"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 18 de febrero de 2012

El intempestivo



Deleuze
Por: José Andrés Rojo
Blog: El rincón del distraído
El País.es
En El cuerpo sin órganos (Pre-Textos), el último libro en que José Luis Pardo se ocupa de la obra de Gilles Deleuze, recuerda que en sus Conversaciones el pensador francés expresó "con la mayor franqueza" que pudo apropiarse de Hume, de Bergson, de Spinoza, de Leibniz, de Proust, pero que no pudo apropiarse de Nietzsche: "más bien él se apropió de mí y no sé muy bien cómo…".
Pardo titula Lo intempestivo el capítulo en que se ocupa de la relación de Deleuze con Nietzsche, y ahí señala la fuerza de ese filósofo que irrumpe de manera inoportuna y pone todo patas arriba: es el que "no se deja reducir, el que no enseña sus cartas ni muestra las trastiendas de sus conceptos, aquel a quien Deleuze no encuentra la manera de relevar porque es el corredor más veloz, el que siempre se escapa de toda trampa ideada para atraparle…"
¿Quién es Nietzsche?, se pregunta Pardo:
"¿No designa para nosotros su obra algo inabordable, algo que aún no podemos (y quizá nunca podremos) pensar, un punto de vértigo que señala lo filosóficamente irreductible, lo insuperablemente intempestivo, aquello de lo que la filosofía no puede apropiarse pero que sin cesar le da que pensar, la fuerza a pensar?". Una obra que fuerza a pensar, que da que pensar: de eso se trata.
Un poco más adelante, Pardo cita un fragmento del libro que Deleuze le dedicó a Proust:
"El pensamiento no es nada sin algo que fuerce a pensar, sin algo que lo violente. Mucho más importante que el pensamiento es 'lo que da que pensar'; mucho más importante que el filósofo, el poeta (…) 
El poeta aprende que lo esencial está fuera del pensamiento, está en lo que fuerza a pensar".

La estrategia que José Luis Pardo ha utilizado en este nuevo trabajo sobre Deleuze (en la imagen) –el anterior lo publicó hace más de treinta años– ha sido la de intentar hacer suya la manera de trabajar del filósofo francés.
El desafío de este fue ponerse a pensar en lo que está sucediendo, atrapar el devenir, no quedar fijado en lo que ya ha pasado.
Por eso Pardo arranca con un texto de Bergson que habla de dos puntos, A y B, y de la flecha que sale de uno para dirigirse al otro.
El curso de la flecha "es un solo y único salto".
Y, bueno, la idea sería la de incorporarse a ese salto para pensar.
Y, en ese movimiento, no hay ni yo, ni hay aquí y ahora, todo está descentrado.
 La imagen del intempestivo tiene sentido en ese escenario: irrumpe y estalla en mil direcciones.
Por eso es difícil reducir a Nietzsche, por eso se escapa siempre. No hay fijeza, no hay términos cerrados con significados unívocos.
En 'Por qué soy tan sabio', el primer capítulo de su texto autobiográfico Ecce homo, Nietzsche lo decía con estas palabras: "Siempre estoy a la altura del azar; para ser dueño de mí tengo que estar desprevenido".
Estar atentos a lo desconocido que llama a nuestras puertas (desprevenidos).
Eso fue lo que procuró Gilles Deleuze, tal como lo explica Pardo, y eso tiene mucho que ver con lo que hacía el autor de Así habló Zaratustra:
"Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: el no querer que nada sea distinto, ni en el pasado, ni en el futuro, ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aún menos disimularlo —todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario—, sino amarlo…", escribió en otro lugar de Ecce homo.
Es curioso que, precisamente ahora, en estos tiempos agitados, Nietzsche haya quedado apartado a la vera del camino y reducido a unos tópicos maniqueos y reductores.
Pardo lo contaba hace poco en una entrevista: que era verdad que los soldados alemanes que salían al frente en el último conflicto mundial llevaban una selección de aforismos de Nietzsche sobre la grandeza de la guerra; pero eso, y la lectura que hicieron los nazis de su obra, no cierra ni agota ni quiebra la violencia de su pensamiento.
Violencia, precisamente, en ese sentido que reclamaba Deleuze al hablar de Proust: que fuerce a pensar, que dé que pensar.
Decía Nietzsche en Así habló Zaratustra que "el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre— una cuerda sobre un abismo".
Luego vino Kafka un poco más tarde y en uno de sus cuadernos apuntó:
"Me extravío. El verdadero camino pasa por una cuerda, que no está tendida en el vacío, sino casi a ras de suelo. Parece más bien destinada a hacer tropezar que a ser recorrida".

Quizá el hombre de nuestros días tenga más que ver con esa cuerda a ras de suelo que con aquella tensada sobre el abismo.
Sea como sea, y con mayor razón, siguen haciendo falta obras que den que pensar:
La de Nietzsche, la de Deleuze, la de Pardo.


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