No me parece...
Por José Banegas
Derechos humanos se llama a los que se originan en el derecho internacional a través de tratados.
El apelativo “humanos” tiene la pretensión de darle universalidad a esas declaraciones, de beneficiar a cualquier persona bajo cualquier bandera sin importar el tipo de régimen político al que están sometidas.
Se trata de una universalidad sólo política por pertenecer a un orden multilateral que traspasa las fronteras. A diferencia de la universalidad conceptual que solo pueden alcanzar los derechos individuales, aquellos históricos que protegen de la arbitrariedad y que al pertenecer al ámbito interno de los países, intervienen en la relación entre el poder y las personas quiénes a su vez tienen todas el mismo status jurídico de individuos libres.
Unos expresan una oda a lo humano según un estándar idealista y compartido y otros la libertad de personas, individuos en concreto tal cual son, que hacen cosas por si mismos aunque no quieran los otros humanos que las hagan o no les sirva.
Los derechos humanos nacen con la Carta de las Naciones Unidas, por iniciativa de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, un país totalitario y el resto con una tradición genérica de libertad.
Los derechos humanos los igualaban sin que los contratantes exigieran desarmar el totalitarismo ni a la Unión Soviética ni a ninguno de los países que formaron las Naciones Unidas o los que se incorporaron después. Los derechos humanos por lo tanto, la Carta y todos los tratados que firmaron esos países tuvieron el primer efecto de legitimar las situaciones existentes de ausencia absoluta de libertad.
El segundo fue que las declaraciones tenían que conformar a todos los estados, pero son los estados los que atentan contra la libertad.
Confiar en ese derecho internacional es como esperar que las cámaras empresarias manejen la libertad de comercio.
Los derechos individuales son relaciones entre los estados y las personas beneficiarias.
Los derechos humanos produjeron una ruptura en la legitimidad de los límites al poder...
Ya no los ponen o no se manifiestan frente a quienes padecen la arbitrariedad, sino los pares, el conjunto de los abusadores quienes paternalmente se dedican a la declamación poética sin intervención de los supuestos protegidos.
Con ese punto de partida el desarrollo histórico de los derechos humanos fue bastante previsible.
Los estados totalitarios y sus grupos afines aplicaron la fórmula con la que el legitimismo monárquico desafió a la idea de la libertad individual:
“Reclamo de vosotros y en nombre de vuestros principios, la libertad que os niego en nombre de los que me son propios”, frase atribuida a Luis Veuilliot que expresa a la perfección lo que la izquierda autoritaria ha venido realizando con los derechos humanos.
Los derechos humanos no quedaron en manos de esa izquierda revolucionaria porque haya algo en ellos que este cerca de su pensamiento.
Todo lo contrario, mientras para los antiliberales es un gran negocio invocar principios que no cumplirán, para los liberales es un pésimo negocio invocar fórmulas genéricas, declaraciones huecas o derechos colectivizados cuando no directas habilitaciones al poder sin límites en nombre de los “derechos de la humanidad”, frente a los cuales encima la libertad de las personas en concreto debe ceder.
Miremos lo que ocurrió en la Argentina en el año 1994, los tratados internacionales de derechos humanos fueron incorporados como derecho interno en un país mucho más libre en su constitución que cualquier tratado y sobre todo que cualquier autoridad internacional operada por los antiliberales, y las declaraciones, derechos y garantías quedaron convertidos en letra muerta.
Hoy los jueces se dedican a aplicar el castigo de los dioses a los avaros que no ceden sus bienes y trabajo a cualquier necesidad en nombre de la bondad colectivista universalizada.
Iniciativa de Elisa Carrió como convencional, dicho sea de paso.
Pasadas unas décadas estamos en que los derechos se definen en el nivel internacional y los ciudadanos ya no existen, no tienen injerencia alguna en esa materia.
Los estados se dedican a inaugurar cuotas de poder para organismos en favor de las masas, se supone, a costa de minorías poco generosas, muy individualistas en sus formas de elegir, discriminatorias.
Los derechos humanos poseen una forma de legitimidad antiliberal.
Por más que muchas veces digan cosas como que se prohíbe la tortura, lo cual está más que bien, el origen de esta declaración proviene de los aparatos políticos que están en condiciones de ejercer la tortura y han decidido apiadarse de nosotros, por ahora, mientras puedan usar la misma vía de legitimidad para esquilmarnos.
Al lado de la prohibición de la tortura, que ya estaba prohibida en cualquier constitución liberal, nos imponen definiciones de la propiedad con las cuales la propiedad no existe (el tratado de San José de Costa Rica define propiedad con las mismas palabras con que lo hacía la constitución soviética, como el derecho al mero uso de los bienes), fórmulas para definir la libertad de expresión como “derecho a la información” que supondrá el control que ejercerá el enemigo de la información libre, el estado, sobre empresas que puedan competir con su poder.
Esta es la gran trampa que el siglo XX le deja al siglo XXI.
Por más que los derechohumanistas antiliberales estén ahora en el poder y podamos usar nosotros de manera oportunista la frase de Veuilliot porque tampoco respetan, como nunca pensaron hacerlo, los derechos que invocaban en nombre de nuestros principios, la libertad que expresaban nuestras constituciones son un recuerdo del pasado.
El trabajo es liberarse de los sindicatos de gobiernos que son más peligrosos que los gobiernos solitos limitados a su espacio.
Es el momento en el que está claro que las personas en particular no tenemos nada entre las manos, como si no fuéramos humanos.
Por eso pese a todo me planteo un cálculo optimista y sospecho que en diez años podemos juntar diez millones de personas en el mundo que digan:
"Les devuelvo sus derechos humanos, devuélvanme mis derechos individuales..."
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