"De Argentina para el mundo..."



Caricatura de Alfredo Sabat

sábado, 12 de junio de 2010

En el nombre del padre

Alfonsín Jr.
El hijo del caudillo radical se suma al ya multitudinario lote de presidenciables.
El Gobierno festeja la dispersión del voto opositor.

Ilustración: Pablo Temes

Por James Neilson / Revista NOTICIAS

¿Quién no fantasea con ser presidente?”, se preguntó Ricardo Alfonsín, eufórico luego de haber derrotado por un margen cómodo a Pedro Azcoiti, un político sin duda respetable pero poco conocido fuera de Necochea y los comités de su movimiento, en una interna radical bonaerense en que menos de 110.000 correligionarios se dieron el trabajo de votar. Y en efecto, todos tienen derecho a soñar.
Puesto que una bailarina que, para diversión de muchos, andando el tiempo se españolizaría y un señor que la posteridad recordaría más por su colección de corbatas que por su gestión, llegaron a vestirse de presidente de la República, no hay motivo alguno por el que no podría emularlos el hijo del político que, post mortem, se ha visto exaltado como un compendio de virtudes cívicas por miles que nunca lo hubieran votado mientras aún estuvo con nosotros.

La transformación repentina en presidenciable de “Ricardito” puede atribuirse a la frustración que tantos sienten por la ausencia aparente de dirigentes tan carismáticos y presuntamente confiables como los de antes. Otro beneficiado por el hambre de novedades que se ha apoderado de amplios sectores fue el vicepresidente Julio Cobos, el que, casi dos años atrás, alcanzó el estrellato con rapidez aún más impresionante cuando votó, de manera vacilante, en contra de las retenciones móviles y a favor del campo y de la gente de la clase media urbana que aprovechaba una oportunidad para manifestar su oposición a Cristina y Néstor Kirchner.
Aunque Cobos ha logrado conservar buena parte del “nivel de aprobación” que le dio aquel voto no positivo, brinda la impresión de ser un personaje un tanto opaco cuyo mérito principal consiste en su capacidad para molestar mucho a los Kirchner, de suerte que no sorprendería demasiado que lo eclipsara Alfonsín redivivo.

Con todo, para que se concretara la fantasía del nuevo jefe del radicalismo bonaerense, Ricardo Alfonsín tendría que convencer al resto del país de que es mucho más que una especie de manifestación ectoplasmática de su padre.
Entre los fieles radicales de cierta edad, sobre todo los de la provincia de Buenos Aires, el ser portador de un apellido reverenciado le habrá servido para conseguir una cantidad apreciable de votos, pero es poco probable que la nostalgia que ellos sienten se vea compartida por muchos otros.
En tal caso, lo que para Alfonsín resultó ser una ventaja acaso decisiva en la interna radical bonaerense podría perjudicarlo en una eventual elección presidencial en que escasearían los deseosos de rebobinar la historia para regresar a 1983 con la esperanza de que todo resultara distinto.

A menos que Alfonsín hijo logre mostrar que posee no sólo las virtudes atribuidas a su padre sino también algunas dotes propias, entre ellas las precisas para que nunca se sienta obligado a confesar que “no supo, no pudo y no quiso” hacer lo necesario para salvar una gestión hipotética del naufragio, será vulnerable a acusaciones de nepotismo póstumo.
En muchas partes del país han proliferado las dinastías políticas familiares, pero cuando de elecciones nacionales se trata la mayoría concuerda con la Constitución en no admitir “prerrogativas de sangre, ni de nacimiento”.

Puesto que Azcoiti no desempeña un papel relevante en el escenario nacional, y sus apadrinadores, Leopoldo Moreau y Federico Storani, sabedores de que distan de ser ídolos populares, han mantenido un perfil bajo desde la debacle del gobierno del presidente Fernando de la Rúa –a la que, con Alfonsín père, contribuyeron negándole su apoyo–, hay un consenso de que el gran derrotado del domingo pasado fue Julio Cobos, de ahí el regocijo indisimulado de Elisa Carrió y la satisfacción evidente de quienes integran el círculo áulico de los Kirchner.

Como es natural, el vicepresidente quisiera hacer pensar que no tuvo nada que ver con lo ocurrido en una provincia que le es ajena y puede afirmar que el resultado hubiera sido distinto de haber figurado su nombre en las listas, pero aun cuando fuera un tanto excesivo suponer que lo que realmente se proponían los radicales bonaerenses era castigarlo por haber compartido una fórmula electoral con Cristina, el que tantos hayan coincidido en que acaba de sufrir un revés doloroso no puede sino afectarlo. Hasta ahora, la campaña proselitista informal de Cobos ha prosperado porque, sin que haya hecho mucho más que charlar amablemente con adversarios de los Kirchner y soportar los insultos presidenciales con estoicismo sonriente, se había instalado la idea de que fuera casi inevitable que los radicales se encolumnaran tras él y que, con el respaldo de un aparato partidario que está presente en todos los rincones del país, triunfaría en las próximas elecciones presidenciales. Para él, los interrogantes planteados por la interna bonaerense podrían tener consecuencias graves al privarlo de la ventaja valiosa que le suponía su imagen de ser un ganador predestinado.

En el 2007, los radicales, aún en el purgatorio en que fueron depositados luego de la debacle protagonizada por De la Rúa, eran tan conscientes de sus deficiencias que, por no contar con auténticos presidenciables propios, se resignaron a apoyar al peronista Roberto Lavagna en las elecciones en que triunfó la fórmula Cristina-Cobos.

Pues bien: ya creen disponer de dos; tal vez tres; sí, otra oveja descarriada, Carrió, decide regresar al rebaño. Puede que sea cuestión de las ilusiones típicas de políticos cuando surgen señales de que están logrando reconciliarse con la ciudadanía, pero el que los radicales hayan recuperado la confianza perdida es una mala noticia para Cobos, ya que en adelante no le será tan fácil cumplir el rol de salvador al que estaba acostumbrándose. Desde julio del 2008, la popularidad extraordinaria de Cobos que registraban las encuestas le ha permitido plantear ante la UCR la opción de perdonarle sus pecados y volver al poder por un lado y, por el otro, seguir repudiándolo y condenarse a degenerar en un fósil político. Ahora que el panorama ante el viejo partido parece haber cambiado, tendrá que trabajar mucho más para que sus operadores más influyentes lo acepten.

Alfonsín dice querer que se resuelva “por consenso” el asunto de la candidatura partidaria, o sea, que quede en manos del aparato, lo que es un tanto sorprendente en vista de la pasión radical por las elecciones a las que en un momento atribuyeron un sentido casi religioso. Por su parte, Cobos preferiría una interna en que los dos –siempre y cuando no surjan más presidenciables de la nebulosa panradical– puedan intentar seducir a los votantes haciendo gala de su capacidad retórica. Es de esperar que se celebre la interna prevista por Cobos para que la ciudadanía pueda saber algo más acerca de sus propias ideas o propuestas y, huelga decirlo, aquellas de su contrincante. A diferencia de los Estados Unidos, donde los aspirantes a mudarse a la Casa Blanca tienen que medirse con sus rivales en docenas de ocasiones, tanto en las primarias como en la contienda final, aquí los candidatos presidenciales no se ven obligados a participar de debates públicos, los que, a pesar de sus limitaciones evidentes, ayudan a los interesados a saber más sobre lo que piensan.

Para los Kirchner y sus admiradores, la aparición –acaso fugaz– en el horizonte de un nuevo presidenciable llamado Alfonsín ha sido motivo de cierta preocupación. A diferencia de Cobos, a quien ubican con Mauricio Macri, Francisco de Narváez, Eduardo Duhalde y otros en el espacio centroderechista, ven en Alfonsín un personaje que tal vez sea capaz de atraer el apoyo de progresistas que, sin sentir entusiasmo alguno por la gestión de Cristina, serían reacios a votar por cualquiera acusado de albergar sentimientos reaccionarios. En este ámbito Alfonsín aventaja a Cobos, ya que cuenta con la aprobación de los representantes del enjambre de pequeñas agrupaciones más o menos izquierdistas que se resisten a dejarse absorber por la Coalición Cívica, la UCR y las diversas variantes del peronismo que disputan el mismo territorio.

Con todo, si bien a los kirchneristas les inquieta la posibilidad de tener que competir con una difusa alianza centroizquierdista que se concentrara en subrayar el carácter retrógrado y nada equitativo del “modelo” de capitalismo de los amigos que se las han arreglado para improvisar y que están tratando de vender al resto del mundo, es claramente de su interés que haya más grietas en el ya fragmentado frente opositor.

Asimismo, a los Kirchner no puede sino encantarles la perspectiva de que pronto estalle una interna radical furibunda en que Alfonsín –respaldado con su vehemencia habitual por Lilita– y Cobos procuren destruirse mutuamente.

El espectáculo así supuesto les permitiría advertir a la ciudadanía que está por construirse una nueva versión de la Alianza que, con razón o sin ella, es recordada como un engendro totalmente incapaz de gobernar un país tan complicado como la Argentina. Si bien varios gobiernos peronistas han resultado ser decididamente peores que el de la Alianza, la convicción difundida de que, merced a su célebre “vocación de poder”, y a su relación estrecha con personajes violentos, sólo los peronistas están en condiciones de garantizar “la gobernabilidad”, mientras que los radicales son buenas personas pero congénitamente débiles, constituye el arma más temible del arsenal de los herederos del general, una que con toda seguridad emplearán contra cualquier frente electoral construido en torno a la UCR.

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