La
consigna contra la violencia de género es un grito desgarrador desde el fondo
del alma, no sólo de mujeres sino de una gran parte de la sociedad espantada
por la violencia, mezcla de impotencia, tristeza, incomprensión y angustia por
una situación que se perpetúa y tiende a aumentarse en todo el mundo.
Es
imposible de entender como en un mundo civilizado, en sociedades que crecen y
progresan a pasos agigantados, pueda generarse y convivir la violencia brutal y
mortal contra las mujeres, en especial de sus propios afectos y de quienes más
deberían quererla.
El femicidio
como el machismo son enfermedades psíquicas, morales y sociales.
El
machismo es la exaltación de las características varoniles y la tendencia a
resaltar la supremacía social y física del varón sobre la mujer, y es machista
el partidario de esa tendencia o costumbre.
Desde
tiempo inmemorial y como consecuencia de la diferenciación social de roles y la
actitud de la mujer de criar sus hijos, después de la gestación en su cuerpo,
el varón intentó sobresalir y hasta someter a la mujer a sus ideas, apetencias
y gustos.
La
tendencia se hizo definitiva, y la supremacía muchas veces se convirtió en
violencia y perversión.
Se
constituyó una cultura del machismo, y una aceptación que la mujer estaba debajo
del varón, y que en las relaciones sociales, respondía primero a su padre,
después a su marido o a su pareja, y después a sus hijos varones.
No sólo la
aceptación fue por los varones, sino también por las mujeres, muchas de las
cuales consideraron normal y natural su dependencia.
Las
pocas que se opusieron o que lucharon contra el sistema, terminaron
trágicamente, muertas o desterradas o consideradas anormales, desquiciadas o
perturbadas.
Fue
muy común durante siglos, y aún se conservan resabios, la educación del embudo,
se tolera y fomenta condiciones en el varón que no se les permite a la mujer,
sobre todo en la educación y la exposición sexual, como si la condición y el
apetito sexual fueran distintos, y la mujer estuviera obligada a someter sus deseos
o a castrar sus aspiraciones de satisfacción.
La
ablación de los labios como una manera de evitar el gozo sexual en la mujer es
otra de las aberraciones y perversiones terribles de la humanidad que no
termina de condicionar su carácter civilizado con la barbarie de sus
costumbres.
En este contexto
que el marido, el concubino o la pareja de una mujer la considere una cosa de
su propiedad desata la potestad de disponer, usarla, y hasta vejarla y matarla
porque le pertenece.
La
cultura se expresa en el lenguaje y era muy común preguntar si uno se iba a un
lugar alejado que tres cosas llevaría y la respuesta, era un libro, una radio
portátil y una mujer, determinando la cosificación de la fémina, como posesión
del varón.
La
igualdad, el equilibrio, la no discriminación que se determinan en otros
aspectos de la vida de relación muchas veces cede ante esta irreverencia
cultural de muchos varones, que denigra su condición humana y los pone en
situación de ser ellos los desquiciados e infrahumanos.
No hay otra forma
de terminar con este flagelo que la educación, la buena educación desde la más
tierna infancia.
Pero
una educación que sea equitativa, sin diferencias, y aceptando las
características fisiológicas y funcionales de cada uno de los sexos, sin
dependencia ni autoritarismos, y con un alto grado de comprensión y ayuda
mutua.
La
preeminencia física del varón, a veces se desvanece ante el dolor, que pasaría
si deberían dar a luz, como soportarían la crianza de los hijos, son preguntas
sin respuestas, y enaltecen la figura de la mujer, que muchísimas veces es más
fuerte y soporta más que los varones.
Educar,
con los mismos principios y las mismas libertades y obligaciones, con los
mismos derechos y las mismas garantías…
De
esa forma en algún momento el péndulo se equilibrará y NO HABRA NINGUNA MENOS.
Elias D. Galati
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