dignidad y deben controlarse de forma estricta y permanente. Ahora resulta que un joven ministro de Economía se permite mojarle la oreja a la Justicia despotricando impunemente contra los fallos de la Cámara de Apelaciones en lo Comercial, como si fuesen unos chicos descarriados. ¡Qué falta de respeto/ qué atropello a la razón!

Hace poco un distinguido científico de un país que marcha hacia un espectacular desarrollo me hizo una pregunta difícil de contestar.

- "¿Por qué el dinero que se quema a diario y estérilmente en Aerolíneas Argentinas no se vuelca íntegramente para investigaciones en las universidades?"
Contesté enseguida: "Para no dejar en la calle a un montón de pilotos".
Entonces me recordó: "Pero hay varias compañías de aviación que esperan licencias para volar; ellas podrían absorber a esos trabajadores e incluso brindar un mejor servicio".
Se me anudaron las cuerdas vocales y quedé mirándolo.
En sus ojos percibí su reflexión: "Ustedes, los argentinos, son unos imbéciles que dan lástima. ¡Con el país y las oportunidades que tienen!"

En otro viaje, un economista que se esmeraba por no herir mi patriotismo, dijo:
- "¿Cómo es posible que invite a la productividad un matrimonio que basó su riqueza en comprar casitas para la renta? ¡Son rentistas de alma!"
Luego un sacerdote me avergonzó más aún: "¿No van a juzgar al matrimonio por el pecado de su congelada indiferencia durante la última dictadura militar?"

Hace poco se gastaron litros de tinta y horas de radio y TV para negar una repugnante "diplomacia paralela" que hacía negocios ilegales con Venezuela.
Ahora parece que la diplomacia paralela está por convertirse en un instrumento aceptable y hasta virtuoso.
¿Qué significa en realidad?
¿Cuántas ganancias aporta al prestigio, la confianza y la riqueza de todo el pueblo?

La inseguridad crece.
Sólo falta que algún ministro vuelva a repetir que es una "simple sensación".
La impudicia reinante en varios temas puede facilitar la repetición del disparate. ¡Dale nomás, dale qué va!
La gravísima inseguridad no es tratada como una prioridad del Estado, o por lo menos como una de las grandes prioridades que debería tener en su agenda una administración responsable.
El panorama se complica porque ahora es "normal" escrachar o quitarles la tribuna o el micrófono a quienes resultan molestos al oficialismo.
La democracia argentina ha rebajado su nivel.
No se sienten incómodos quienes lucharon contra anteriores dictaduras o autoritarismos para cerrarle la boca al disenso.
Todavía no se ha llegado a un desborde de agresiones, porque las potenciales víctimas esquivan un exceso de exposición o se ponen cierta mordaza.
Debemos tomar conciencia de que la sociedad argentina enfrenta graves problemas.
El mayor es la falta de independencia y fuerza de los tres poderes del Estado.
El otro es que han desaparecido las fuerzas que pueden contener los delitos.

La policía, con notables excepciones y hasta muertes heroicas, es acusada con frecuencia por connivencia con los delincuentes, corrupción e ineficacia.
Las Fuerzas Armadas prácticamente no existen.
Gendarmería y Prefectura no darían abasto.
Pero tenemos, por el otro lado, "barrabravas", piqueteros de diverso signo y tendencia, organizaciones agresivas, delincuentes sueltos y legiones de personas compradas mediante subsidios.

Todos ellos conforman una suerte de novedosas "fuerzas armadas" no incluidas en nuestra Constitución.

Aún no sabemos cómo van a actuar cuando la anomia y la anarquía aumenten su señorío.

No quiero ser pesimista, sino llamar a la previsión. Cuanto antes.

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