La Presidenta, la bandera y la historia

Editorial I
LA NACION

La particular visión de Cristina Kirchner sobre la figura de Belgrano, opacó una vez más la celebración en Rosario de la creación de la enseña patria



Desde mucho antes de la inauguración del Monumento a la Bandera, cuando aún no se habían trazado sus cimientos, durante su construcción y después de inaugurado, el 20 de junio fue para los habitantes de Rosario y para las personas que concurrían desde distintos puntos del país, una jornada de fervor cívico en la que los principales protagonistas eran la bandera y su ilustre creador.
En el Parque Independencia, en torno a la estatua ecuestre del prócer, o a la vera del Paraná, se reunían, como había ocurrido en 1812, el pueblo y las fuerzas armadas y de seguridad, cuyos conscriptos, aspirantes y cadetes juraban solemnemente fidelidad a la enseña celeste y blanca.

Al celebrarse el bicentenario del día en que Belgrano hizo flamear por primera vez el pabellón que conduciría a sus hombres a la lucha por la libertad, la presidenta de la República varió por completo la tradición para convertir el acto en un encuentro partidista en el que lanzó la recordada consigna del "vamos por todo".
La gente que iba a rendir su homenaje y participar luego de los festejos populares que se realizaban año tras año se retiró indignada, y sólo poblaron el aire las consignas partidistas, mientras tremolaban carteles y emblemas que en nada se parecían al de la patria.

Este último 20 de junio ocurrió otro tanto, con el agregado de que la protagonista principal fue la Presidenta y no la bandera, y con la particularidad de que otra vez alejó a los rosarinos y de que los espacios otrora dedicados al tedeum, al desfile y otras ceremonias, volvieron a estar ocupados por militantes que oían las diatribas de la señora de Kirchner hacia la Justicia, y aplaudían una frase increíble:
"Si Belgrano viviera, sería cristinista".
También escucharon que el general había sido "un político incorrecto", etcétera.
Los aplausos de la comitiva y el bullicio de los activistas no alcanzaron, por cierto, para ratificar tales dislates.
Belgrano vivió hace dos siglos; fue un hombre con hábitos, ideas y códigos absolutamente diferentes de los del presente, que vivió en un tiempo y un espacio inhóspito, como era el del actual territorio argentino. Aventurarse a aproximarlo al presente, más que recurso dialéctico es un despropósito.

Sí se puede afirmar que fue un político bien correcto, patriota, estudioso de los grandes problemas de su época, apasionado por la educación, honesto a carta cabal, que eligió ser pobre para entregarse a un ideal y murió tan carente de recursos que ni pudo dejar unas monedas para su lápida.

Sería bueno que la Presidenta recapacitase, y que el año próximo, en lugar de someter a los Granaderos a la vergüenza de ejecutar el himno nacional en ritmo de bailanta, unidos al conjunto Choque Urbano, le devolviese a la celebración del Día de la Bandera en Rosario la sencilla solemnidad que siempre la ha caracterizado.
                                    
La jefa del Poder Ejecutivo parece tener una irrefrenable vocación de proclamar ex cátedra su particular visión de la historia.
Sus recientes manifestaciones en Entre Ríos, "bandera federal" en mano, de que José Artigas "quiso ser argentino y no lo dejaron", provocó una airada y unánime reacción de los uruguayos, quienes remarcaron que su héroe máximo refirmó siempre la identidad y autonomía de los pueblos orientales dentro de unas Provincias Unidas del Río de la Plata, que no alcanzaron a consolidarse por el cerrado centralismo porteño.

Son incontables las manifestaciones sui géneris de la Presidenta sobre personajes y episodios de la historia nacional.
Generalmente, las palabras no condicen con los hechos.
Si no, ¿por qué la sedicente defensora de los derechos de los pueblos originarios, que avala las inexactas acusaciones de genocidio al general Julio Argentino Roca, no recibe al cacique de los indios qom, expoliados y perseguidos en su propia tierra, cuyas reivindicaciones acaban de merecer la paternal y comprensiva receptividad del papa Francisco?