Hay dos formas de entender la sociedad, desde la libertad y desde el autoritarismo.
Entender la sociedad desde la libertad lleva a sostener en el seno de ella consensos y disensos y entenderla desde el autoritarismo lleva a sostener en la misma sometimiento.
El consenso es el asenso o consentimiento, es la adopción de un acuerdo sin proceder a normas formales, sin objeciones ni abstenciones.
Es el conjunto de proposiciones que entre los que componen una sociedad se consideran aceptable, ligado a la voluntad general y a la conciencia colectiva.
Pero en las sociedades se da una pluralidad de consensos, para evitar un consenso único que implicaría la existencia de una opinión pública estable, el cual debe ser no por coacción sino por la voluntad libre de la comunidad que en un momento dado coincide con ciertas circunstancias especiales, lo cual no quiere decir que cambie en otro tiempo o en otras circunstancias.
El disenso o disentimiento es la acción de disentir de no estar de acuerdo y de manifestar disconformidad.
Contiene en germen el libre albedrío y la libertad individual, ya que cada hombre es capaz y tiene derecho a sostener sus principios, aunque no esten de acuerdo con los de los demás.
Por supuesto que en las relaciones sociales se enmarcan en un ámbito de diálogo y discusiones racionales, respetándose mutuamente y sin que nada obligue a los otros, ni ofenda, ni provoque situaciones intolerables o que impliquen violencia, las cuales se resolverán por los mecanismos que haya establecido la sociedad para dichas cuestiones.
El disenso es la base de la pluralidad y necesario en todo grupo o sector, ya que el mismo obliga a perfeccionarse y lograr acuerdos más concordes con la voluntad de todos, y permite que existan cambios sociales, y también políticos.
El sometimiento es la acción de sujetar y humillar, subordinar la voluntad a la de otra persona, privar de la libertad al individuo, el que debe atenerse a lo normado obligatoriamente por otro u otros.
Es el origen de los regímenes dictatoriales y despóticos, y tiende a quebrar la hegemonía social, y a dar por tierra con la amalgama de la sociedad, la cual queda dividida en dos partes, los que ordenan y los que obedecen, sin normas precisas y sujetas a la voluntad y al capricho de los ordenadores.
Las relaciones humanas son de por sí difíciles porque el objeto de las mismas son seres con personalidad, vivencias, historias, sentimientos, aptitudes y actitudes diversas, muchas veces motivadas por situaciones personales, familiares, laborales o de otra índole, que provocan cambios de comportamiento y formas de relacionarse que no son las comunes en ellos.
Además existe en casi todos los seres humanos el desafío de la competencia, y el deseo de ser superior, mejor o más capaz, y porque no la pretensión de dominar, y de considerar a los demás inferiores en todos o en algunos aspectos descalificándolos para poder debatir o discutir los mismos.
Pero todo hombre es libre, y el uso de su libertad es irrestricto en su conciencia y amplio en su conducta, en tanto y en cuanto no viole los derechos ajenos o no cometa acciones entendidas por la sociedad como viciadas, delictivas o malas.
En el uso de esa libertad el hombre disiente, tiene derecho a disentir y diría que está obligado a disentir si no condice la realidad con su yo íntimo, con su concepción de la vida, con su cosmovisión y con lo que él desea para su futuro y para el de los suyos.
Las sociedades deben permitir y fomentar este grado de permeabilidad y de movilidad, que la lleva dentro de un rango adecuado de un lado para el otro, teniendo en cuenta que debe priorizarse los logros, el progreso, el perfeccionamiento y las mejores consecuencias para todos.
La gran ecuación es encajar el disenso en la paz y la armonía social, y la gran pregunta es como lograrlo, sin extremismos, sin autoritarismos ni individualismos exagerados.
Como lograr que la sociedad viva, crezca y se perfeccione con el aporte de todos sus miembros, con el cotejo de todas sus ideas, y con la comprensión de que la razón puede estar hoy de un lado y mañana del otro, según como proceda cada uno en su momento, porque lo importante no es lo que piensas los hombres sino los valores que generan y como se comportan, y como respetan al otro.
Elías D. Galati
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