Por
Luis Novaresio
"Yo sé que
ustedes sufren presiones, amenazas.
Y eso merece un
reconocimiento a la valentía de aquellos que quieren seguir siendo libres en el
ejercicio de su función jurídica".
Eso
les dijo hace algunas horas el Papa Francisco a un conjunto de varios centenares
de magistrados de todo el mundo reunidos en Roma.
Lo
escuchaban atentamente Ricardo Lorenzetti, Maria Servini de Cubría, Ariel Lijo,
Carlos Vera Barros y Sebastián Casanello, entre otros.
Este
último juez venía de sostener un encuentro privado con el pontífice de
alrededor de una hora.
Casanello,
de hecho, ni fue al brindis inaugural del encuentro judicial y apenas en suelo
italiano se dirigió a la residencia de Santa Marta.
A
ver si se entiende:
El
juez con mayor cantidad de causas ligadas a la corrupción del poder estuvo a
solas con el jefe de la iglesia católica.
No
se trató de un acto de devoción religiosa como el rezo del rosario entre los
dos.
De
acuerdo a las fuentes que suelen filtrar lo que piensa Jorge Bergoglio se puede
concluir que el Papa habló con un juez de la nación de sus tareas para impartir
justica imparcial en la república argentina.
Hasta
el respetado cronista de los hechos vaticanos, Sergio Rubin, que jamás
agrediría a su Santidad dio a entender en el canal TN de qué hablaron ambos
hombres.
¿Eso
no es una presión?
¿Eso
no es un abordaje incorrecto de la libertad jurisdiccional?
Para
evitar rodeos, la reunión del Papa con el juez que investiga la ruta K del
dinero, el patrimonio de Macri y tanto más es,
políticamente, una intromisión
escandalosa del poder religioso sobre el poder civil.
El
Papa, lo sabe.
Y
el juez, por las dudas, también.
Claro
que no se puede sino coincidir con el pastor de Roma respecto de las coerciones
de todo tipo que sufren los jueces mientras desnivelan la balanza para un lado
o para el otro.
Es
una pena que el pontífice no haya recordado las que vienen de su redil como las
que provocaron que la fertilización in vitro saliera del Código Civil
sancionado el año pasado,
las
estrategias públicas y privadas para que un candidato sin experiencia llegara a
la Corte Suprema
o
las advertencias (¿amenazas?) que recibieron los legisladores que pretendían
levantar la mano por el matrimonio igualitario en el Congreso argentino.
Eso,
apenas, es un muestrario amable de lo que
ha hecho en lo últimos (y siempre) la iglesia vernácula.
Parece
útil recordar que nuestro país es una república laica.
¿Con
especial respeto por la Iglesia católica y su inmensa feligresía?
Claro.
Pero
respeto por la libertad de culto.
No
para que se piense en un cogobierno.
El
Papa Francisco, como todos los seres humanos, suele mostrar contradicciones
como líder mundial y como argentino de nacimiento.
En
el primer aspecto es un faro luminoso y preclaro a la hora de reclamar justicia
social a los poderosos y para evitar más guerras.
Cuando
mira a la Argentina, desciende al papel
de un militante del conurbano bonaerense que no trepida en meterse en el
chiquitaje propio de la disputas de los intendentes y jefes comunales del
peronismo.
Sus
audiencias, sus entregas de rosarios, sus mensajes inconfundibles sobre
"el barro" del día a día nacional.
Los jueces deben
ser libres.
De todo tipo de
presión.
Incluso de los
hombres célebres para el mundo que invocan su camino que desciende de la
divinidad.
Porque
no todos somos religiosos.
Porque
todos tienen que respetar la libertad de creer en el Dios Cristiano y en la de
no creer.
Eso
es la república.
Lo
otro, la teocracia.
Y
quien se sienta con la libertad de creer que su inadmisible presión se
justifica más que la de otros, que arroje la primera piedra.
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