2013 ES TERAPIA INTENSIVA O CHACARITA
“Si echamos una rana en una olla con agua hirviendo, ésta salta inmediatamente hacia afuera y consigue escapar.
En cambio si ponemos una olla con agua a temperatura ambiente y echamos una rana dentro, ésta se queda tranquila.
Y si a continuación empezamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reaccionará sino que se irá acomodando a la temperatura hasta que perderá el sentido y, finalmente,
morirá. Hervida.”
La pausa de este fin de año obliga, quizá como pocas veces antes, a reflexionar en serio.
A despojarse un poco de la contemplación del arbolito cotidiano (qu
e no es casual) y ver el bosque que algunos ya advirtieron, pero el grueso de la población aún no divisa.
Aquí hay en marcha una auténtica revolución.
Es uno de esos procesos que muchos emparentan con sucesos puntuales de un momento, o de unos días, como el apocalipsis que imaginamos, de suceder, acontecerá en un tris.
O como los viejos y afortunadamente caducos golpes de estado, cuando uno se despertaba una mañana y la radio pasaba marchas militares.
La revolución la están haciendo día tras día, pasito a pasito, y no termina jamás.
Hace tiempo vengo pensando que el apocalipsis ya empezó, y marcha muy bien.
La Revolución Cultural
El kirchnerismo libra muchas batallas dispersas, pero una sola guerra global.
Y es contra los que se oponen a cambiar ciertas costumbres, ciertos ideales y preceptos que ellos consideran perimidos.
Como esa manía de la libertad, por caso.
Ellos trabajan bien desde la base.
Desde los pibes, con el adoctrinamiento, a favor de mentes tan poco pobladas de problemas y tan fértiles a lo nuevo, a lo distinto, a lo no convencional.
Desde la juventud, con su rebeldía tan proclive al fanatismo.
Ahí capitalizan adhesiones, y son, en muchos casos, para siempre.
Existe una nada despreciable cantidad de gente adulta que aún hoy, 12 años justos dentro del siglo XXI, continúa viendo a la Revolución Cubana como una referencia de sociedad ideal dentro de lo conseguible, en el mercado de sociedades.
Nótese que no son pocos los que piensan que, como el capitalismo en la Argentina
“ha fracasado”, entonces el cruce de vereda, hacia la izquierda, bien puede ser la solución del país.
Ahí tiene al FAP segundo de Cristina, hace un año, sin ir más lejos.
No es un dato menor.
Ahí tiene gente viendo a Pino Solanas, con sus 76 años, como una alternativa
“piola”.
A Solanas, el que declaró muy suelto de cuerpo que Cuba y Venezuela son ejemplos de democracia en Latinoamérica.
No se dan cuenta de que el capitalismo ha fallado porque los dirigentes fueron indecentes y amorales.
Corruptos de toda corrupción.
Ellos piensan que es un asunto ideológico.
Tampoco se dan cuenta que el socialismo que hay que hacer, el moderado, para que la gente progrese, no se puede construir sino desde un capitalismo sensato.
Pero si de ideologías se trata, la visión que el kirchnerismo entrega, a nueve años vista, nos pone entonces en una disyuntiva:
O no hay sistema que en este “ispa” arroje buenos resultados, o la corrupción es parte de nuestro ADN.
Y entonces somos inviables.
Desde la izquierda, en este caso, unos tipos se han robado una nación con “él” como líder de la asociación ilícita.
Pero democráticamente legitimada.
La revolución cultural no la inventaron los Kirchner.
Ellos, simplemente, han sido los que se atrevieron a, desde el poder, ponerla en marcha.
Era una política revolucionaria.
Necesitaba 20 años de continuidad histórica.
Esa era la estrategia de Néstor.
Pero se le ocurrió morir.
Independientemente de las encuestas o incluso de los resultados electorales, mientras estén en el poder la seguirán haciendo.
Hasta el último día.
Para que, cuando pinte en el futuro un candidato medianamente presentable, volver.
Desde la muerte de “él”, hace dos años, la revolución cultural ha pasado a ser, para el Gobierno, prioritaria; acaso sea lo único que los mueve.
Además de los kioscos, clásicos que “él” convirtió en hipermercados.
Y, para regocijo de los revolucionarios, adquirieron, incluso sin esperarlo, un mártir propio.
Pero se les murió la política y les quedó solamente la Revolución.
La batalla con Clarín y la colonización de medios para instalar un único relato es una colina “enemiga” que necesitan, imperiosamente, conquistar.
El secretario de Cultura, Jorge Coscia, dijo hace ya un tiempo que había que culturizar la política, pero que también había que politizar la cultura.
Lo están haciendo a paso firme, casi en silencio.
Cambios de nombre a calles, plazas y estaciones de subte, modificación constante de parámetros sociales, hostigamiento permanente a religiones, burla incluso sobre los que creen, infiltración en escuelas y universidades, inclusiones de conceptos nuevos en textos y libros de estudio, programas de TV que instalan nuevos referentes ejemplares, mártires de dudosa catadura santoral, integración política con países ideológicamente afines, señalamiento constante de responsables y enemigos “antipatria”.
Son todas cuestiones cotidianas a las que, muchos argentinos, ya estamos acostumbrados.
Nos reímos.
Nos indignamos,
pero un ratito.
Les restamos importancia y no les asignamos entidad.
Pero nuestra indolencia es su triunfo.
Al Gobierno no le va nada bien, pero a la revolución le va fantástico.
Como al apocalipsis.
La rana se inquieta, pero no demasiado
Las revoluciones culturales no se imponen, sino que acontecen.
Sin embargo, la revolución más importante para la Argentina es el progreso.
Ese que nos seguimos debiendo.
El progreso que se lee en la bandera de Brasil,
“Orden y Progreso”.
Vamos a preguntarle a Lula y a Dilma si desde su izquierda hacía falta cerrar medios y colonizar el espectro. O si era necesario señalar durante años un nuevo enemigo cada día para industrializar como lo hicieron y sacar a tantos millones de la pobreza.
O si, acaso, necesitaron destruir a la República para sacar adelante a la Nación.
La revolución que proponen los Kirchner se ve sepia.
Y, si bien tienen generales avezados para comandarla, lo que le faltan son los suboficiales.
Sus medios de propaganda no concitan la atención masiva de la gente, y acá nos juega a favor nuestra decadencia intelectual.
Hay pocos comunicadores realmente buenos y a esos los tiene el enemigo.
Hay pocos intelectuales genuinamente demócratas, y esos, como es obvio, se les desmarcan solos.
Ante el avance de la revolución,
que se roba la libertad y la justicia, se van poniendo circunstancialmente del lado del enemigo.
Los revolucionarios intelectuales son sagaces, pero brutos.
Como los Kirchner, que cuando pudieron seducir, optaron por violar.
En medio de los saqueos y con el país pendiente de eso, sacaron a Abal Medina anunciando la “recuperación” de La Rural.
Consiguen un triunfo módico para su objetivo.
No es poca cosa para la revolución ese triunfo sobre un ícono burgués.
Pero hay que evaluar cuánto se gana y cuánto se pierde, porque otra vez, como con la 125, consiguen que gran parte de los hombres del común se sientan antes solidarios con el despojado que festejando el triunfo.
Mucha gente que nunca pisó un campo, y hasta que de uno u otro modo ha sido víctima política y social de esa misma Sociedad Rural a la que hoy, en defensa propia, sostiene.
Es como con Clarín y como con Moyano.
El Kirchnerismo consigue disparar sucesivos síndromes de Estocolmo, pero en contra.
He estado el 8N en el Obelisco, rodeado de mucha gente parecida a mí, pero también con muchos otros con los que no tengo absolutamente nada que ver.
Pero todos teníamos una terrible pinta de ranas, créame.
El punto es que su revolución tiene costos demasiado altos, y el problema es que de a poco lo vamos advirtiendo.
Y los que lo advertimos salimos corriendo a bocinarlo por el barrio.
Como con esta nota.
No la pueden conformar del todo sin ser autoritarios.
Sin mandar, en lugar de gobernar.
Si romper el orden institucional.
No pueden explicarle claramente a nadie que necesitan destruir a la República, porque la división de poderes les pone en riesgo el objetivo, ante una elección negativa o ante una justicia con pelotas.
Siempre hablan de democracia, pero jamás de república.
También necesitan controlar las redes sociales, que son hoy un nuevo enemigo.
Y ahí cometerán mayores atropellos que los actuales, porque ni Stalin ni Fidel pensaron nunca en una aldea global en la que la gente podría estar conectada en tiempo real, independientemente de su ubicación geográfica, para decir lo que pasa, sin necesidad de noticieros.
La Revolución se maneja con, y necesita de compartimientos estancos.
Como las células guerrilleras de los setenta, donde ningún cuadro tenía contacto más que con sus miembros iguales y su inmediato superior.
Es dable notar cómo se maneja CFK con sus funcionarios, y podrá advertirse aquél mismo modus operandi. Celular, pero verticalista y militar.
Una reunión de gabinete en este sistema sería casi “democratizar” la cadena de mandos.
Intolerable.
Acá hay dos y sólo dos chances, a futuro.
Una es que esta gente sea derrotada dos veces en las urnas: 2013 y 2015.
Afortunada, pero lógicamente, como las revoluciones tienen siempre un líder, con CFK fuera del gobierno se morigeraría mucho el daño a por recibir.
A pesar que de aquí a las elecciones, en su desesperación, nos pegarán golpes terribles.
Me atrevo a decir, incluso, que la elección de 2013 probablemente termine siendo la más importante de estos 30 años de democracia.
Tanto o más que la presidencial de 1983.
Es crucial porque es la última donde los pibes siguen siendo pibes.
Y la bisagra de la revolución está ahí no más.
La otra chance es que consigan perpetuarse.
Y ahí la rana ya pasa de la olla al plato, para ser devorada.
En ese caso no habrá tenido sentido escribir esta nota, ni ninguna otra, y no estoy del todo seguro si tendrá sentido quedarse a terminar nuestros días aquí.
Fabián Ferrante
Tribuna de Periodistas
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