“Si te pudiera guardar,
ay, pena, pena sin cárcel,
si te pudiera guardar...
tierra abierta faltaría
para tanta muerte mía” - Manuel Benítez Carrasco
Ahora, que el 35% del padrón electoral corresponde a votantes menores a los treinta años, resulta imprescindible explicar que el título de esta nota es de los noticieros que, en ausencia de televisión, se proyectaban en los cines antes de la película. Producidos, en general, por el gobierno de turno, tenían un formato parecido –pero mucho más épico- a los canales “públicos” de hoy, sin por eso llegar a la torpeza de “6, 7, 8”.
Hoy, que ya es de conocimiento general que los deudos y secuaces de Kirchner encomendaron la producción del velorio y del entierro a Javier Grosman, quien tuvo a su cargo, también, la dirección general del desfile alegórico del Bicentenario, las piezas comienzan a encajar en su lugar porque, verdaderamente, el tipo es un genio. Y, además, la lluvia, triste de por sí, lo ayudó mucho a incrementar las lágrimas populares.
Me dice un amigo, versado en las artes televisivas, que hasta la cerrazón del cajón tuvo como objetivo no distraer a las cámaras de la imagen doliente de la Presidente, para transformarla así en el centro natural de la escena.
Consiguió, con su arte, convencer a propios y extraños que una multitud prácticamente infinita había hecho acto de presencia en la Plaza de Mayo para despedir a don Néstor y acompañar a su viuda, cuando ya las inexorables matemáticas hablan de unas cuarenta mil personas en el desfile ante el ataúd y, eventualmente, otras quince mil en la Plaza, bajo las banderas sindicales y políticas.
Esos números –no caigo en la estupidez de negar el auténtico dolor que expresaron muchos de los presentes- son inferiores a los que amontonó Moyano en River, a los que reunió Alfonsín en su paseo final del Congreso a la Recoleta y, por supuesto, a los del propio Perón.
En la medida en que el Gobierno se empeña en hacer creer, urbi et orbe, que se trató de un claro mensaje para “profundizar el modelo”, lo revistió con las características de un acto político, lo cual impone también compararlo con las convocatorias de la UCR y del PJ, en la Avenida 9 de Julio del ’83, cuando ambos partidos, cada cual por su lado, reunieron más de un millón de personas.
A ese “tren de la victoria” se sumó el oficialismo por entero, encabezado por el hijo de Jacobo –genial invento del gordo Lanata- que la misma noche del jueves lanzó la candidatura presidencial de doña Cristina, como una forma de agregar leudante a la masa en cocción.
Pero lo que convierte el show mediático montado en un suceso argentino fue el impacto que tuvo en los opositores.
Vimos a líderes que, hasta el día anterior habían tildado a Kirchner de canalla, lamentar su muerte.
Que ese triunfo se haya traducido, a una semana de su muerte, en la obtención, por parte del Frente para la Victoria y sus aliados, de un dictamen mayoritario en comisión para el Presupuesto 2011, no es un dato menor.
La Ley de Prepuesto es la madre de todas las leyes que rigen la República, pues en ella se establecen las prioridades que se darán, durante el ejercicio siguiente, al gasto público.
Es decir, si los impuestos que se recaudan y las cajas que se saquean irán a engrosar los bolsillos habituales de las obras públicas faraónicas o a terminar con la desnutrición de los niños misioneros, si deberán invertirse en “Fútbol para Todos” o en subsidiar a Aerolíneas Argentinas o dedicar esos cuantiosos fondos a la construcción de escuelas y hospitales, o a permitir que mi factura de gas sea –como lo fue el último bimestre- de dieciséis centavos ($ 0,16) mientras que mi propia mucama haya debido pagar pesos doscientos ochenta ($ 280.=) por las garrafas que le permitieron contar con el fluido.
También establece cómo se componen los montos recaudados; por ejemplo, si deben excluirse o no los alimentos de primera necesidad del IVA, lo cual permitiría abaratar la canasta familiar de los más pobres, que gastan todos sus ingresos en comida, un 21%. Que esos impuestos, que se cobran a los que menos tienen, vayan a pagar los costos de una universidad pública que es, tal vez, el mayor signo de la decadencia argentina –Alieto Guadagni lo grita en el desierto- y a la cual sus hijos nunca podrán concurrir, debe ser una de las razones que nos lleve a convencernos acerca de la importancia republicana del Presupuesto como instrumento de desarrollo del país.
El otro curioso suceso de esta semana fue el explícito respaldo que obtuvo don Hugo Moyano nada menos que de La Cámpora, esa organización de nuevos “jóvenes idealistas” que quieren hacer retroceder el reloj argentino treinta y seis años, como mínimo.
Si bien el hecho puede hacer disminuir la preocupación respecto a un eventual inminente enfrentamiento entre ambas alas del kirchnerismo, el estandarte de la militancia anti-CGT será recogido por otras organizaciones, aún más combativas.
La Presidente no hubiera podido introducir cambios en el Gabinete ni efectuar bruscos golpes de timón en el modo de gobernar aunque hubiera querido, pues ello hubiera implicado negar, públicamente, la pseudo excelencia de don Néstor como conductor. No significa que no lo vaya a hacer más tarde, pero lo dudo.
La Reforma Política, que el finado impuso al “congreso-escribanía” de fines de 2009, está rindiendo sus frutos, y los opositores, que pretenden encolumnarse nada menos que detrás de quince precandidatos, no atinan a responder como lo pide la sociedad, esto es, con proyectos y plataformas concretas.
Sobre la Argentina post-Kirchner se ciernen los mismos negros nubarrones que los que se avizoraban en el horizonte antes de su muerte, y nadie parece tomar conciencia de esa circunstancia.
El huracán de cola que sigue soplando sobre nuestro país continuará por algún tiempo, salvo que el cambio en la composición del Capitolio traiga malas noticias al mundo, y sería un crimen continuado seguir perdiendo esa magnífica oportunidad que, tal vez, no vuelva a repetirse pronto. Los argentinos y, sobre todo, nuestros gobiernos, tendemos a considerar que esta situación durará para siempre y que eso nos permitirá vivir sin esfuerzos por toda la eternidad; obviamente, no será así.
De allí que, si hubiera grandeza entre ellos, los que pretenden ser dirigentes políticos debieran estar sentados trabajando, sin pausa, para elaborar los proyectos verdaderamente estratégicos en materia de educación, salud, seguridad, defensa y justicia que nos permitieran comenzar a ser un país en desarrollo y dejar de ser algo tan decadente que llama la atención del mundo entero. Sobre todo, en la época que el huracán pierda fuerza y deje de soplar para impulsarnos.
Sigo convencido que sólo una fórmula presidencial que reúna al sesenta o setenta por ciento de la población en respaldo, formada por más de un partido político, será capaz de cambiar el rumbo de colisión que lleva el país contra la Historia.
Pero, como digo, se necesitará de mucha grandeza para lograrlo.
Tal vez, sólo tal vez, no lo merezcamos.
Buenos Aires, 4 Noviembre 2010
--
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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