Por NICHOLAS
CASEY
Nota completa en: The New York Times
Este domingo
se realizó el funeral de Óscar Pérez, un líder rebelde asesinado por fuerzas
del gobierno venezolano el pasado 15 de enero.
El fin había
llegado para Óscar Pérez.
Por su
rostro corría sangre.
Sus hombres
intentaban dar pelea detrás de estufas y gabinetes mientras el gobierno
venezolano rodeaba su escondite.
Horas
después, él y media decena de hombres yacían muertos en el piso.
Pérez,
abatido el pasado 15 de enero por fuerzas gubernamentales, pasó sus últimos
años como protagonista de narrativas espectaculares —algunas en la pantalla de
cine; otras en la vida real— en las que siempre interpretaba al héroe.
Había sido
el protagonista de una película de acción:
Un piloto
que luchaba contra el crimen desde un paracaídas con un perro atado a su
espalda.
El último
junio encabezó un ataque con helicóptero durante las protestas en Venezuela,
disparó contra el Tribunal Supremo y desplegó un letrero en el cual llamaba a
la población a rebelarse.
Se aproxima una tormenta perfecta a
México
Aunque sus
acciones habían cautivado y causado el enojo de muchos venezolanos, su público
había disminuido hacia sus últimos días.
Pérez pasó
muchos días y tardes de este enero agachado sobre la pantalla de un celular, a través
del cual enviaba mensajes encriptados a The New York Times.
La identidad
de ambas partes era confirmada ante el otro mediante un video breve que se
enviaba en cada intercambio de mensajes.
Los mensajes
de texto enviados en diciembre y enero, además de grabaciones y entrevistas
realizadas durante el mismo periodo, representan algunas de las últimas
palabras del hombre que llegó a ser el más buscado en Venezuela:
Un agente de policía renegado que
había cautivado la atención de una nación y un luchador fugitivo que a veces
parecía estar muy consciente de que sus días podrían estar contados.
“Lucho por la libertad
del país, la oportunidad de un mejor mañana”, dijo un mediodía a principios de
enero a través una aplicación de mensajería.
“El temor de [perder]
la vida es lo menos que tengo ahora. No es el temor de la vida, sino el temor
de fracasar, de fallar a la gente”.
Después de
su muerte, el cadáver de Pérez, con dos impactos de bala y la mandíbula
fracturada, permaneció en un congelador de una morgue en Caracas y era vigilado
por un guardia armado.
Este domingo
su cuerpo fue enterrado desnudo, excepto por una sábana blanca en la que estaba
envuelto.
Cerca del
lugar del funeral, un hombre voló una cometa de papel que tenía escrita la
palabra “Libertad”.
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