Por
Enrico Udenio (*)
Durante las sesiones del congreso del 21 y 22 de abril de 1853, el Dr. Juan María Gutiérrez, diputado por la provincia de Mendoza, pronunciaba “Todas nuestras guerras civiles de cuarenta años no son más que la expresión de estos dos hechos: dominación o influencia unas veces justas y otras injustas del poder de Buenos Aires sobre las demás provincias, y resistencia unas veces justas y otras injustas por parte de éstas”.
Como si el tiempo no hubiera pasado, hoy el país sigue sometido a los designios del gobernante nacional de turno asentado en Buenos Aires.
Cuando, a partir del colapso socio económico que se produjo a fines del 2001, los precios internacionales y los términos del intercambio comercial externo favorecieron a los productos primarios, el sector agropecuario tuvo un fuerte crecimiento. El gobierno nacional comenzó a gravar sus exportaciones elevando los porcentajes de los impuestos en forma paulatina hasta mediados del 2008, cuando se sublevaron los pueblos del interior del país, denunciando que se trataba de impuestos que el gobierno nacional no repartiría entre las provincias.
Este levantamiento popular, que terminó con el voto “no positivo” del entonces presidente de la Cámara de Senadores, Julio Cobos, dejó en evidencia que la Nación no coparticipaba esa riqueza con las provincias que la producían y que, después de 150 años, se mantenían los factores de dominación económica similares a las que utilizaba el gobierno de Buenos Aires para poder someter a las provincias en la primera mitad del siglo XIX.
LA ILUSIÓN FEDERAL
“Es incierto que la igualdad sea una ley de la naturaleza. La naturaleza no tiene igualdad. Su ley soberana es la subordinación y la dependencia.” Marqués de Vauvenargues (1715-1747). Moralista francés.
Cuando la Constitución Nacional de 1853 estableció el régimen de distribución de los ingresos impositivos en base a un sistema de impuestos similar al actual, se pensó que las provincias iban a tener mayor autonomía económica. Por un lado, había impuestos provinciales que le pertenecerían a la provincia y, por otro lado, tributos nacionales que manejaría la Nación, entre ellos los aduaneros. Lamentablemente la historia mostró que el gobierno nacional terminó acaparando los impuestos de mayor recaudación (Aduana, IVA y Ganancias, impuesto al cheque, etc) y, con ello, fracasaron, en la práctica, las ideas de 1853 que intentaban hacer de la Argentina una nación federal.
A partir de la pacificación del país en 1880, aún sobrellevando varias e importantes crisis, se produjo un fuerte crecimiento económico impulsado por el desarrollo de la ganadería y la aparición de la agricultura. Es bien conocida la frase “granero del mundo” que da cuenta de su ascenso en el contexto internacional hasta llegar a ser el séptimo país más rico del planeta. En los años previos a la segunda guerra mundial, los inmigrantes europeos veían, en la Argentina de aquel momento, a una nación con una perspectiva de desarrollo económico comparable a la de los Estados Unidos, Canadá o Australia.
Es que, del mismo modo que el petróleo constituye hoy la principal riqueza para Venezuela, el cobre para Chile, o el gas para Bolivia, en aquel momento la Argentina contaba con sus vastos campos para ser la punta de lanza de un formidable desarrollo económico.
Pero, aunque resulte increíble, el país quiso crecer de espaldas a su principal riqueza: la producción agropecuaria expandida en su extenso territorio. Sus políticos se hicieron cargo de renegar de ese sector y desvalorizarlo con los conocidos argumentos, no exentos de cierta validez, del “injusto intercambio de nuestros productos primarios por los productos industriales extranjeros”, o de la necesidad de frenar los abusos de poder de la oligarquía terrateniente. Esta decisión política terminó siendo un gran error, pues las acciones de los funcionarios de turno desalentaron constantemente las inversiones en el sector y no supieron aprovechar los excedentes de riqueza, que el campo producía, para construir una industria de excelente tecnología, como sí lo hizo Australia, una nación con grandes extensiones territoriales y similares características climáticas y productivas que la Argentina.
RESULTADOS DEVASTADORES
Con la finalización de la segunda guerra mundial, gran parte del mundo experimentó, gracias a la notable expansión del comercio internacional, el más grande desarrollo económico de la historia. Mientras esto sucedía, la Argentina fue la única nación del mundo que en sólo veinticinco años (1935 a 1960) pasó de ser un país desarrollado a ser uno subdesarrollado y, desde el año 1950 hasta el 2000, fue el país de menor crecimiento de su Producto Bruto Interno (PBI) a valores constantes, en toda América Latina, excluyendo a Uruguay.
La composición del poder político en la Argentina se mantuvo inamovible a través del tiempo: Buenos Aires siguió siendo la aspiradora económica y demográfica de la nación como lo era en el siglo XIX.
El resultado fue devastador: durante décadas los jóvenes de los pueblos y ciudades de nuestro interior huyeron hacia la esperanza porteña dejando a las provincias cada vez más pobres y más despobladas mientras que el centro urbano de Buenos Aires se agigantaba al punto de consolidar una Argentina macrocéfala.
LA ASPIRADORA ECONÓMICA Y DEMOGRÁFICA
“Los avaros son gente muy bondadosa: acumulan sus riquezas para aquellos que desean su muerte.” Leszczynski Stanislaus (1677-1766) Rey de Polonia (1704-1709)
Para dar una idea de la magnitud de esta macrocefalia, basta mencionar que, para fines de 1830 la provincia de Córdoba tenía 55 habitantes por cada 100 mientras hoy alcanza apenas a 18.
Ya en 1853 se denunciaba esta situación: durante las mismas sesiones del congreso del 21 y 22 de abril, un diputado santiagueño manifestaba su preocupación por “el cuerpo monstruoso cuya cabeza se halla hidrópica y sus miembros raquíticos”. que detentaba Buenos Aires.
Hoy, el centro urbano de Buenos Aires (incluye al conurbano bonaerense), condensa casi el 34% de la población del país. Si a este centro urbano le sumamos el resto de la provincia de Buenos Aires, comprobaremos que concentra la mitad del total de la población argentina (52%) y el 70% del consumo nacional.
La macrocefalia se acentúa aún más cuando se resalta la abismal diferencia en cantidad de habitantes con relación a las ciudades que le siguen en población al centro urbano de Buenos Aires. Por ejemplo, el segundo centro más poblado de Argentina es Córdoba, con el 3 y 1/2 % del total del país. Como se ve, del 34% pasamos a casi el 4% y ya después de la quinta ciudad, todos los demás centros urbanos están por debajo del 0,6%.
Absurdo, ridículo, o cualquier otro calificativo queda pequeño ante tal monstruoso desnivel poblacional. No hay en el mundo una experiencia similar a la Argentina en este ítem.
Por ejemplo, la nación que más se le acerca, Australia, posee en Sydney, el 20% de la población mientras que la ciudad que le continúa en importancia, Melbourne, tiene el 17%.
En Estados Unidos, el centro urbano más poblado es Nueva York con sólo el 8%el 6% (Los Angeles) y el 3% (Chicago). Estados Unidos necesitaría sumar a sus catorce ciudades más populosas para llegar a acumular el porcentaje que ostenta la concentración urbana de Buenos Aires. del total de habitantes de esa nación. Las ciudades en orden decreciente respecto de su cantidad poblacional tienen el 6% (Los Angeles) y el 3% (Chicago). Estados Unidos necesitaría sumar a sus catorce ciudades más populosas para llegar a acumular el porcentaje que ostenta la concentración urbana de Buenos Aires.
Mucho más cerca nuestro, el primer centro urbano de Brasil, San Pablo, uno de los más poblados del mundo, tiene apenas el 6% del total del total del país. Asombrosamente, Brasil necesitaría sus 40 ciudades más populosas para alcanzar el porcentaje que detenta Buenos Aires con relación al total del país.
Cualquiera que sea el modo de interpretar estas cifras, no puede pensarse un crecimiento social y económico de la Argentina sin solucionar esta problemática pues, sea cual fuere la metodología económica que se utilice o el partido político que gobierne, los procesos migratorios y económicos tienden, en forma natural y progresiva, a orientarse hacia aquellos lugares que generan las mayores expectativas de trabajo y los mejores estándares de vida.
UN PUEBLO AUTISTA
“Amarse a sí mismo es el comienzo de un romance para toda la vida.” Oscar Wilde (1856-1900) Escritor británico, famoso por su brillantez e ingenio.
Mientras Buenos Aires no tenga competencia interna, seguirá siendo un imán migratorio insoslayable. Año tras año en lugar de disminuir, el flujo poblacional que arriba a la ciudad y al conurbano bonaerense aumenta considerablemente. La cabeza del país se agiganta cada vez más en proporción al resto del cuerpo.
Creo que, entre todos los males históricos que la Argentina ha padecido, esta situación se ha convertido en el peor obstáculo para su desarrollo, por todas las implicancias políticas, sociales y económicas que conlleva.
Esta dificultad se acrecienta significativamente al analizar las encuestas que evidencian que los argentinos, siempre preocupados por la falta de dinero, la desocupación, la miseria, la seguridad, la corrupción y otros males endémicos, no relacionan al estado republicano y federal con el desarrollo socio-económico del país, por lo que, para una amplia fracción de la población, el sometimiento y dominación por parte del gobernante ejecutivo nacional de turno hacia los sectores regionales del interior del país no resulta ser un motivo válido para retirarle el apoyo electoral.
Este desinterés por la forma federal y republicana de gobierno es uno de los más graves errores éticos y económicos en que se incurre pues permite que los gobiernos nacionales sigan controlando políticamente a la mayoría de las provincias del interior del país a través del flujo de dinero.
Las provincias y los municipios del interior de la nación necesitan, con extrema urgencia, políticas de crecimiento y desarrollo económico autóctonos que atiendan la desocupación, la seguridad, la salud, y la educación para que los jóvenes y demás ciudadanos no sigan migrando a la ya hipertrofiada cabeza que es Buenos Aires.
Un plan económico, cualquiera que sea, necesita de un buen federalismo en el cual apoyarse para generar una riqueza equilibrada en todo el territorio de una nación.
Al igual que las personas, una nación logra curar sus mayores males cuando cambia su propia historia, pues es la compulsión a la repetición la que la lleva a caer, una y otra vez, en los mismos errores del pasado. Si la Argentina no logra corregir la deformación distributiva de los recursos humanos y productivos que heredó de sus antecesores, le será muy difícil lograr un progreso firme en un futuro próximo o siquiera lejano.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo
por gentileza de su autor Enrico Udenio, asesor económico y especialista en comercio exterior, se ha desempeñado como empresario comercial e industrial desde 1965.
De nacionalidad italiana, arribó a la Argentina, país en el cual reside, siendo niño.
Sus compañías en Argentina y en el exterior desarrollaron diversos proyectos comerciales e industriales, algunos de ellos muy conocidos, como fue el caso de la radicación de Honda Motor en el país.
A principios de la década del ’90 cerró todas sus empresas para dedicarse al asesoramiento, la docencia y la investigación en política y economía.
Autor, en 1981 de los libros "Corazón de Derecha Discurso de Izquierda" y “Diario de un Divorciado”.
En cuanto a su postura ideológica, se define a sí mismo como un pragmático independiente, comprometido con la filosofía holística y el construccionismo histórico como forma de mirar a la realidad.
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