Malú
Kikuchi
De
acuerdo al diccionario, caradura significa, descarado, atrevido, sinvergüenza.
La
palabra es perfecta para definir al personaje.
El
miércoles 22/2/2012, a las 8,33 a.m., el tren Nº 3772 de la línea Sarmiento,
chocó contra el andén provocando la muerte de 51 personas, más un bebé en
gestación y 703 heridos: “la tragedia del Once”.
La
concesión del Sarmiento la tenía adjudicada la TBA, de los hermanos Cirigliano
y estaba fuertemente subsidiada por el estado nacional. Dos meses después de la
peor tragedia ferroviaria del país, seguía el subsidio.
El
maquinista, Marcos Córdoba, que sostuvo que llegando a la estación del Once los
frenos no funcionaron, fue condenado a tres años y tres meses de prisión.
Lo
que implica que no es excarcelable.
Los
secretarios de transporte, Ricardo Jaime y luego Juan Pablo Schiavi, hoy están presos por esta tragedia.
Pero
por encima de ellos y de la Comisión Nacional de la Regulación del Transporte, estaba Julio De Vido.
El
arquitecto Julio De Vido, compañero desde hacía años de Néstor Kirchner, apenas
este último asumió como presidente, nombró a su amigo Julio, al frente del
poderoso ministerio de Planificación Federal.
Hay
un muy recomendable libro de Diego Cabot y Francisco Olivera, *“Hablen con Julio”, eterna frase
de Néstor Kirchner ante cualquier propuesta que pudiera sugerir un negocio o
negociado en puerta.
El
miércoles 11/7, desde la cárcel de Marcos Paz, en video conferencia, Julio De
Vido, imputado en la tragedia de Once, leyó su declaración en la cual
responsabilizaba a Jaime, a Schiavi y a Córdoba, del accidente.
Aclaró
que: “toda
mi vida trabajé para que estos episodios no ocurran”, negando cualquier
tipo de responsabilidad en el accidente.
Argumentó
que él no había contratado a Córdoba y que no sabía si este, sabía frenar.
Que
él, De Vido, no sabía cómo se frenaba un tren.
Que
a los secretarios de transporte él no los había nombrado, que se los había
nombrado por decreto presidencial y que no podían pretender que él revisase los
trenes.
Y
que la Comisión Nacional de la Regulación del Transporte era también responsable,
que el único que no lo era, era él. Es cierto que no nombró ni a Córdoba, ni a
los secretarios del transporte, ni a la CNRT.
Es
verdad.
También es verdad
que el padre del chico que aprovecha la siesta del progenitor para sacarle las
llaves del auto y manejarlo y de paso chocar contra todo lo que encuentra en su
camino, no le dio las llaves, ni el auto.
Pero
ante la ley, es el responsable por los daños causados por su hijo.
El ministro del
área, le haga gracia o no, era el responsable de lo que sucedía en el área del
transporte.
El
mismo se desdice al aclarar que toda su vida trabajó para que estos episodios
no ocurrieran.
Y
este ocurrió cuando él era el responsable máximo y último del tema.
Ahora
resulta que no era responsable del transporte, que pertenecía a su ministerio.
Que
después de decir públicamente que Julio López, secretario de obras públicas de
su ministerio, era su mano derecha, declaró que desconocía lo que hacía.
Esto
fue después del revoleo de los bolsos.
En
resumen, o es un caradura fenomenal o hay que juzgarlo por mal desempeño de sus
funciones, un ministro que no sabía lo que pasaba en su ministerio, ni los
negociados que se hacían, ni porqué se hacían.
Suponiendo
que de verdad era, es, tan inepto como para ignorar lo que hacían sus subalternos,
aun así, es muy difícil creer que pasaron por su costado manadas de elefantes,
todo el tiempo y nunca las vio.
En
ese caso habría que recomendarle, además de un excelente oftalmólogo, un bastón
para ciegos.
Debe
jugar en la cárcel al Don Pirulero, “¿yo señor? no señor, pues entonces, ¿quién
la tiene?”
Se
vislumbran ideas sobre quienes la tienen, lo importante ahora es averiguar dónde la
tienen.
Y
de una vez por todas, que vuelva al pueblo al que le robaron.
Porque
el caradurismo de De Vido es compartido por varios miembros del poder judicial,
especialistas en mirar hacia otro lado.
- “Hablen con Julio”, Sudamericana,
abril 2011.
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