Qué
lindo cuando cae la noche y uno puede tener la dicha de sentarse un rato frente
al fuego para rumiar.
El
hombre produce tantas cosas cuando se detiene en ese momento y re-elabora lo
que ha consumido durante el día.
Me
he obligado a aislarme un momento, necesito rumiar en el silencio del
anochecer….
Me quema por
dentro tanta violencia de todo tipo.
Tanto
egoísmo, tanta falta de compromiso ante el resultado de nuestras propias
irresponsabilidades.
Y
ante la falta de dignidad, de reconocimiento de nuestras propias limitaciones,
vamos por lo más sencillo: Que
se hagan cargo otros.
¿Dónde
quedó el País que se distinguía de los demás por apostar a la vida por sobre
todas las cosas?
Si bien tengo una
postura clara, trato de interpretar una propuesta de eliminación de un ser
viviente fuera de los principios, fuera de la razón, pero nada me
convence.
Busco
desde la salud, y no puedo encuadrarlo allí, ya que está más que claro que no
es un tema de salud, transmitiendo un problema de decisión personal a un médico
que juró desde lo más profundo de sus ideales trabajar por salvar vidas,
generando con ello un tema de conciencia en el otro, con tal de salvar la mía.
¿Quizá
debiéramos encuadrarlo desde la Educación?
Y
acaso...
¿Esa
educación no es un tema que debe tratarse dentro del seno familiar?
Claro,
la
Familia como célula social, está desde hace años destruida.
Y
sería traspasarle la responsabilidad a los docentes.
Trato
de consolidar una postura y voy a lo que hemos legislado, sino a los
compromisos que hemos tomado ante el mundo, porque no podemos vivir en una
cápsula.
Caigo
en interminables artículos e incisos de los cuales podríamos deducir lo
siguiente:
Tanto
la Convención Americana de Derechos Humanos (CADH), como la Convención de los
Derechos del Niño (CDN), terminan dejando
en claro que se protege la vida desde la concepción.
Mi
Religión, la cual ni me obliga ni me droga, sino que la he elegido desde mi
libre albedrío, sencillamente me dice:
No
matarás…
Y
mientras el frío se siente ante un invierno crudo de abrazos mutuos, de
entendimiento de los problemas ajenos, de egoísmos propios y de intereses
perversos de una y otra parte, me viene a la memoria un hecho ocurrido en un
viejo andén de estación:
Quema
aún en mis oídos una frase lanzada al aire de un niño de cuatro años.
La
madre apenas podía mantenerse sentada en el andén esperando un tren tardío.
Una
panza a punto de estallar casi le cortaba la respiración.
Y
su cachorro de unos cuatro años, jugaba alrededor de ella.
Como
al descuido, queriendo ser amable, tal vez gracioso, saludé a la mujer, como
quien quiere ofrecer ayuda, o algo.
La
veía sufrir en su estado y hasta me veía partero de estación.
Amable
saludó con dos ojos como jagüeles, con una paz mezcla de sufrimiento que me
maneó al lugar y queriendo salir del brete, le digo al cachorro:
-
¿Así que estás esperando un hermanito?
-
No, respondió casi sin mirarme, entretenido con su cochecito.
- No
estoy esperando un hermanito.
Me
quedé como estaqueado, pensando que había metido la pata.
Quién
sabe quién sería el padre de uno u otro.
Tanta
cosa anda enredada en los jardines del creador, que no sabía cómo aflojar la
cincha.
La
pata ya la había metido en todo caso.
Y
como gringo pampeano, cabeza dura y queriendo romper el silencio, volví a la
carga contra el cachorro.
-
Así que no estás esperando un hermanito, o sea que tu mami no está esperando un
bebé.
¿Se
habrá comido muchas empanadas de golpe?
Con
una sonrisa y un guiño de ojo busqué la complicidad de esa madre, a punto de
desfallecer que sonriendo miraba como su hijo seguía dándole importancia a las
cosas importantes... ¡su cochecito!
O
mal arriado.
¿Tendrá
idea este de donde vienen los hermanos o creerá que venimos de un huevo?
El
yugo se me hacía pesado y me estaba por resignar a un ridículo.
Y
sucedió.
Levantó
unos ojos negros y redondos como luna nueva, fiel reflejo de su madre, tal vez
molesto por tener que interrumpir su juego, y
entre unas muecas de mocos sucios lengüeteados para poder responder, y la más
cruel de todas las inocencias me lanzó:
-
Mi mami no está esperando un hijo. Mi hermanito ya vino, está en la panza
desde el primer día.
Se
me hizo un nudo en la garganta y me costó tragar.
Una
neblina me vino a los ojos y me sentí el gringo más ignorante del universo.
Desde
algún lado el creador sonreía.
El
cachorro todo una cajita de sorpresas: “Mi
hermanito ya vino, está en la panza desde el primer día”.
Nos
hemos acostumbrado tanto a la frase que una madre en estado parturienta está
“Esperando un bebé”.
Y
en esa errónea concepción de la vida, nos
enterramos en un chiquero de filosofías variadas
para poder disponer sin culpa
de la vida de una inocente criatura que no puede defenderse, mientras un
niño en la plenitud de la inocencia, con pocas y simples palabras tiró por
tierra toda explicación médica y filosófica.
¡¡La
pucha con los cachorros!!
El
tren llegó en un andar cansino, como quien no tiene prisa.
Los
pasajeros subieron y emprendió la marcha lentamente.
Yo
me quedé mirando hacia la nada, hasta que mis ojos chocaron con el rostro de
aquel niño que se había asomado y me miraba fijamente.
No
sé por qué, pero se me llenaron los ojos de niebla al pensar en tanto homicidio
sin dolor ni conciencia y el nudo en la garganta solo permite pasar unos
amargos.
Y
aun así, no he podido sacar el sabor amargo de la lección.
Ojalá
podamos encontrar un punto intermedio en donde, pese a todas las diferencias,
la madurez nos lleve a decidir mantener la vida del inocente por sobre todas
las cosas. A mí al menos, un cachorro jugando con su botella me dio el mejor
alegato a favor de la vida:
“Mi
hermanito ya vino. Está en la panza de mamá desde el primer día…”
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