El crecimiento de bienes o servicios producto de leyes de mercado, no garantiza desarrollo cuando el binomio “estado-cliente”, conveniente y sumamente necesario, impide la actuación de iniciativas y creatividad, la autodeterminación, la participación responsable de cada subjetividad en la vida económica y social y la justa protección de los valores humanos, inmanentes, que garantizan el bien común.
Este tan mencionado bien se manifiesta en la exclusiva atención a normas comportamentales que impidan el avance de tendencias que se re-nuevan para descontextualizarlo cuando se cristaliza en el desequilibrio de la escena política, cuando se personaliza la ideología, impuesta con el ímpetu de los eventos del espectáculo cotidiano, brillando así su sentido por ausencia.
La regulación social manipulada por intencionalidades egoístas orienta mecanismos y mercado para instaurar, de manera muy particular y clientelista, un símil estándar de bien común, allí donde medios y disvalores se justifican, allí donde no se promueve el desarrollo y el derecho pareciera indigno.
Pero el juego manipulador de la necesidad o del toma y daca se resiste con la fuerza de “terceros actores”, integrantes de la sociedad civil cuya acción se potencia por genuina y que, fuera de la manipulación, actúa a favor de los derechos sociales, también inmanentes, evidenciando la estrategia servil de la manipulación.
Y por efecto de esta negación crea espacios y estructuras de realización, indispensables canales de esperanza cuando la necesidad grita dignidad y efectiva promoción del sentido de vida social; actores que se empeñan en alimentar, sanar y sobre todo educar para libremente pensar.
Y aunque el Estado intente ignorarlos, o no coopere con su acción ética, irreductible referencia son, en ocasiones, única posibilidad de renovar las relaciones entre subjetividades en un orden moral que garantice cada uno de nuestros derechos y determine un profundo sentido de conciencia y desarrollo social, porque libres, no se subastan.
Si nos dejáramos llevar por un cierto sentido fatalista, que podría tentarnos con disvalores o aislarnos para evadir la realidad, participaríamos por omisión y en conciencia del juego de la manipulación.
“No se nos permite elegir el marco de nuestro destino, pero lo que ponemos dentro es nuestro” – Dag Hammarskjöld, Premio Nobel de la Paz.
Mara Martinoli
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