CLARÍN
De modo sorpresivo aunque previsible, el peronismo retornó al sabio dedo de su conductor, que tantas desgracias le deparó al movimiento y al país en las últimas décadas.
No deja de ser un anacronismo como lo es, en pleno siglo XXI, la intención de perpetuarse en el poder, al estilo de las autocracias de mitad del siglo pasado.
La decisión de la presidente Cristina Kirchner de imponerle a Daniel Scioli un compañero de fórmula,
y hacerlo con casi todas las reglas de la humillación, es la más clara prueba del deseo de la Presidente de manejar el futuro del país, cualquiera sea el sitio que el destino le tenga reservado cuando deje la Casa Rosada en diciembre, y de las características que tendrá la campaña electoral de Scioli y su presidencia, en el caso de que sea electo.
Todo está por verse, pero por ahora, esto es lo que se ve.
Carlos Zannini, el elegido, es junto a Máximo Kirchner la persona de mayor confianza de la Presidente.
No tiene muchas más.
El secretario Legal y Técnico es el poder detrás del poder, el arquitecto de los planes del Gobierno, incluidos los turbios, el sostén de La Cámpora y la voz de Kirchner en el Partido Justicialista.
Nunca antes un no peronista,
y Zannini lo es, tuvo tanto poder en el movimiento que en 1946 creó Juan Perón.
A Scioli no le ahorraron pesares a la hora de tragarse la designación de Zannini:
no lo consultaron, le birlaron todo derecho al pataleo y le obligaron a decir que todo había sido idea de él, que él mismo se lo había propuesto a la Presidente y que ella, previo baño de humildad, había aceptado.
No hacía falta tanto, pero estilos son estilos.
A la hora de lamentos y derrotas, la clase política argentina suele culpar a los entornos.
Scioli tiene el dudoso privilegio de aspirar a la candidatura presidencial
ya entornado, para usar un eufemismo, lo que no deja de ser una originalidad.
Y un retrato de época.
Si es electo candidato a presidente, aparecerá como
“capturado” por fuerzas a las que no supo, o no pudo enfrentar, si es que quiso, y que van a poner en duda y en juego su independencia, su idoneidad y criterio, por decir poco.
Y si es electo presidente, deberá manejar el país y demostrar casi a diario que no lo manejan a él, y que su gestión no es la de un simple mediador, como lo fue Héctor Cámpora en 1973, un sencillo interregno hasta que retornen al poder sus “mandantes”, para citar el sincericidio dicho al renunciar por aquel presidente tan leal a Perón.
Los mandantes de Scioli lo dejaron en claro a lo largo de la última semana.
La usina intelectual del kirchnerismo, a través de Eduardo Jozami, lanzó a Máximo Kirchner como eventual compañero de fórmula de Scioli, con la condición, que Jozami disfrazó con cautela de “expectativa”, de que
“Scioli renuncie algún día”.
De esa forma, el hijo presidencial accedería de modo exprés a la presidencia, sin mayores méritos políticos que su apellido.
Enseguida surgieron las típicas desmentidas y las frases como
“a Jozami lo sacaron de contexto”,
que certifican que lo dicho, dicho está.
También hubo ríspidas negativas, entre ellas las del legislador Andrés Larroque, dirigente de La Cámpora.
No importan las sutilezas, ése es el valor que el kirchnerismo adjudicó y adjudica a Scioli y a su candidatura.
Tres días después, llegó Zannini a la fórmula de Scioli.
Nadie dijo si existe aún la expectativa de que Scioli, si es electo,
“renuncie algún día” para que lo suplante Zannini y, por carácter transitivo, su mandante...
Pero esta vez no hubo ni desmentidas, ni salidas de contexto, ni negativas.
"Un plan perverso, pero efectivo..."
Hasta ahora, Scioli ensayó una tibia y enigmática defensa propia:
“A esta altura, ¿todavía me subestiman? Yo no lo puedo creer”, dijo, como si todo se redujera a una cuestión de fe.
El estratega del pensamiento nacional, Ricardo Forster, fue igual de enigmático:
“Más de uno se va a sorprender con Scioli”, dijo sin aclarar más nada, excepto una vaga referencia a la “distribución de la riqueza”.
El panorama que se ve desde el puente que tiende el Gobierno no es el más plácido.
Scioli será un candidato y, eventualmente, un presidente, rigurosamente vigilado, acechado por Cristina Kirchner y su círculo íntimo,
empujado tal vez a una renuncia “algún día”, que permita el regreso al poder, y por la ventana, de quienes ni se esmeran ya en disimular que son sus mandantes.
El éxito de esta estrategia diabólica ya no estará sólo en manos de la Presidente, dependerá también del propio Scioli.
Y de su capacidad de sorprender.
Es curioso, y doloroso, comprobar cómo se degrada la vida política argentina.
Cada vez que, por alguna u otra razón, la sociedad decidió quebrar las vallas de las instituciones, o toleró que otros lo hicieran con su autorización o sin ella, el resultado fue dolor y miseria para un par de generaciones de argentinos.
Hace poco más de tres lustros, Raúl Alfonsín solía hacer público, con alguna discreción es verdad, su desdén por el entonces candidato de la Alianza, Fernando de la Rúa.
Parte del círculo íntimo del entonces ex presidente anunciaba, con cierto larvado desparpajo y esa fina hostilidad que esgrimen quienes traman una revancha, que la propia UCR se lo iba a poner bien difícil a De la Rúa si era elegido.
Ni De la Rúa ni la Alianza fallaron por eso, pero algo de aquella desaprensión irresponsable tuvo que ver en el embrión de aquel fracaso y en la casi disolución de la UCR.
Aún hoy alzamos del piso algunos fragmentos destrozados de aquellos cristales.
En paralelo, hasta hace pocos meses, analistas, legisladores, posibles candidatos y encuestadores, entre otros, daban por hecho que la estrategia del Gobierno era la de apostar, favorecer, facilitar o impulsar el fracaso del próximo gobierno, frustración que le permitiría un regreso triunfante en 2019.
Sobre estos proyectos de ruinas se traza el país del futuro.
Lo curioso es que estas prácticas, intrigas y engaños, aún las que buscan la perpetuidad en el poder a cualquier precio, o las que intentan condicionar hacia el fracaso una futura gestión, eran impensadas hace tres décadas, con la democracia recuperada y a estrenar y con los viejos fantasmas del deterioro y la trampa arrumbados en un rincón que se parecía al olvido.
En sólo treinta años, hemos terminado por aceptar lo que antes nos era intolerable.
Se avecinan meses de mucho interés para la vida política del país.
La salvedad es que cada vez que el interés tuvo estos ingredientes, la experiencia terminó en desastre...
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