Por Walter Seira
Enemigo
silencioso, llega lentamente, como anunciándose, y se apodera de nuestros
cuerpos.
Primero,
físicamente, y una vez instalado, recorre todos nuestros sentidos.
No
se deja ver, nadie notará que algo extraño entró en nuestros cuerpos,
manteniéndose escondido ante la mirada ajena, pero que poco a poco, lacera
cada uno de nuestros sentidos, hasta apoderarse de todo lo que no se ve:
Ánimo, voluntad
y espíritu…
Una
vez empoderado, simplemente permanece, silencioso, lacerante, dañando,
lastimando, cometiendo su fin.
Una
vez instalado, pasea por todo el cuerpo, disfrutando, sin que nadie lo note,
simulando, escondiéndose, pero destruyendo poco a poco día a día,
no
sólo el físico, sino también aquello que parecía que nos pertenecía, de lo que
estábamos orgullosos, corroyendo la personalidad.
Nadie
lo ve, nadie lo entiende, es muy astuto, lo que lo hace en nuestro amigo
invisible, como los falsos amigos, quienes nos sonríen en la cara, pero que después
nos clavan un puñal por la espalda.
Nos
transforma, nos hace diferentes, convirtiéndonos en grandes simuladores, y en
ese momento exacto es cuando logra su cometido: APODERARSE
Por
eso, titulé éste relato como EL PODER DEL DOLOR, porque es poderoso, invasivo,
convirtiéndose en juez de nuestros límites, imponiéndose por sobre todas las
cosas.
En
todo su derrotero, llega al alma, y es ahí, el momento justo cuando pretende
vencer…
Muchas
veces lo consigue…
Si
bien éstas palabras tienen mucho de auto referenciales, creo que va para todos
aquellos que fueron invadidos por la crueldad del PODER DEL DOLOR.
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