Hay una realidad real, la verdadera, inaccesible para nosotros, que accedemos a ella percibiéndola con los sentidos.
Hay una realidad fenoménica, en términos kantianos, a la cual accedemos con nuestra sensibilidad cognoscitiva.
Hay una realidad ideal, la cual inconscientemente creemos que es la real, y no es más que la expresión de nuestro deseo de que las cosas sean como nosotros las pensamos y las sentimos.
Vivimos inmersos en la realidad, pero sentimos aquello que queremos sentir.
Si deseo vincularme con la gente, pensaré una realidad en la cual todos me acepten, me quieran y deseen vincularse conmigo.
No importa cuan cierto sea, o si en realidad nada tiene que ver con lo que realmente sucede.
Si la distancia entre lo verdadero y lo que presumo no es mucha, podré sostener esa realidad ideal del fenómeno de mi vida.
Pero si la distancia se amplía, si no hay aceptación ni deseo de vincularse, mi deseo no se conforma; no me satisface y me frustro.
Mi inconsciente avanza sobre mi consciente, y ocupa lugares que no debe.
La realidad está allí, circundante, a nuestro alrededor, como mostrándose para que el yo la descubra y la aprehenda.
Y eso forma la vida, lo que soy con lo que me rodea hacen a la experiencia vital personal.
Forman una dualidad homogénea que no se puede dispersar, porque al dispersarse se pierden ambas.
Lo que soy es en tanto conocer lo que me rodea, y las cosas que me rodean son en tanto conocidas por mí.
Porque las cosas son en tanto el sujeto que las conoce, como para dicho sujeto.
Pero las cosas tienen formas, dimensiones, igualdades, diferencias, que no son la cosa misma, sino objetos ideales de esas cosas, que existen en razón de los objetos a los que se le aplican.
Y además las cosas tienen valores, son bellas, buenas, que funcionan como atributos de las mismas y que no podemos localizarlas como a los objetos, sino aplicarlas a los mismos.
Toda esa realidad me circunda y dentro de ella está mi vida.
Vida que realizo en un devenir en el tiempo, que fue, está siendo y será en el futuro.
Junto con la realización de la vida, pienso la realidad.
No me conformo con advertir, ver, sentir, oir o tocar la realidad, sino que me pregunto permanentemente ¿Qué es esto? ¿qué es aquello?
Y primero lo describo interiormente, y luego lo exteriorizo, diciéndolo o escribiéndolo.
La realidad me condiciona, pero el yo también condiciono a la realidad.
Es un camino de ida y vuelta, como las dos caras de una misma moneda.
Aprendo a diferenciar, y doy prioridad a las cosas más valiosas, las necesarias o las de mayor utilidad para mi vida.
Saco conclusiones, aprendo y memorizo, para una próxima vez en la misma situación.
Pretendo modificar la realidad, con mi capacidad, con mi intelecto, con mi ingenio e imaginación.
A veces puedo pero otras veces no, y la verdadera sabiduría consiste en saber que se puede modificar y que no se puede modificar.
La educación consiste en prepararse para lo que vendrá.
Educar es dar las instrucciones y los instrumentos para poder vivir una buena vida, una vida sana y pacífica.
Comprender la presencia de los otros y entender que tienen su propia formación y su propia estructura, que hace a vivir en la diversidad y con el absoluto respeto a las identidades y a los valores culturales de cada uno.
Que no soy mas ni menos que ninguno, y que las cosas debo tratarlas como si fuera el depositario de las mismas y que pasarán a otra persona en el futuro.
La realidad nos envuelve con un manto egregio, interactúa con nosotros y forma el sustento de nuestra vida actual.
La realidad es en mí, tal como soy en la verdadera realidad.
Elias D. Galati
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