Por Damián Glanz
El romance entre el matrimonio Kirchner y Hugo Moyano nació de una necesidad compartida: lograr poder, unos en la Casa Rosada, el otro en la CGT.
El noviazgo eficiente les confirió a ambos el control pleno de sus palacios.
La Presidenta y el líder sindical hoy pelean por recuperar lo que cada uno cedió. Saben que le están cortando una pata a la silla del otro. El juego es peligroso.
Planificaron esta batalla con mucha anticipación. Lo empezaron a hacer el día que los dos entendieron que el otro se estaba excediendo en su territorio: Kirchner financiando al Tesoro con el dinero de las obras sociales y Moyano reclamando más espacios dentro del partido y el Gobierno. El eje del enfrentamiento sigue siendo el mismo.
Menos de un mes atrás, la CTA que conduce Pablo Micheliconvocó a un paro nacional con movilización para reclamar los mismos puntos que ahora impulsan a Moyano a salir a la calle. La marcha, multitudinaria, apenas fue relatada por la prensa y sólo logró la adhesión, por medio de una carta, del líder camionero.
Está claro, entonces, que el impacto que provoca la convocatoria de hoy a la Plaza de Mayo no está en la lista de reclamos, sino en la disputa de poder que conlleva.
En la Casa Rosada se enojan con Moyano por valerse ahora de los reclamos sindicales para disputar poder, y tienen razón. Les molesta que el camionero haya cambiado de opinión, pero no reparan en que esa estrategia es bastante frecuente en Balcarce 50, donde hasta ayer aplaudían la gestión de Repsol y Esquenazi en YPF y hoy la devuelven al control Estatal. Coinciden con Moyano en el divorcio entre el destino y el origen del cambio. La Presidenta encontró la bandera de la "soberanía energética" el día que perdió el superávit comercial.
Lo que omite la jefa de Estado es que fue ella quien empujó al camionero a acordarse del Impuesto a las Ganancias. Hasta abril, los "principales beneficiados del modelo", como los llama la Presidenta, contaban con una ayuda excepcional en sus salarios que financiaba el Estado. Es decir, todos, incluso los principales perjudicados por "el modelo".
Los empleadores transportistas cobraron desde 2005 un subsidio especial por mantener a todo su personal en blanco y afiliado al sindicato de Moyano. Ese aporte les permitía, entre otras cosas, realizar un pago "no remunerativo" que compensara cada año la parte del aumento que lograban en las paritarias y que se lo devoraba el Impuesto a las Ganancias.
Con la ayuda de este Régimen de Fomento a la Profesionalización del Transporte de Cargas -y de otras artes- el sindicato de Moyano pasó de 50 mil a 200 mil afiliados.Ese circuito de dinero era parte del precio que había puesto el jefe de la CGT para mantener la calle y el movimiento obrero bajo su control.
Los "principales beneficiados del modelo" son una consecuencia de ese pacto.
Cristina Fernández redireccionó en abril esos 8.500 millones de pesos anuales hacia otro sector: los mecánicos y metalúrgicos, los principales adversarios del camionero. El subsidio se convirtió en una línea de créditos para los transportistas que compren camiones nuevos.
"Si no suben el mínimo no imponible de Ganancias, de nada sirve discutir paritarias", empezaron a repetir desde el sindicatos de camioneros. Habían callado durante siete años.
La Presidenta acusa a Moyano de "desestabilizar" y "extorsionar". El jefe de la CGT pide que le devuelvan lo que el kirchnerismo primero le dio y luego le quitó. Acusa de Cristina de cortarle una pata de su silla: desestabilizarlo. La Casa Rosada le retiró el monopolio de la relación con el movimiento obrero ligado al peronismo.
A Moyano le quedó, como principal activo político, su capacidad de movilización. Pero es una fuerza que no encuentra destino: ¿quién capitaliza esta Plaza de Mayo?
¿El propio Moyano, que no supera la línea de corte de la imagen positiva? ¿Daniel Scioli, el gobernador kirchnerista que en su segundo mandato “debe aprender a gestionar”? ¿Mauricio Macri, que siempre denostó las marchas y los cortes?
Si este fuera un movimiento claramente opositor, las acusaciones de supuestos "destituyentes" no tendrían lugar. Sería, como lo fue la reciente marcha de la CTA de Micheli, la expresión de un sector que no comulga con el Gobierno.
El problema radica en que esta lucha de poder, esta manifestación a la Plaza de Mayo, expresa enojo y decepción. No de los movimientos de izquierda que hoy ven en Moyano un altoparlante para sus viejos reclamos. Es la bronca interna del sector del peronismo que no digiere la conducción de Cristina Fernández.
La Presidenta también responde con enfado y azuza el fantasma de la violencia.
Difícil es saber quién gana en una pelea donde se intenta demostrar cuál está más enojado que el otro. Lo que sí es seguro, es que esa batalla no termina bien.
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