Por Carlos Mira
Si mencionábamos a las barras como un símbolo del modelo y de la “década ganada” otro tanto debe decirse de las villas miseria.
La población en esas comunidades se ha elevado entre el censo de 2001 respecto del de 2010 un 60%: donde en 2001 vivían 10 en una villa, hoy viven 16.
Y es curioso, pero como también anotábamos en nuestro comentario de ayer el elogio presidencial a las barras, también han sido repetidos los halagos de la Sra. de Kirchner a la población villera.
Se recuerda con precisión, entre esas intervenciones, aquella en que la presidente hizo notar cómo, ahora, en su gestión, las viviendas de emergencia son de “material y no de chapa” y que algunas se construyen en “propiedad horizontal”.
Cristina y la Villa 31 (19-02-10)
En esa línea, la semana pasada, el Estado -es decir, todos nosotros- debió abonar la suma de $ 800.000 para que los ocupantes con casillas precarias de las vías del tren Belgrano Cargas accedieran a liberarlas.
Ahora otro tramo de la vera de la autopista 25 de mayo fue ocupado por habitantes de la ex Villa Nylon.
Se trata de unas 20 familias que reclaman un aumento del subsidio que les paga el gobierno de la ciudad.
Hace más de dos años unas 72 familias recibieron un subsidio de $ 1600 cada una más una mensualidad del gobierno porteño para poder alquilar una habitación para vivir.
Ahora estos 20 “adelantados” han ocupado estos terrenos linderos a las villas 31 y 31 bis en reclamo de un aumento del subsidio mensual.
Si no lo obtienen ya han dicho que cortarán la autopista.
El gobierno de Macri dice que está negociando una salida pacífica de la situación, sin advertir que la violencia ya ha comenzado por el mero hecho de tratar con gente que impone ultimatums y amenazas extorsivas.
En todo caso se trata de una prueba más de la presión de la lástima.
La condición de vida de toda esa gente es verdaderamente conmovedora.
Muchos de ellos han sido arrojados a la pobreza por las “bondades” del modelo que destruyó puestos de trabajo en el interior del país contribuyendo a una más acentuada migración interna al conurbano bonaerense y a la ciudad de Buenos Aires en busca de una oportunidad.
Otros arrastran sus peripecias desde los ’90, porque según ellos otro “modelo” los dejó sin trabajo.
Pero lo cierto es que en todos los casos se ha expandido una cultura del subsidio y del “alguien se tiene que ocupar de mi” que ha tenido su correlato en la explotación política bajo el formato del clientelismo y de la explotación de los necesitados.
La Argentina carece por completo de una actitud de “enseñar y aprender a pescar”; el país vive bajo el concepto del reparto del pescado.
Nadie quiere aprender a pescar y el que quiere enseñar para reemplazar el subsidio por una “caña”, es un insensible.
El resultado ha sido una formidable sociedad de hecho entre unos cuantos vivos de la política que hacen demagogia con la plata de la sociedad productiva, de otros tantos vivos que explotan la miseria, y de los propios pobres a los que no se les ve esa impronta estomacal por salir de su condición, en quienes no se advierte esa rebelión visceral contra la vida que llevan y en los que se observa una especie de claudicación frente a lo que consideran un designio inmodificable de la vida.
Esta observación por muy antipática que parezca surge de las propias excepciones.
En efecto se conocen varios casos de personas muy pobres que con esfuerzo, sacrificio, y atravesando mil dificultades han logrado salir de la marginalidad para vivir en condiciones más decentes, entendiendo por “decentes” no algo que tenga que ver con su honestidad sino con las condiciones mínimas de una habitabilidad razonable.
Esos casos prueban que es posible salir de la villa.
¿Por qué podrían haberlo logrado algunos y no todos?,
¿qué precios estuvieron dispuestos a pagar aquellos que no pagaron estos?
Cuando uno entra en ese análisis hasta los parámetros de la Justicia entran en juego.
En efecto, ¿por qué es justo repartir un subsidio a aquellos que para justificarlo solo muestran sus armas de presión y amenaza?, ¿no es acaso eso injusto para los que decidieron hacer algo por ellos mismos para salir de esa condición?
En todo caso lo que demuestra esta década es que la política de la lástima, lastima.
Lastima la justicia, la equidad, la medición de los distintos casos con la misma vara.
El kirchnerismo ha usado groseramente esa condición social como capital político.
A veces también para complicarle la administración a los que considera enemigos.
En un clima de privaciones nadie puede estar seguro de cuan permeables a unos pesos pueden ser los que las sufren a cambio de armarle un buen desorden a mi adversario político.
Quizás sea por eso que implementar una política para terminar con la marginalidad de las villas no sea un buen negocio: como con las barras, si termino con ellas, terminaría con elementos cuya existencia podría convenirme.
Está claro que el único camino útil para que toda la población de las villas pase a vivir de un modo digno es generar las condiciones de previsibilidad jurídica y económica que permitan una ola de inversiones que generen trabajo nuevo y buenos salarios.
Pero si eso sucede, ¿cómo atribuirme ser el que, sintiendo lastima por los necesitados, acude en su ayuda desde el Estado?
Un enorme globo de explotación política de la necesidad se habría pinchado.
Y nadie quiere tener esos globos pinchados.
La demagogia para con “mis cabecitas negras” no empezó ahora…
Ni la inventaron los Kirchner.
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