"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

domingo, 12 de septiembre de 2010

La locura del poder

Se define la locura como la privación del juicio o del uso de la razón, y también como alienación o delirio.
En otro sentido es la acción inconsiderada o un gran desacierto.
La locura es una exaltación del ánimo que se produce por algún afecto u otra circunstancia que obra como incentivo.

El poder es el dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar una cosa.
Porque entonces hablar de la locura del poder.
¿Acaso el poder enloquece?

En otra oportunidad hemos hecho la distinción entre autoridad y poder, señalando que la autoridad se cimenta sobre si misma, que no necesita de la fuerza, si no de la racionalidad del uso de dicha autoridad y que el poder es la fuerza ejercida sobre otro, como dice la definición, el imperio, el dominio, asumido como sea, sin distinción ni valoración, tal cual es impuesto por el que manda o ejecuta y más allá de todo cuestionamiento.

En nuestra sociedad contemporánea, existen palabras que definen conceptos, pero que además están cargadas de connotaciones especiales, a veces específicas de algunos lugares, y a veces más abarcativas y casi universales.

Uno de estos vocablos es el término poderoso, el cual escapa ya de la definición estricta de quien tiene o detenta el poder, para significar también que ese poder es casi discrecional, y que no está limitado ni sometido a reglas, normas jurídicas o modos de convivencia, sino que está determinado por el capricho y la voluntad de aquel ser que detenta el pomposo término de poderoso.

Y allí comienza el sentido de la locura, como alienación o delirio, porque ha escapado del juicio y de la razón.

El poderoso no razona, no procede en su sano juicio, sino que emerge su conducta de emociones, pasiones, resentimientos y rencores, y con el objeto de permanecer y consolidar su condición de poderoso, e impedir que alguien o algo lo disminuya o lo termine.

Cuando el poder que ostenta el poderoso, se consolida y se perpetúa en el tiempo a través de una condición casi imperial, o del poder de un clan, o de una clase, el juicio desaparece, la racionalidad se convierte en capricho y las normas quedan sujetas al poder.

La constitución de las sociedades en la historia, ha sido el proceso social quizás más importante del hombre, en un intento de terminar con la violencia, con la venganza y con el odio.

Las desviaciones sociales y las formas erradas de conducta, que constituyen los delitos en el ámbito de la justicia, se juzgan racionalmente, de acuerdo a normas ya preestablecidos, de conocimiento común, y por la cual el hombre sabe a que atenerse, y que a un comportamiento injusto le corresponderá una sanción.

No siempre la norma es la mejor de las soluciones, y podría constituirse una mejor, pero el conocimiento de la misma le da al individuo la posibilidad de saber que está a resguardo de sanciones, si las normas se respetan y existe igualdad para todos en su tratamiento.

Es el principio, dentro de la ley todo, fuera de la ley nada. O como decía Martín Lutero, con la verdad no ofendo ni temo.

Claro que no tuvo la experiencia de nuestras sociedades contemporáneas.

El peligro mayor es que la alineación del poder, produce simultáneamente una alienación en la sociedad, puesto que la realidad está desfazada.

Por más que el hombre tenga principios morales rectos, vive en un contexto inmoral, o amoral, donde no hay más reglas que la del ser supremo, encarnado en el poderoso de turno.

Y su vida transcurre rodeada de actos administrativos espúreos, de normas que desafían la Constitución del Estado, y de fallos judiciales perversos, injustos, y de preferencias de todo tipo, en un típico contexto de hijos y entenados.

Entonces se convierte su pregunta, mi conducta esta adecuada a las normas vigentes, en estoy del lado del poder o en antagonismo.

El poder perpetuado e indiscriminado enloquece al poderoso, enloquece a la sociedad, enloquece al hombre.

Elías D. Galati

wolfie@speedy.com.ar

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