CRISTINA BATE RÉCORDS DE TAQUILLA
Por
Gabriela Pousa (*)
A juzgar por los comentarios de personas ligadas al sector de turismo y veraneantes en general, la temporada turística esta lejos de ser un éxito. No hay receso que valga para la decadencia argentina. Podría decirse incluso que la costa atlántica, las vacaciones en general, ya no son lo que eran, pero ese comentario nos llevaría indefectiblemente al ámbito de la nostalgia, y nada más peligroso, en estos casos, que el sentimiento melancólico. De allí a la resignación, y al confort del “todo tiempo pasado fue mejor” hay un pequeño paso.
Una vez dado, el conformismo hace lo suyo: paraliza y transforma al ciudadano en el típico hombre anestesiado, incapaz de aunar fuerzas para cambiar lo que debe ser cambiado.
Lo cierto es que la crisis o si se prefiere la recesión (para no herir susceptibilidades), se nota demasiado.
Las posibilidades frente a una mala temporada, de aplicarse el sentido común, tenderían a crear ofertas más razonables, es decir a permitir el equilibrio – que se da en el mercado no regulado -, entre oferentes y demandantes. Pero no.
Ya hay una disputa fútil entre productores de espectáculos porque en algunas salas, se ha decidido bajar el precio de las entradas.
¿Qué pasa?
Hay entidades, asociaciones, y demás organizaciones del estilo elevando la voz de protesta por cuanto sacan de la recaudación, un porcentaje no especificado.
El pensamiento es lineal: más cara la entrada, más recaudo.
Imaginar siquiera que las ganancias pueden ser mayores con un precio menor es una anatema.
No pidamos peras al olmo, ni rosas al peral.
Lo que hasta ahora parece un banal análisis de verano tiene en realidad, un correlato indiscutible con lo político.
Y hacia allá vamos.
En el mundo artístico (excepciones siempre hay) para “modificar” una realidad poco agradable, se recurre a artilugios, muchas veces lamentables.
De ahí los escándalos mediáticos, generalmente prefabricados, para promocionar espectáculos, y las maniobras tendientes no a revertir el fracaso sino a taparlo.
En ese trance, hay salas que se llenan gracias al reparto gratuito de entradas, al soliloquio de invitados, a cierto “comercio” de comentarios…
En definitiva, nada que difiera del teatro político que observamos a diario.
Así cómo el gobierno se vale del “relato” para ocultar la poco grata sorpresa de la cotidianidad, la farándula también manipula sus contrastes.
De todas formas, en ambos escenarios, hay “agoreros del mal” que cuentan como son las cosas en verdad. Metáforas y sinónimos a un lado.
En este contexto puede observarse claramente como las mañas del teatro político se esparcen y sientan precedente.
Lo mismo que ocurre con las puestas en escena presidenciales, sucede con las producciones teatrales.
No convocan. El costo es excesivo.
¿Pagar para ver siempre lo mismo?.
Como sea, salir a escena frente a un porcentaje alto de asientos vacíos es tan frustrante como debe serlo para la Presidente enfrentar un auditorio sin aplausos efusivos.
En el ámbito de las bambalinas se busca público que en apariencia emula a un voluntario espectador cualquiera.
En la jungla política, la táctica no varía.
Así es como Cristina actúa siempre a sala llena.
Podría decirse que bate récord de taquilla.
Merecería, en ese sentido, arrasar con los “Estrella de Mar”, y hasta llevarse el conchabo de “la chica del verano” por el cual se compite en Villa Carlos Paz.
Si bien en ambos casos, la audiencia no es espontánea, es justo reconocer que pese al fracaso, la mandataria hace diez años que sigue con su obra montada, y hasta la fecha no hay quien le haga seria competencia en cartelera.
Ni siquiera genera rispideces a la hora de establecer su protagónico y situarse al frente en las marquesinas.
El gobierno nacional está funcionando exactamente igual a los teatros del verano.
Ambos consideran que lo malo no es llevar invitados sino mostrar butacas vacías y escasez de aplausos. Hoy por hoy, el éxito también es una mercancía.
Cristina Kirchner tiene su público que no es precisamente el “todos y todas” que ella recita, sino un pueblo virtual al que sólo ella puede imaginar.
Frente a aquel, despliega una escenografía que no admite improvisaciones, cuidada, detallista.
Su rol lo ejerce con parámetros difíciles de cuestionar si se trata de sobresalir a los demás.
Es decir, a aquellos que deberían ser competencia en la cartelera política, máxime en año electoral.
Es la dama de negro, la viuda del absurdo ritual, la del luto eterno no por sentimiento sino por rédito.
Es de algún modo, la Moria Casán de la política: con su cuarto de hora pasado pero permaneciendo si no por amor, por espanto.
Polémica, filosa, narcisista y hasta ridícula si dejamos de lado la investidura presidencial (institución ésta que debería ser revisada, pues obra como el mote de “señor” o “señora”, no cualquiera puede detentarlo)
Un análisis similar realizó el periodista Omar Bello sosteniendo que las puestas en escena de la Presidente no dejan margen para el error.
“Todo está escrito en un guión; desde los vecinos espontáneos hasta las pausas para los cánticos, nada queda librado al azar.”
¿Cuál es el problema entonces?
Que “cualquiera con cierto espíritu crítico sale corriendo porque no hay margen para la naturalidad”
“Con sus encuentros prefabricados – como salidos de una línea de producción en serie – el kirchnerismo logró un objetivo muy arriesgado pero interesante: mientras ella le habla al pueblo siempre dentro de una escenario similar y utilizando idénticos códigos, la oposición no hace más que pedir diálogo.
Es decir, Cristina se comunica con las masas y los demás intentan comunicarse con ella.
Si hablamos de marketing puro, la viuda de Néstor les tendió una trampa de la que les resulta difícil salir”, concluye Bello.
A las claras está el laberinto donde Cristina casi como el Rey Minos ha metido al resto de los dirigentes políticos.
Mientras, nosotros bregamos por la pronta aparición del Minotauro.
Quizás lo más interesante del libreto oficial resida en su reiteración.
Cada diatriba es una copia de la anterior, en ocasiones suele superar el grado de ficción, pero en términos generales, el relato sigue con su prédica de éxitos y bienaventuranzas.
Con esta metodología, la jefe de Estado logra captar la atención como los autores infantiles lo hacen con los chicos a través de sus historias.
Una especialista en marketing se pregunta ¿por qué los niños pueden ver veinte veces la misma película? Responde: “Esa mecánica les trae paz“.
Según la experta, citada por el mencionado periodista, “con la reiteración constante de su simbología, Cristina Kirchner logra dos cosas:
Tranquilizar al 30% de la población que tiene como base, e irritar a quien decidió ubicar en el rubro enemigos”
De lo primero puede dudarse, de lo segundo ¿qué duda cabe?
En síntesis, estamos siendo espectadores – voluntarios o no – de un gran show donde nada esta librado al azar, ni siquiera aquello que sale mal.
Si además sumamos el dinero que la mandataria tiene dispuesto para seguir aceitando el mecanismo, haciendo que su acto parezca siempre un estreno, la ventaja es amplia.
El problema surgirá cuando la evidencia de la realidad se torne ineludible, o cuando “los chicos” descubran que hay otra película, y que la paz que les da mirar reiteradamente lo mismo, es similar a la paz de los cementerios…
Para esto último, sin embargo, parece faltar más tiempo que para lo primero.
Mientras tanto, la dama sigue cortando entradas, y estudia con detenimiento el rol a ejecutar cuando la realidad deba ser parte del libreto.
En ese caso, puede avizorarse que el papel de víctima será el que reemplace al de la abogada exitosa y la arquitecta egipcia.
(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade), es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”. Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno. Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de su autora y de "Perspectivas Políticas". Queda prohibida su reproducción sin mención de la fuente.
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