Jorge Raventos
Con el lanzamiento público del Frente Amplio (la opción panradical acompañada por personalidades y emprendimientos del centroizquierda progresista), el no peronismo ha dado un primer paso (importante si se convierte en marcha sostenida) hacia su meta: beneficiarse en las urnas del fin de ciclo kirchnerista y de la probable división del electorado peronista, encolumnado tras las candidaturas de Sergio Massa y Daniel Scioli.
En rigor, el Frente Amplio es sólo una (numerosa e influyente) fracción del conglomerado no peronista.
Otro fragmento, indispensable para cumplir aquel objetivo, es el macrismo (Pro y adyacencias).
Aunque se sabe que en política dos más dos no necesariamente da cuatro como resultado, a primera vista y con los números de las encuestas en la mano todo indica que si el FA y el macrismo no concurren en alianza a la primera vuelta electoral, corren el serio riesgo de limitarse a balconear una definición en segunda vuelta entre los dos candidatos peronistas.
Es cierto: todavía faltan muchos meses para esa definición.
Pero conviene recordar que en Argentina los tiempos se adelantan, los resultados se descuentan por anticipado y a la hora de actuar la sociedad suele ratificar con intensidad sus propias expectativas.
En el Frente Amplio ya se debate la necesidad de juntar los trapos con el macrismo.
Las conversaciones discretas entre ambas fuerzas están a la orden del día y los referentes más representativos del FA (de Julio Cobos a Hemes Binner, de Elisa Carrió a Ernesto Sanz) admiten que, tarde o temprano, alguna unión se consumará.
El macrismo, un poco más verticalizado que el multicolar Frente Amplio, disimula un poquito mejor su ansiedad.
La vicejefa porteña, María Eugenia Vidal, asegura que el Pro está trabajando “por su opción autónoma”. Aunque claro que eso es “por este año”.
Desde la Legislatura de la Capital, otras voces macristas aclaran que “el Pro no descarta”, ir junto con el frenteamplismo.
En verdad, aunque en ambos campos existe la íntima convicción de que tendrán que unir fuerzas, también hay conciencia de que la operación no será ni sencilla ni indolora.
Primero hay que armar un relato que justifique, a los ojos de la opinión pública, la convergencia entre partidos que se definen como progresistas y una fuerza a la que muchos connotados socios del Frente Amplio pintaron como “un límite” y describieron con los demonizantes términos “neoliberal”, “noventista” o “de derecha”.
En este sentido, todos confían en que el gobierno, con sus desaciertos, contradicciones e indiferencia ante temas acuciantes como la seguridad y la inflación, ofrezca un argumento suficiente y la unión quede santificada por la necesidad de bajar el telón a esta representación y proponer una totalmente diferente (o con la apariencia de serlo).
Después sólo se requieren buenas plumas y buenos comúnicadores
Pero, solucionado el primer tema, hay que encontrar un criterio más o menos objetivo para dirimir preeminencias.
En esta unión, las dos manos que se juntan deben definir una pulseada.
Ambas partes apuestan a las elecciones primarias.
La performance de ambos (tanto la sumatoria como la comparativa) podría ayudarlos a repartirse papeles y reclamar o admitir prelaciones.
Pero, ¿qué pasaría si, por ejemplo, en esas primarias uno de los candidatos presidenciales del espacio Frente Amplio obtiene más votos que Macri en el espacio Pro?
¿Renunciaría el jefe de gobierno porteño a sus propias aspiraciones para soldar una alianza con el FA, llevando un candidato a presidente fenteamplista (Binner, Cobos o Sanz, por caso)?
Parece obvio, por otra parte, que aquella fuerza de esa eventual alianza no peronista que coloque al candidato a presidente deberá hacer concesiones en otros campos (candidaturas legislativas o a ejecutivos provinciales). Allí quedarán muchos heridos.
Y el riesgo de que algunos de ellos busque amparo en otros territorios competitivos (Massa o Scioli, digamos).
Como se ve, la comprensible euforia desatada por el lanzamiento del Frente Amplio corre el riesgo de convertirse en un festejo prematuro si no se ubica el hecho en su punto exacto: un paso indispensable, pero sólo el primero.
La construcción final de un espacio común que albergue y estructure a la abigarrada familia del no peronismo, más allá de que consiga su añorado objetivo de llegar al ballotage en 2015, representaría un aporte significativo a la construcción de un sistema político moderno y equilibrado en el país.
A esa necesidad aludió, si se quiere, el documento que el Foro de Convergencia Empresarial (reunión de las principales organizaciones de productores e instituciones profesionales) dio a conocer esta semana en el Consejo Profesional de Ciencias Económicas.
Las voces empresarias destacaron, más allá de cuestiones económicas, la necesidad de jerarquizar institucionalmente al país, cumplir las normas, respetar a la Justicia, combatir el crimen organizado y la inseguridad, preservar la libertad de expresión y prensa, no tergiversar la verdad estadística.
El equilibrio político y la previsibilidad jurídica e institucional son, a juicio de los empresarios, factores decisivos en el clima de negocios y en la propensión a invertir.
El país atraviesa, pese a su inmenso potencial, un período de extendido freno de la inversión, un parate de la producción, una caída de las exportaciones y –contra las estadísticas oficiales amañadas o abolidas- una fuerte suba de la pobreza y la indigencia (según el Observatorio Social de la Universidad Católica, uno de cada cuatro argentinos se encuentra en situación de pobreza; según el Instituto de estudios de la CTA, la cifra es uno de cada tres).
Lo que plantean los empresarios en muchos puntos se contacta con las inquietudes de la opinión pública: los rasgos del fin del ciclo K están a la vista.
Hay fatiga de los materiales.
Hasta el gobierno parece resignado a esa circunstancia.
La Presidente ha habilitado a Florencio Randazzo a trabajar por su candidatura presidencial.
La señora quiere que, si Daniel Scioli se mantiene en el espacio del Frente para la Victoria a la hora de disputar las primarias, haya varios competidores que le erosionen su caudal electoral.
Para que lo de Randazzo no muera antes de nacer, el ministro de Interior y Transporte está autorizado a tomar distancia de algunos tramos del discurso oficial.
Por caso, en el tema de la inseguridad.
¿Qué mayor prueba de que el gobierno admite que sus propias políticas (esas que el jefe de gabinete Jorge Capitanich defiende temerariamente cada día) son piantavotos? Ese parece el significado del poskirchnerismo con permiso que empieza a practicar Randazzo.
Si esa es la realidad y Scioli persiste en la coalición oficialista, se verá obligado a mostrar un perfil cada vez más rotundo y a exhibir más atrevidamente sus rasgos de autonomía, para diferenciarlos de los gestos de disciplinado desalineamiento de Randazzo.
Massa, por su parte, ya eligió la autonomía en octubre y desde entonces ha ido consolidando esa posición. Se lo ve incluso más convencido de que para mantener su actual ventaja en las preferencias de la opinión pública debe tomar distancia de las políticas centrales del gobierno (inseguridad, inflación, mentira estadística, etc.) mientras extiende su red política en el país y la consolida en la decisiva provincia de Buenos Aires.
Los dos candidatos peronistas se observan, se controlan, se cuentan las costillas, compiten.
Pero no dejan de vigilar los movimientos del no peronismo.
La puja ha dejado de ser un mano a mano para convertirse en un truco de gallo...
Boletín Info-RIES nº 1102
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*Ya pueden disponer del último boletín de la **Red Iberoamericana de
Estudio de las Sectas (RIES), Info-RIES**. En este caso les ofrecemos un
monográfico ...
Hace 1 mes
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