Por el Dr. Jorge B. Lobo Aragón (*)
Todos estamos obligados a socorrer las deficiencias físicas, congénitas o adquiridas, de nuestros semejantes.
Es un deber de solidaridad, exigido por la naturaleza.
Lo sentimos en forma inexcusable con respecto a nuestros familiares, por más que a veces se conviertan en una carga y nos ocasionen esfuerzos, molestias, sacrificios más o menos onerosos.
Aun cuando no mantengamos responsabilidad sobre la suerte del otro, la religión nos impulsa hacia él por el mero hecho de ser un prójimo, con el que nos une la caridad.
En el uso corriente, la caridad suele confundirse con limosna y así se rebaja a protección humillante la más excelsa de las virtudes, la que mejor expresa el señorío del hombre sobre el dolor y la suerte.
Y, más allá del plano afectivo, en el de la estricta justicia, la recuperación de los minusválidos y su rehabilitación es un objeto del bien común, cuya custodia se confía a los gobernantes y se encuentra amparada por garantías constitucionales.
La incapacidad para realizar ciertas tareas no les impide asumir otras con la misma eficacia que cualquiera, con lo cual, al mismo tiempo que se recupera un miembro de la sociedad, se beneficia a esta con el aporte de fuerzas antes pasivas o gravosas.
La solidaridad con el dicho “discapacitado”, por lo tanto, no puede circunscribirse al concepto de la beneficencia, ni siquiera cuando lo incluya, pues está ligada al interés público y no es algo que se obtiene pidiendo sino algo que se tiene el derecho de reclamar.
“Cuando el que recibe da, la idea de favor desaparece”
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Jorge B. Lobo Aragón por gentileza de su autor
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
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