Por Carlos del Frade
(APe).- La presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y su par boliviano, Evo Morales, inauguraron el monumento de Juana Azurduy, a espaldas de la Casa Rosada.
Un necesario homenaje a una guerrillera por la emancipación y la igualdad social.
Y, por lo tanto, un debate que abre en el presente:
¿El sujeto social que hizo posible la lucha de Juana está siendo respetado en la Argentina de acuerdo a su ideario?.
Para la historiadora Berta Wexler, la primera que difundió una investigación seria sobre la llamada Flor del Alto Perú y que lleva un cuarto de siglo trabajando en esas crónicas de luchas prácticamente anónimas:
“Juana fue una guerrillera que llegó a comandar ejércitos de seis mil indios donde las mujeres iban a la guerra convencidas del carácter popular de la lucha por la independencia"
A ella se le mueren cuatro de sus seis hijos porque estaba en permanente campaña contra los españoles y por eso el monumento la representa con uno de sus hijos en sus espaldas mientras avanza en la pelea”, sostiene en diálogo con esta agencia.
Pero más allá de los reconocimientos que le hicieron en vida hombres como Manuel Belgrano y hasta el mismísimo Simón Bolívar, Juana Azurduy quedó aislada y sin apoyo durante muchos años.
“…cuando San Martín se hizo cargo del Ejército cambió de estrategia, y abandonando esa ruta, eligió una más segura e innovadora:
Llegar a Lima por el Pacífico, después de cruzar los Andes hacia Chile.
Este cambio de estrategia, dejó a la tropa de Padilla y Azurduy sin sustento económico y fundamentalmente abandonada a su propio destino.
Así, Juana vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija.
Cuando quedó viuda y con su única hija, asumió la comandancia de las guerrillas en el territorio que luego conformaría la denominada Republiqueta de La Laguna e intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo.
Decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821.
Para regresar a Chuquisaca con su hija de 6 años, recién en 1825 logró que el gobierno argentino le diera cuatro mulas y cinco pesos”, cuenta Francesca Gargallo en su monumental estudio
“Antología del pensamiento feminista nuestro americano”.
La joven República de Bolivia no debió llevar ese nombre sino el de Juana Azurduy – dijo, en su momento, Simón Bolívar.
El 25 de mayo de 1862, próxima a cumplir 82 años, en el más absoluto ostracismo y miseria, murió Juana de América, la guerrillera de la libertad.
“Se le enterró en una fosa común, con su ataúd llevado a mano por cuatro indios aymaras que nunca la dejaron, sin los honores ni las glorias que eran de esperarse a la máxima heroína de la libertad del Alto Perú"
Sus restos fueron exhumados 100 años después, "para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje”, agrega Gargallo.
A fines de 1825, al responder una carta que le enviara la otra coronela americana, Manuela Sáenz, Juana advierte sobre los traidores, aquellos que dicen luchar por la causa de la liberación cuando, en realidad, siempre sirven a sus propios intereses.
“…Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido fácil...
Y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo cómo los chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de nuestro padre Bolívar.
López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en combate;
Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina;
Tardío contra quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta, cuando tomamos la ciudad junto al General ciudadano Juan Antonio Álvarez de Arenales.
Y por ahí estaban Velasco y Blanco, patriotas de última hora.
Le mentiría si no le dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco, Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad.
No me anima ninguna revancha ni resentimiento, sólo la tristeza de no ver a mi gente para compartir este momento, la alegría de conocer a Sucre y Bolívar, y tener el honor de leer lo que me escribe”, escribió Juana, pensando en los que sangraron con ella, los pueblos originarios, los indios y sus mujeres.
A pocas cuadras del bienvenido monumento a Juana Azurduy, desde hace casi medio año, decenas de representantes de los pueblos originarios esperan una audiencia con algún funcionario del gobierno de la presidenta Cristina Fernández mientras que en varias provincias argentinas las distintas comunidades son baleadas por los que defienden los intereses del modelo extractivista.
De allí que el fantasma de Juana Azurduy podría repetir como en aquella carta de diciembre de 1825:
“No me anima ninguna revancha ni resentimiento, sólo la tristeza de no ver a mi gente para compartir este momento”.
Porque la gente que siguió a Juana, hoy, casi dos siglos después, son perseguidos en las tierras en las que se le levanta un monumento.
Contradicciones de un pasado que, una vez más, cuestiona al presente no solamente por los sueños colectivos inconclusos sino también con las impunidades renovadas.
Fuentes:
Entrevista a la historiadora Berta Wexler; “Antología del pensamiento feminista nuetroamericano”, de Francesca Gargallo y diarios argentinos del miércoles 15 de julio de 2015.
Boletín Info-RIES nº 1102
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